Por Marcelo Romero - El “control de cambios hard”,
que llegó para quedarse, está siendo eficiente. Esto último se puede decir
por el resultado que se buscaba: estabilizar el tipo de cambio y frenar la
caída de reservas administrando la escasez de forma que le quede más al próximo
Gobierno. Mientras que se baja la tasa de interés ante una mayor liquidez.
La sensación en
esta coyuntura es que el nuevo Banco Central (en las sombras) ya llegó en
noviembre, principalmente con el desarme de $154.000 millones de Leliqs durante
el mes, que el Sistema Financiero tendrá que integrar como encaje no
remunerado. En la práctica, los bancos pasan de un encaje remunerado a otro no
remunerado, que en términos monetarios es neutral para la Base Monetaria (BM).
Por lo tanto, en noviembre la BM aumentará cerca del 12%: compuesto en un 8%
por Leliqs que no generará inflación y el resto por compras de reservas (otro
3/4%).
Ahora, desde
diciembre, la compra de reservas se mantendrá y la emisión fiscal volverá, por
lo que la oferta de pesos aumentará, que sería demandada por la estacionalidad
bimensual (demanda de pesos) de billetes y monedas en el último mes del año y
el primero del próximo. Pero ya desde febrero, caerá la demanda de
billetes y monedas, y volverán al sistema financiero. En consecuencia, la
habilidad para manejar excesos de dinero por parte del BCRA sería puesta a
prueba en el segundo trimestre.
No obstante, no hay
pistas concretas sobre la nueva política económica (que tendrá fuertes
restricciones y condicionamientos iniciales, como con ausencia de
financiamiento genuino salvo la emisión monetaria del BCRA).
Por ende, serían
positivas tres condiciones. La primera y principal debiera ser el rápido
tránsito de déficit fiscal (0,5%) hacia superávit primario (y mientras mayor
mejor), con el objeto de reducir una “canilla” de emisión.
En esa línea, la
actualización de las retenciones de $3/$4 por dólar exportado está en la mira,
ya que podría aportar más de 1 punto del PBI, sumado a la desindexación del
gasto público. Hoy, solo 37% de las erogaciones corrientes y de capital no
están indexadas.
La segunda
condición necesaria debiera estar dada por una expansión de la oferta de BM
“moderada”, conducente por parte del BCRA para “guiar” las expectativas para
las tasas nominales de interés, hacia un proceso lento de convergencia a la
inflación. Y también cerrar otras canillas de emisión de pesos, como reperfilar
vencimientos ya reperfilados de pesos o inmovilizar una porción de Leliqs.
La tercera
condición mantener el “control de cambios hard” incluso después de
alcanzar el ahorro público.
La combinación de
las tres condiciones permitiría que adicionar ahorro público al ahorro privado
(o superávits gemelos) llevaría hacia un proceso de fortalecimiento del peso y
estabilidad del tipo de cambio (partiendo de un tipo de cambio real presente sumamente
competitivo).
Conviene
profundizar justamente en el último punto. El control de cambios y la
experiencia pasada. No es la primera vez en los últimos diez años que los
argentinos se movemos (o aprenden a hacerlo) dentro de un ese esquema.
Tras las elecciones
presidenciales de octubre 2011, y como correlato de una política económica
expansiva del primer gobierno de Cristina Kirchner y en un marco de
fuerte fuga de reservas, se instauró un control que fue acentuándose en los
meses y años siguientes. De hecho, la medida implementada –en sus diferentes versiones–
desde el 2011 fue levantada por la actual administración.
Un efecto inicial y
positivo (que fue en principio medium respecto del hard hoy
vigente), fue la mejora de la monetización (BM/PBI) que duró seis trimestres.
La monetización, en promedio, pasó del 8,3% en 2011 hasta un 9,5% en 2013 que
podría verse como una ventana de emisión sin mayores consecuencias
inflacionarias. No obstante, este efecto no fue duradero.
De hecho, con el
tiempo el mantenimiento de déficit fiscal primario y el deterioro del saldo
comercial (siempre van de la mano), llevaron en enero 2014 a la devaluación que
continuó con suba de inflación y caída de la monetización (BM/PBI) en el 2014 y
2015.
Hoy, y tras 13
meses de emisión casi nula, la monetización es muy baja –estimada en 5,5% del
PBI en el cuarto trimestre–, la menor desde el 2003, y tres puntos por debajo
del promedio de los últimos 17 años del 8,6% del PBI.
Una economía que
parte de una monetización muy baja podría, bajo ciertas condiciones, permitirle
emitir al BCRA entre uno y dos puntos del PBI (de USD 4.000 a 8.000 millones)
con poco impacto en la inflación. Una hipótesis que sería fuertemente opuesta a
la creencia generalizada que indica que cualquier emisión podría llevar a una
suva muy fuerte de los precios, que incluso podría terminar en una
hiperinflación.
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