Por Alejandro Rebossio - El probable jefe de Gabinete de
Alberto Fernández, Santiago Cafiero, tiene claro que debe
actuar con celeridad. En una reunión con empresarios admitió que en los
primeros seis u ocho meses el próximo gobierno debe comenzar a revertir
tendencias negativas de la economía, como la actividad, la inflación, la
devaluación o la deuda impagable, no solucionarlas, pero
cambiarles el rumbo del timón. Si lo logran, nacerá el albertismo. Si no,
empezarán las peleas con el kirchnerismo.
Para la transición económica hay un equipo con cinco nombres que eran
conocidos y un sexto sorpresa. Los primeros: Matías Kulfas, Guillermo Nielsen –algunos
banqueros hacen lobby para que sea él el ministro de Economía–, Cecilia Todesca
Bocco, el radical K Miguel Pesce –ex vicepresidente del Banco Central que suena
para presidirlo– y el empresario José Ignacio de Mendiguren –que
ha pasado a cultivar un intenso diálogo con Axel Kicillof–. La sexta, la que
había permanecido oculta en campaña: Mercedes Marcó del Pont, que como
jefe de la autoridad monetaria instauró el cepo cambiario en 2012 y que, a
diferencia de Kulfas y Todesca Bocco, nunca formuló una autocrítica al respecto
sino que, por el contrario, siempre lo ha reivindicado. Menos lo reprocha ahora que el presidente del Central,
Guido Sandleris, ha instalado un cepo cambiario más restrictivo al
atesoramiento de dólares que el de ella. Hasta los más liberales se lo pedían
esta vez.
“¿Pero
Marcó del Pont no asusta a los mercados?”, le preguntó un
interlocutor a uno de los integrantes del equipo de transición del Frente de
Todos. “No
sólo a los mercados”, se sinceró quien respondió. Otro de sus compañeros de
trabajo rescató: “Ojo que las pymes la quieren mucho porque creó el cupo de
crédito para la inversión productiva”. Y un economista que
asesora en la coalición triunfadora recuerda que al mercado le gustaban
presidentes del Central que condujeron a mayores crisis, como Federico
Sturzenegger, Luis Caputo o Sandleris.
No desdoblar. En
el equipo económico de Fernández prevalece la idea de que el 10 de diciembre se
verá si se endurece aún más el cepo –por ejemplo, para frenar el drenaje de
divisas por el turismo al exterior o controles formales a las importaciones,
dado que hasta ahora son de hecho al suministro de dólares para las
automotrices y otras empresas con compras en el extranjero– o si lo mantienen
como está. Relajarlo
en lo inmediato está lejos de ser una opción ya que los todistas creen que el
límite de US$ 10.000 mensuales, que sólo afectaba al 2% de los compradores,
respondió a una estrategia electoralista que dilapidó US$ 22.000 millones de
reservas del Central en dos meses. La mayoría descarta la
propuesta de algunos asesores del frente de pasar a un desdoblamiento
cambiario, es decir, que exista un dólar comercial más bajo y un dólar
financiero más alto, en lugar de convivir con un mercado ilegal o blue y otro
lícito pero que distorsiona la compraventa de acciones y bonos como el dólar
bolsa y el contado con liqui.
Los defensores de esta opción sostienen que así se
sinceraría la realidad cambiaria y sería sostenible siempre y cuando la brecha
entre el comercial y el financiero se mantenga debajo del 30%. También
alegan que así se incentivaría a que los tenedores de dólares se animen a
cambiarlos en el mercado oficial. En cambio, el pensamiento dominante entre los
economistas del Frente de Todos califican de “falacia” el argumento de
“hay que dejar que salgan dólares para que entren”. Eso
sí, sostienen que debe evitarse que el tipo de cambio oficial se atrase y le
quite competitividad a las necesarias exportaciones, como sí ocurrió en tiempos
del kirchnerismo.
Reina el consenso, en cambio, en que debe negociarse rápido la deuda
con los acreedores privados. Sucede que en marzo hay fuertes vencimientos de
letras de corto plazo y de bonos de largo plazo en pesos, al tiempo que los en
dólares se acumulan en mayo. La intención radica en reestructurar antes para
que la Argentina no entre en el décimo default de su historia –el noveno
ocurrió cuando Mauricio Macri postergó de manera unilateral el pago de las
letras– porque esa situación podría disparar juicios de bonistas. Sin embargo,
hay referentes económicos de Todos que se preguntan cuán grave sería realmente
que el país entre en cesación de pagos.
