Por Marcelo Zlotogwiazda - ¿Es una casualidad, o un fuerte indicio de que el crónico problema de la
inflación en la Argentina tiene estrechísima relación con la inestabilidad
cambiaria y los factores que la provocan?
Desde la gran devaluación de 2002 que limpió
el fenomenal atraso cambiario con el que explotó la Convertibilidad, hubo
un primer largo período en que el peso se mantuvo depreciado, hasta mediados de
2008: el recordado tipo de cambio alto y competitivo del que hacía
gala Néstor Kirchner junto con los superávits gemelos.
A eso le siguió una etapa de abaratamiento
del dólar, que llevó en 2012 y 2013 al tipo de cambio real multilateral
(la relación entre el peso y las monedas de los principales países con los que
la Argentina comercia, considerando los respectivos costos) a niveles
mucho más bajos que cuando comenzó el kirchnerismo. Después vino
la devaluación de Axel Kicillof a comienzos de 2014,
pero a los pocos meses ya se había vuelto al punto previo.
Mauricio Macri asumió la presidencia con un
atraso cambiario bastante parecido al de finales de la Convertibilidad, e
inmediatamente provocó una enorme devaluación mediante la liberación del
mercado cambiario. La situación se mantuvo relativamente estable casi todo
2016 pero el peso volvió a apreciarse bastante en 2017.
La historia reciente del 2018 está fresca en
la memoria y dolorosa en los bolsillos de la mayoría. El dólar comenzó a subir
lentamente, aceleró a partir de abril/mayo y explotó en setiembre.
El torniquete monetario y las tasas de interés estratosféricas lo
fueron moderando a partir de octubre y lograron mantenerlo desde entonces
más o menos estable. El actual tipo de cambio real multilateral está en el
nivel que tenía tras la devaluación de Kicillof en 2014.
Obviamente que los precios no acompañaron
permanentemente las oscilaciones del dólar, pero es más causal que casual que
en estos últimos 18 años la inflación y la devaluación estén empatadas.
La relación se ve confirmada por una encuesta
que el Centro de Economía Regional y Experimental realizó a mediados del año
pasado a 300 empresarios. El 62% respondió que el dólar tiene una alta
incidencia en la manera en que ellos forman los precios y un 23% consideró
que tienen una incidencia media.
El dólar no es el único factor inflacionario
En alguna medida imposible de
cuantificar –salvo para los fundamentalistas del monetarismo- el déficit
fiscal y la emisión también aportan lo suyo. Y en la Argentina no
puede omitirse la influencia de la memoria inflacionaria, el efecto de la
inflación inercial, y los comportamientos oligopólicos en una economía
muy concentrada en sectores claves
Y toda esa ensalada de causas alimentada y
retroalimentando la puja distributiva que existe en cualquier país y en
cualquier momento de la historia, pero que en la Argentina es especialmente
intensa por la sencilla razón de que sufre de inflación crónica.
Pero el empate 38 a 38 (inflación y dólar
desde 2002, no al de la vergonzosa y ridícula votación en la AFA), abona
la idea de que el dólar resulta el factor clave. En otras palabras, si
la economía no estuviera tan enfermamente dolarizada no tendría dolores de
inflación tan agudos.
La enfermedad tiene diversas causas que
terminan confluyendo en las recurrentes crisis del sector externo por faltante
de dólares. Por empezar, una matriz productiva con escasísimo poder
exportador y muy dependiente de insumos y bienes de capital importados,
que tienden a desequilibrar la balanza de pagos cada vez que la economía
hilvana algunos años de crecimiento.
A eso se agrega una muy arraigada
cultura de fuga de capitales por parte de quienes logran excedentes. Según
algunas estimaciones las divisas fuera del sistema equivalen a un Producto
Bruto Interno. Alcanzarían para duplicar lo que se invierte durante cinco años
consecutivos. De lo que se desprende que la baja competitividad internacional
de la producción argentina está íntimamente ligada con la escasez de
dólares para invertir.
La historia enseña que las grandes crisis
argentinas han sido detonadas por el sector externo, y que las
consecuentes devaluaciones con que se las han "superado" provocaron
la casi permanente inestabilidad de precios, y una conducta dolarizadora que
perpetúa el problema. Así como la fortaleza de una cadena la marca su eslabón
más débil, la debilidad del sector externo de la economía argentina es el
punto de ruptura de la normalidad económica.
Durante el kirchnerismo se generó una fugaz
ilusión de que el país podía dejar atrás la restricción externa, si aprovechaba
un contexto internacional muy favorable para la coyuntura, y para, al
menos, suavizar algunas de las causas estructurales del problema. No pudo,
no quiso o no supo. Tampoco lo logró el actual Gobierno. Repitiendo lo que ha
sido casi una constante de los últimos 40 años, apeló al endeudamiento
externo para tapar el agujero, con el ineludible costo de prolongar el
problema e hipotecar aún más el futuro.
Por más severo que sea el ajuste fiscal, por
más ortodoxia monetaria que apliquen, la Argentina seguirá siendo un país
excepcionalmente inflacionario hasta tanto no logre resolver su endémico
problema externo y pueda divorciar los precios y el conflicto distributivo
que provoca la inestabilidad del maldito dólar.
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