Analizar el mercado de trabajo en la Argentina no es habitualmente una
tarea sencilla, porque no se trata de un mercado maduro. Es un sistema que
muestra alta volatilidad, más del lado de la oferta que de la demanda de personal
por parte de las empresas y del sector público en su conjunto, dado que no
sólo se nutre del crecimiento vegetativo de la población nacional: también se
alimenta de las corrientes migratorias, en particular de países vecinos, según
sea el ciclo de los negocios.
De ahí que muchas veces se ha dado la paradoja de anotarse tasas
récord de desempleo, pese a que simultáneamente se observaron picos de oferta y
demanda de trabajadores, como ocurrió sobre el final de la primera presidencia
de Carlos Menem.
El riojano había heredado una tasa de desocupación de un dígito
bajo. Durante el primer año del gobierno de la nueva democracia, liderada
por el radical Raúl Alfonsín, la cifra fue del 4,7 por ciento. El pico, de
7,6%, se registraría en 1989, año de la hiperinflación que provocó la asunción
anticipada del candidato por el Partido Justicialista.
Entonces, no eran pocos los analistas económicos y sociales que
justificaban la muy baja tasa de desempleo en un dígito en la función de "bolsa
de trabajo" que cumplía la administración pública y en particular las
ineficientes y altamente deficitarias empresas de servicios públicos del
Estado.
En un escenario de hiperinflación, los precios llegaron a
remarcarse varias veces en el día y alcanzaron picos de tres dígitos en un mes,
más del 150 por ciento. Esta realidad derivó en políticas heterodoxas para
ajustar el gasto público y reducir el déficit fiscal con un agresivo y
acelerado programa de privatizaciones que provocaron despidos, traspasos al
sector privado y el auge del cuentapropismo. De ahí que sobre la mitad del primer mandato de
Menem las estadísticas del Indec detectaron una aceleración de la tasa de
desocupación a 9,6% en 1993.
Y pese a crecer el empleo, la oferta laboral se expandió con mayor
fuerza por la llegada de fuerzas migratorias atraídas por el plan de obras
públicas y la brusca desinflación que generaron los primeros tiempos de la
convertibilidad. Así, en 1994 se anotó la primera tasa de desocupación de
dos dígitos (11,4%) en la serie que se inicia en 1974, al contraerse
bruscamente el nivel de empleo, y se potencia a 17,5% el año siguiente,
por el denominado efecto Tequila, en alusión a la devaluación del peso mexicano
y su propagación aguas abajo en el continente.
Pero ese episodio de crisis externa se disipó relativamente y la
economía, amparada en el corset monetario de la convertibilidad fija entre
el peso y el dólar, mantuvo la tasa de inflación baja. Si bien logró que
la reactivación del aparato productivo posibilitara reducir el desempleo, no
alcanzó la profundidad para volver a la tasa de un dígito, y sobre el cierre de
la gestión se ingresó en una faz recesiva que deterioró la capacidad
de continuidad del Partido Justicialista en el poder.
En 1999 asumió un debilitado gobierno de la Alianza, al mando de
Fernando de la Rúa. Su vicepresidente, Carlos "Chacho" Álvarez, renunció el 6 de octubre de 2000, mes en que la tasa
de desocupación alcanzó un pico que elevó el promedio del año a poco más
de 15% de la oferta laboral.
A partir de ahí, se precipitó una nueva crisis institucional. De la Rúa
renunció a mitad de mandato dejando la economía con un pico de desempleo
próximo al récord previo, pero en claro ascenso, al punto que en el depresivo 2002, con la administración de Eduardo Duhalde,
luego de una sucesión de presidentes sin poder político, registró el récord de
un desempleo del 19,7% ese año.
En mayo de 2003, Néstor Kirchner arribó a la Casa Rosada.
Había obtenido menos del 23% de los votos en primera vuelta, pero accedió al
poder porque Menem, que había sacado ventaja en los comicios iniciales,
renunció a participar de un balotaje.
Kirchner logró reencauzar la economía sustentado en la bonanza de los
precios internacionales, y en la superación parcial del default. Durante
su gestión, la desocupación cayó sostenidamente y terminó con una tasa de un
dígito de 8,5% de la población económicamente activa.
Eduardo Duhalde le entrega el bastón presidencial a Néstor Kirchner (NA)
La sucesión del gobierno por parte de su cónyuge, Cristina
Kirchner, no logró mantener el ritmo de creación neta de empleos a una
tasa superior al de la nueva oferta y el desempleo se aceleró a 8,7% en 2008 y
11,5% el año siguiente, según la estimación del Estudio Orlando Ferreres y
Asociados.
Es necesario apelar a un cálculo privado porque, para disimular la
realidad, el entonces secretario de Comercio, Guillermo Moreno, intervino el
Indec con un claro objetivo: no mostrar la aceleración de la inflación, ni el ascenso de la demanda
laboral insatisfecha, dos componentes claves del aumento del
"estigmatizante" nivel de pobreza.
La superación rápida de la crisis de las hipotecas en los Estados
Unidos y parte de Europa que había generado serios daños al sistema
financiero en su conjunto, y más aún a una economía históricamente débil como
la argentina, posibilitó que en 2010 se volviera a la tasa de un dígito de
parados.
Pero el avance fue efímero, porque el cierre de la frontera económica con cepos al comercio exterior y a la
venta de divisas, más la extensión de los controles de precios y
desaliento a la inversión derivaron en un nuevo pico del desempleo a 10,5%,
según la consultora privada. El Indec seguía intervenido.
Si bien Cristina Kirchner logró la reelección en 2011, no tuvo la
entidad suficiente como para reimpulsar la actividad y salir de la trampa
en la que había caído su gobierno: la actual senadora finalizó su mandato
presidencial con un desempleo al filo de los dos dígitos.
A fines de 2015, la asunción de Mauricio Macri generó un giro en el
humor de los agentes económicos y logró dos años consecutivos de
disminución del desempleo, hasta 8,4% en diciembre 2017, de nuevo con datos del
"nuevo Indec", luego de un "apagón estadístico" de más de un año, pero que
afectó a la serie inconclusa de los dos años previos.
Este año comenzó con un repunte de la desocupación. Cambió el ciclo
de los negocios en el mundo, con suba de las tasas de interés y disputas
comerciales entre los Estados Unidos y China, y coincidió con el efecto
negativo local de la peor sequía en 50 años que afectó principalmente a la
cosecha gruesa y de oleaginosas, pero también al sector ganadero, la cuenca
lechera y algunas economías regionales.
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