Por Jorge Herrera - Desfile de estrellas. La flor y nata del poder
financiero mundial se reunió ayer para comenzar el cónclave bancario y
financiero del G-20.
La Cumbre del Institute of International Finance (IIF), dentro del ámbito
del G-20, fue realmente un déjà vu de los 90 al congregar, como hacía tiempo
que no ocurría, a los más importantes bancos de inversión y fondos
internacionales que operan, principalmente, en la región. Después de dos días
completos de deliberaciones e intercambios de visiones entre analistas,
funcionarios, banqueros centrales e inversores, sobre el devenir de la región,
y en particular, del caso argentino, confirmaron el interés del mundo
financiero por participar de este nuevo ciclo de crecimiento que se vislumbra
en Latinoamérica.
Pero con relación al caso argentino, lo que ha quedado claro es que, del mismo
modo que en los 90, cuando el país estaba inmerso en un proceso de reformas
estructurales bajo el imperio de la convertibilidad del 1 a 1, y el mercado
internacional consideraba como una especie de "garante del modelo" al
ministro Cavallo, en esta oportunidad quien transmite esa dosis de credibilidad
es el titular del Banco Central, Federico Sturzenegger. A nadie se le ocurre
pensar que el Gobierno de Cambiemos se desprenderá de este "soldado"
del presidente Macri. Es que el innecesario ruido provocado por la conferencia
del 28 de diciembre pasado (cuando se anunció el cambio de las metas de
inflación) aún repiquetean en los escritorios de Wall Street, Londres, San
Francisco y Tokio, como así lo reconocieron a este diario la mayoría de los
extranjeros que participaron del IIF-G-20.
Si bien hay consenso en que el ministro de Finanzas, Luis Caputo, se ha erigido
como el único funcionario imprescindible para la actual administración, dado
que el esquema macro elegido se sustenta en que los mercados internacionales
financien la transición hacia el equilibrio fiscal, para los fondos, inversores
y banqueros internacionales, la presencia de Sturzenegger en el BCRA es la
garantía de credibilidad de la política monetaria y cambiaria, y por ende, de
las metas de inflación. De modo que a un trasnochado podría ocurrírsele inducir
a que el titular del ente monetario dé un paso al costado. Más aún cuando la
macro no da señales de que la economía se conduce, por ahora, a una crisis
terminal, ni nada parecido. El Gobierno tiene en realidad un acervo en la
presencia de Sturzenegger en el BCRA y debería potenciarlo en lugar de
esmerilarlo.
Es cierto que nadie tiene el paraíso garantizado, ni nadie es garantía de nada
cuando se desata un tsunami, aparece un cisne negro o se le acaba la paciencia
a los inversores o al mercado en su conjunto. Prueba de ello, basta recordar el
final de la convertibilidad con el retorno de Cavallo. Pero mientras tanto, no
hay razón por la que tentar al diablo.
No extrañó entonces ver no sólo cómo se iba armando el besamanos al estilo
vaticano para saludar al titular del BCRA tras su disertación del domingo
pasado en el IIF-G-20, sino cómo la mayoría de los extranjeros procuraban
pactar alguna reunión con el jefe del ente monetario más que con otro
funcionario.
Algunos especularon recientemente con el posible reemplazo a manos de Vladimir
Werning de cuyas credenciales profesionales y académicas y contactos nadie
reniega, pero que por el momento merecería, en realidad, una oportunidad en los
Jaguares porque los cambios de pasos que tiró para esquivar a la prensa en el
IIF-G-20 fueron propios del 6 Naciones.
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