Por Julián Zícari
- En diciembre del año pasado, cuando parecía que la estrategia de Guido
Sandleris en el Banco Central había logrado domar el dólar por tercer mes
consecutivo, publicamos una nota en este diario señalando que dicha calma
era tan solo aparente. Pues un nuevo salto cambiario se estaba gestando para
los meses siguientes. Puntualmente, dijimos allí que en marzo se
produciría una nueva corrida contra el dólar. Y así fue: en marzo el
dólar pasó de 38 a 45 pesos.
En abril de este
año, cuando comenzó la liquidación de la cosecha y varios analistas dijeron que
ya con el arribo de una cosecha record y las liquidaciones masivas de las
exportaciones la cosa ahora sí se calmaría –estabilizándose como consecuencia
el dólar en torno a los 45 pesos-, también desmentimos que ello fuera a
ocurrir.
Avisamos en ese mes, también en este diario, que a más tardar en agosto el
dólar debería ubicarse por arriba de los 50 pesos o, textualmente, “incluso
mucho más”. Y otra vez así fue: el dólar en agosto llegó a tocar los
67 pesos y desde las PASO a hoy se ha ubicado en torno a los 57.
Las dos corridas
cambiaras más importantes de 2019 fueron anticipadas con absoluta precisión
varios meses antes de ocurrir en esas notas. Todo fue explicado de manera
objetiva y razonada sobre qué pasaría y cuál era la dinámica económica en
juego. Era lógico que la divisa sólo se mantenía artificialmente en
valores inadecuados debido a tres factores difíciles de sostener en el tiempo:
1) tasas de interés descomunales; 2) los desembolsos del FMI; 3) sacrificar
reservas de modo irresponsable.
Esos tres motivos
indicaban que la economía caminaba por el precipicio y que cualquier
perturbación afectaría la cotización del dólar de forma abrupta, acumulando
tensiones cambiarias listas para estallar en los meses señalados. Quienes
hicieron caso a lo que señalé en esas notas tuvieron la oportunidad de embolsar
jugosas ganancias. Quienes no escucharon y prefirieron quedarse posicionados en
pesos o escuchar los cantos de sirenas del gobierno, cometieron un grosero
error. Era obvio que el jueguito “tasa-dólar” no podría durar mucho más.
Por su parte, a fin
del año pasado se dio un debate económico interesante sobre qué pasaría este
año. En el cual se establecieron tres posiciones al respecto y que también
sintetizamos en un escrito para este diario. Debate que vale la pena
repasar para saber quién tenía razón y por qué.
Con respecto a las
posiciones en juego, una de ellas, que se basaba en el diagnóstico del
gobierno, reconocía que la economía estaba en recesión pero alertaba que con la
cosecha pronto se reactivaría, ocurriendo una fuerte recuperación en forma de
V. Incluso consultores como Orlando Ferreres o Gabriel
Rubistein respaldaban este diagnóstico diciendo que en 2019 la economía terminaría
con un crecimiento acumulado en torno al 1,6%.
En segundo lugar,
otros realizaban un diagnóstico más pesimista: decían que la economía se
derrumbaría, seguida por una profunda recesión. Con ello el ciclo económico
tendría la forma de una L. El mismo FMI advertía que en un escenario adverso la
economía podría finalizar en el año con un terrible retroceso del 6,3% y una
inflación superior al 50%.
Por último, un
tercer diagnóstico advertía por un escenario todavía peor. Señalando que la
economía estaba cerca de un colapso total, asomando diversas fatalidades en el
horizonte. Se hablaba de que podría ocurrir alguna tempestad económica o varias
de ellas juntas: una suerte de nuevo plan bonex, un default, una
hiperinflación, un corralito, un cepo o un salto cambiario astronómico. Voces
como las de Aldo Pignarelli y Carlos Rodríguez eran las más sonoras entonces al
respecto.
Incluso planteos
tan dispares como los de Guillermo Moreno y Javier
Mileidefendían esto. El caso que más sobresalió fue el de Carlos Melconian,
que dijo “cuidado que todo esto se puede ir a la mierda” y que la
“morenización” de la economía era un escenario que no se podía descartar.
Ya avanzado
bastante el año podemos comprobar que el diagnóstico optimista, que auguraba
una recuperación en V, no se va a cumplir. Mucho menos con el salto cambiario
reciente, ya que éste va a profundizar la recesión y la parálisis económica al
menos por dos trimestres más.
Queda entonces la
incógnita sobre cómo terminará el año: si con un simple pero fuerte derrumbe y
con una inflación superior al 50 %, algo que hoy se proyecta como lo más
benigno y el escenario menos malo que podemos esperar. O sino más bien, la
economía se complicará mucho más y por la fragilidad de las circunstancias
actuales se convertirá en un infierno, en el cual todo finalmente colapse, tal
como pronosticaron muchos economistas el año pasado.
El Gobierno, no
obstante estos escenarios y señales, con el nuevo salto cambiario sólo atinó a
reemplazar a Nicolás Dujovne por Hernán Lacunza pero sin hacer cambios de
fondos, implicando ello una importante paradoja. Anunció que no hay “plan B”,
por lo que curiosamente sólo cambiaba un ministro pero para continuar por la
misma ruta que nos trajo a fatídica situación actual de crisis. Entonces, de mantenerse
las mismas premisas, será difícil esperar resultados distintos.
Sino más bien que
todo continúe igual de mal que hasta ahora. E incluso todavía mucho peor. Por
el bien del país ojalá que el gobierno tome nota de esto y, con las pocas
fuerzas que le quedan, tome las medidas adecuadas. No ya para que la situación
mejore, porque eso a esta altura es imposible. Sino para evitar la explosión
que tanto se presagia pueda ocurrir. El tiempo sólo nos dirá que nos espera: si
un derrumbe o un colapso.
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