Las diferencias radican entre quienes se entusiasman cuando dialogan
con acreedores que les proponen una quita real leve, como Uruguay en 2002,
porque supuestamente así la Argentina recuperaría pronto el crédito
internacional para el Estado y las empresas; y aquellos que no. Estos últimos
consideran que si el país arregla con ellos y después se sienta a hablar con su
otro principal acreedor, el FMI, terminará chocándose contra una pared. Por el
contrario, sugieren que se negocie con el Fondo un nuevo esquema de políticas
fiscal, monetaria, cambiaria y de ingresos al tiempo que se impone una quita
mayor a los bonistas, los únicos a los que Macri ha dejado afuera de su
política de ajuste. En realidad, sólo afectó a los tenedores de letras entre
los acreedores. Abogan por un ajuste fiscal que afecte
solamente a los que más pueden: aumento de retenciones, aunque castigando mucho
más a la soja que al maíz y el trigo, de modo de evitar la sojización del
pasado; y un impuesto extraordinario a los argentinos con bienes blanqueados en
el exterior en 2016/2017. Descartan un ajuste del índice de movilidad
jubilatoria como el que reclaman el FMI y economistas como Marina Dal Poggetto,
e incluso pretenden mejorar la alicaída obra pública.
Tres opciones evalúa Fernández para renegociar la deuda: 1)
arreglar con los bonistas una quita leve y ponerse duro con el Fondo, dado que
exigirá no sólo ajuste fiscal y monetario como a Macri sino también reformas
estructurales como la laboral y la previsional; 2) pactar con el organismo, que
pretende una poda mayor a los acreedores privados, en lo que constituiría una
salida como la de Ucrania en 2015, y 3) enfrentarse con los dos tipos de
acreedores, como hizo Néstor Kirchner en 2005.
Uno de los referentes económicos rechaza la hipótesis de que una
reestructuración amigable posibilitaría la recuperación rápida del crédito.
Bromea con que eran el “club de chamanes de la lluvia de inversiones”, que
nunca llegó, y se pregunta: “Si los chamanes rubios no hicieron llover
inversiones, ¿por qué harían llover los chamanes morochos?”. Por eso coincide
con Martín Guzmán, profesor argentino de la Universidad de Columbia,
en que debe encararse una negociación dura que postergue los pagos de deuda por
tres años. Hay quienes recuerdan que un año después de la dura reestructuración
de 2005, la Argentina acercó su riesgo país al de Brasil, pero todo se desmadró
cuando Kirchner manipuló desde 2007 las estadísticas, lo que supuso un default
de hecho de los bonos atados a la inflación.
Marx.
Los todistas consultan a diversos economistas, incluido Daniel Marx, ex secretario de Finanzas. Marx
plantea la siguiente visión: “Primero, Fernández debe decidir si va a anticipar
negociaciones con el Fondo. Segundo, con los acreedores privados debe negociar
una extensión de plazos exclusivamente, una reducción de capital, una reducción
en el pago de intereses, o una combinación de opciones. Me
parece que Fernández no optará por la salida uruguaya –como la que planteó en
campaña- ni la ucraniana sino una propia–. La uruguaya es una reestructuración
limitada. La ucraniana es un poco más fuerte: alguna reducción de capital
compensada con instrumentos cuando hay mejoras del PBI, pero abarcó pocos
títulos. La de la Argentina parece que será con más títulos y con una
combinación de extensión de plazos y reducción de principal e
intereses”.
La conducción económica de Todos admite que es probable que
esos títulos de corto plazo que “reperfiló” el actual jefe de Estado para
patear los pagos a diciembre, es decir, a su sucesor tendrá que ser
“re-reperfilados” porque el Tesoro carece de fondos suficientes para
enfrentarlos. En
cambio, prometen que pagarán sueldos y aguinaldos. El propio Macri prevé emitir
moneda para financiar al Tesoro, con lo que abjura del dogma que venía
sosteniendo. El equipo de Fernández espera que no sea necesario emitir, dado el
riesgo de que suba aún más la inflación, pero tampoco le parece
grave hacerlo dado que la profunda recesión desalienta el traslado a precios,
según su opinión. Está claro que su prioridad es ponerle dinero en el bolsillo
a la gente.
Encender la economía mejorando salarios y jubilaciones para que la
industria use más su capacidad instalada, pero sobre todo atender el hambre son
los objetivos del corto plazo. Mientras, se diseñaría un proyecto de largo
plazo para que el crecimiento se sustente en el aumento de exportaciones. Ver
para creer.