La aparición de ayer
tuvo dos objetivos claros. Uno fue volver a ocupar el centro del escenario
político, ocupado últimamente casi monopólicamente por los que vaticinan un
apocalipsis por semana. Los voceros del dramatismo no son solo sus opositores,
cuya misión es el constante dramatismo, sino también quienes fueron cercanos a
él. El "círculo rojo", en definitiva.
El
otro objetivo fue reinstalar la idea de que él expresa un futuro mejor. Trató
ostensiblemente de recuperar las buenas expectativas de los argentinos sobre el
destino personal y del país, que conformaron su gran capital político, y que
cayeron en las encuestas posteriores a la crisis cambiaria. Repitió varias
veces que la tormenta que azotó (y todavía azota) al país es pasajera y que él
imagina una Argentina exportadora y creativa, como la imaginó desde el primer
día de su gestión.
Párrafo aparte
merece la predisposición del Presidente a someterse a una conferencia de prensa,
en la que pudieron preguntar periodistas que no creen en él y que, en algunos
casos, militan en su oposición. Debería ser lo normal en un país normal. Pero
venimos de donde venimos; es decir, del país del monólogo cristinista, que
Macri exhibe sin exhibirlo. ¿Podría haber dicho lo que dijo en un discurso
desde la Casa de Gobierno, aun sin cadena nacional? Sí, desde ya. Pero la
conferencia de prensa abierta (solo limitada en el número de preguntas para
evitar que sea interminable) es lo que subraya la comparación con su némesis,
Cristina. Sin cadena nacional, sin discurso. Solo respuestas a preguntas
puntuales. Corto y preciso. ¿Hay algo más diferente del viejo estilo de la
expresidenta? Quizás él no lo sepa todavía, pero Macri ya está en campaña.
Y lo está no solo
porque se diferenció de Cristina en las formas, sino también en el contenido.
Macri ha dicho siempre que él les dirá la verdad a los ciudadanos de su país.
"No estamos bien", comenzó señalando ante la primera pregunta, para
aceptar luego: "No nos fue fácil bajar la inflación". Es obvio que no
le fue bien, pero es raro que un presidente argentino (no solo Cristina, en
verdad) acepte públicamente que hay cosas que le salieron mal.
Reconoció que hay
un tercio de la población bajo la línea de la pobreza. Esta aceptación es un
golpe a su promesa de campaña electoral de que lograría "pobreza
cero". Nadie esperaba que la cumpliera dos años y medio después de acceder
al poder; la novedad es que admitió que la pobreza tiene el mismo tamaño que la
que recibió. Podría ser mayor aun, porque la devaluación modificó la inflación
y los parámetros de medición de la pobreza.
Política exterior
Uno de los tramos
más interesantes de la conferencia de Macri fue el que le dedicó a la política
exterior del país, como respuesta a la oportuna pregunta de una corresponsal
extranjera. Extrañamente, los periodistas argentinos no preguntan sobre las
relaciones internacionales. La respuesta mostró a Macri muy distinto de Donald
Trump, aunque nunca lo dijo con esas palabras. Remarcó que la integración con
el mundo había hecho ricos a los países que decidieron esa política en los
últimos 20 años y anunció que esa, la apertura al mundo, será su política y su
posición como presidente argentino, como miembro del Mercosur y como titular
pro témpore del G-20.
Aunque ratificó la
prioridad de la alianza comercial con Brasil, se mostró predispuesto a la
apertura con otros países y bloques, como la Unión Europea (con la que dijo que
podría haber novedades en los próximos días), con Japón y con China. Es la
contracara de la política aislacionista de Trump y de su beligerancia con los
socios históricos de los Estados Unidos, como Canadá, México y Europa. Es
también una contracultura respecto de la histórica economía cerrada de la
Argentina, que tuvo en Cristina Kirchner a su exponente más destacada. Cristina
nunca estuvo sola en esa cultura del aislamiento; gran parte del empresariado
industrial argentino piensa lo mismo que ella, aunque disienta de sus métodos
políticos.
Surfeando sobre
esos temas de política comercial, aterrizó en la soja. Desde hace tiempo, es
frecuente la versión de que el Gobierno frenaría el plan de baja de las
retenciones a la soja para llegar al déficit del 1,3% el año próximo. Macri lo
desmintió varias veces, pero el rumor vuelve cada tanto. Incluso, se sabe que
el peronismo le planteará esa opción (y la de reinstalar, en parte al menos,
las retenciones a la minería) para moderar los efectos de los ajustes
presupuestarios.
Macri se limitó
ayer a subrayar su opinión: ningún país con ideas de crecimiento penaliza sus
exportaciones. "No creo que las retenciones sean un impuesto
inteligente", indicó, como un concepto general. Pero no dijo taxativamente
que el plan de baja de retenciones a la soja continuará. Es probable que ese
tema sea motivo de negociación con el peronismo, que el Presidente dio por
comenzada, para lograr un presupuesto coherente con los acuerdos firmados con
el Fondo Monetario.
Gran parte de la
conferencia estuvo dedicada, por las preguntas de los periodistas, a los
aportantes presuntamente falsos de la última campaña electoral de Cambiemos.
Macri derivó el problema hacia dos direcciones. Una fue la gobernadora de
Buenos Aires, María Eugenia Vidal, que justo ayer echó de su gobierno a quien
fue la contadora de la campaña bonaerense de la coalición gobernante. También
depositó parte de la culpa en el peronismo, aunque no lo nombró, porque traba
en el Senado la ley de reforma electoral y la de financiamiento de la política.
Al final, volvió al
principio. La crisis es una tormenta que pasará. El país del crecimiento
volverá antes del próximo año. Hay una Argentina que trabaja y crece lejos de
los reflectores del micromundo político, es decir, del mundo de la Capital y el
Gran Buenos Aires. El país no está en los umbrales de una megacrisis como las
que sufrió en el pasado.
Este concepto lo
repitió no bien saludó y fue, también, lo último que dijo antes de irse. Alguna
medición de opinión pública le debió advertir que un sector de la sociedad, tal
vez cercano a él, intuye que las cosas pueden terminar muy mal. Es probable que
sea la consecuencia de la evocación permanente del apocalipsis por parte de
expresiones destacadas del "círculo rojo" de la metrópolis. Ese
discurso es, precisamente, el que Macri salió a desactivar ayer. Fue su
intención axiomática, única y perentoria.