Por
Manuel Alvarado Ledesma - Varios
de los que podrían encargarse de la economía del próximo gobierno, seguramente
con la mejor intención, han expresado la necesidad de “desdolarizar”.
Esta opinión
es peligrosa. En lugar de fortalecer nuestra moneda y así contribuir a tal
desdolarización, pueden agravar el problema, porque ello revela que no
comprenden cabalmente su raíz.
Lo que pretenderían
es revertir el proceso de dolarización al que ha llegado la gente y
las empresas. ¿Habría que preguntarse por qué ha sucedido ello? Es
obvio: nadie quiere tener pesos en su haber. Y se reacciona así,
frente a la continua depreciación de nuestra moneda. Los pesos pierden valor
por la desconfianza que existe desde el mercado hacia éstos y por
el exceso de oferta monetaria no demandada.
Creer que la
desdolarización es una herramienta resulta tan inútil como pretender mantener
una cantidad de agua en una mano. Antes que tener el líquido, hay que
asegurarse el vaso.
Más claramente:
la desdolarización sólo se dará como producto de la estabilización
económica y no a resultas de un programa de políticas que, para alcanzar
tal meta, circunscriba las libertades individuales.
Dar valor a nuestra
moneda es tarea difícil pero, si se hace con cordura y perseverancia,
brinda el resultado esperado. La inflación es la cara de su depreciación.
Es el resultado de la monetización del déficit fiscal, de los
redescuentos, de la compra de divisas para las reservas y del sistema bancario.
Mayor resulta el
ratio de inflación, mayor es el deseo de abandonar la posesión de pesos. El
deseo de poseerlos se conoce como demanda de dinero. Los pesos se demandan
si con estos pueden hacerse todo tipo de transacciones y si, además, sirven
como depósito de valor (ahorro). Porque la función de los pesos es
operar como reserva de valor y como unidad de intercambio. Si no cumplen
adecuadamente esta función, su demanda tiende a desaparecer, para ser sustituidos
por dólares.
¿Por qué hay
inflación en la Argentina? El nudo central es que este fenómeno proviene
de una mayor creación de pesos o de una caída en su
demanda o de la combinación de ambos fenómenos. Al reducirse su demanda,
la velocidad con la que circulan es mayor. Cuanto más se acelera la
rotación, mayor es el deseo de reservar valor mediante la tenencia de dólares.
Así la confianza tiende a desaparecer. La confianza es la roca que
sostiene el valor de los pesos.
Lo interesante es
que el dólar no tiene respaldo; solo es la confianza es la que lleva a
desearlo, fundamentalmente como reserva de valor.
Si aumentase
la confianza en nuestra vapuleada moneda, tal desdolarización se
daría per se. Pero (siempre hay un pero) ello se logra con
sacrificio.
La debilidad
de nuestras instituciones y sobre todo de las políticas monetarias y
fiscales es la llave del problema. Encarar ese proceso significa, entre otras
variables, solidez institucional, estabilidad macroeconómica y apertura de la
economía. La nueva administración, entonces, deberá implementar un plan
económico integral, antiinflacionario, de emisión tendiente a cero, que
restablezca la credibilidad y restituya la confianza, para que la demanda de
pesos inicie una etapa ascendente, de largo aliento. Tendrá que establecer un
esquema consistente en el plano fiscal, monetario y cambiario junto con la
renegociación de la deuda y el financiamiento del sector público.
Para tal fin,
el Banco Central deberá mantener total independencia del Ejecutivo.
Será independiente si logra mantener libertad para determinar la
política monetaria, y la toma de decisiones, aislada de presiones de
origen político. Así contribuirá al crecimiento y a la mejor distribución del
ingreso, a largo plazo, mediante la estabilidad de precios.
Si la sociedad cree
que esta institución responde a intereses ajenos al valor del peso, por más
loables que sean, la confianza tiende a su evaporación. Alberdi lo
expresó claramente: “Mientras el gobierno tenga el poder de fabricar moneda con
simples tiras de papel que nada obligan a reembolso alguno, el poder omnímodo
vivirá inalterable como gusano roedor en el corazón de la Constitución…
(*) Manuel Alvarado
Ledesma es Economista y Profesor de la UCEMA
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