Por Pablo Wende - Ni los USD 5.400 millones que debían llegar
en septiembre ni los USD 1.000 millones trimestrales hasta 2021. El presidente
electo, Alberto Fernández, blanqueó ayer lo que venía sugiriendo hace varias
semanas: el próximo gobierno no pedirá nuevos desembolsos del FMI, pese a
que todavía restaban llegar USD 13.000 millones en los próximos 18 meses. Pero
este menor ingreso de dólares podría a su vez complicar la negociación con los
bonistas privados.
Sin recursos
frescos del FMI ni acceso al financiamiento voluntario de deuda, se vuelve
todavía más difícil la reestructuración de deuda que se avecina. Las
reservas netas que deja el Gobierno en el Banco Central no superarán los USD
12.000 millones, una cantidad ínfima para enfrentar los futuros vencimientos. Y
los dólares del Fondo hubieran sido claves para incrementar ese volumen, pero
ya hay que descartar esa opción. Por lo tanto, el margen de maniobra que tendrá
el próximo gobierno es extremadamente acotado.
Aunque todavía no
hay mayores detalles, el futuro gobierno tiene en agenda encarar rápido una
renegociación de la deuda pública. Al Fondo le pedirán más plazo de pago a
través de un nuevo acuerdo, considerando que el grueso de los vencimientos
habría que pagarlos entre 2022 y 2023 (unos USD 40.000 millones).
Pero en el caso de
los bonistas el planteo será más agresivo, incluyendo posiblemente quitas de
capital y un largo período de gracia para el pago de intereses y posiblemente
tasas de interés menores en los futuros bonos que se emitan. La consecuencia es
que finalmente el impacto de la renegociación será mucho mayor que el de
experiencias recientes que se mencionan de manera recurrente, como la
reestructuración de deuda de Uruguay en 2003 o de Ucrania en 2015.
El riesgo país
bordeando los 2.300 puntos básicos es la prueba más clara de lo que los
mercados esperan: cualquier cosa menos una renegociación de deuda “amigable”.
Claro que los actuales precios de los bonos no están demasiado lejos de aquellos
vigentes en la quita que la Argentina hizo en 2005, por lo que el castigo
podría resultar exagerado.
Un trabajo
presentado por el economista Martín Guzmán en Ginebra sugirió la
necesidad de plantear dos años de “gracia” para el pago de intereses. Sin
embargo, muchos colegas creen que es insuficiente y que será necesario más
tiempo de espera.
La otra opción para
suavizar las quitas sobre los bonistas privados sería acelerar el ajuste de las
cuentas públicas. Sin embargo, el futuro presidente se mostró escéptico
sobre esta posibilidad. Sugirió en un comunicado ante el FMI que será difícil
conseguir el equilibrio presupuestario si el país no crece. De esta forma, dejó
en claro que no será una prioridad al menos para el 2020.
El
economista Martín Guzmán, cercano al gobierno electo, propone dos años sin
pagos; para algunos de sus colegas, es un plazo insuficiente
Sin recursos del
Fondo y con un agujero fiscal considerable, las chances de pagar los
vencimientos de deuda tanto en dólares como en pesos se alejan cada vez más. Una
de las incógnitas que se planteó recientemente es la posibilidad de dividir en
dos la reestructuración: arrancar primero con los bonos con legislación local y
luego avanzar con los emitidos bajo ley neoyorkina. De esta forma, se ganaría
tiempo para negociar un nuevo acuerdo con el FMI.
Algo de esto ya
comenzó a esbozarse. En los últimos días, algunos referentes del equipo
económico del próximo gobierno como Adrián Cosentino, quien se haría cargo de
la secretaría de Finanzas, se reunieron con fondos de inversión y aseguradoras
para vislumbrar la emisión de un nuevo bono en pesos a corto plazo (entre 3 y 6
meses). Así se buscaría evitar un nuevo “reperfilamiento” pero en el fondo el
objetivo es el mismo: estirar los plazos de vencimiento y seguir ganando tiempo
hasta ir a una renegociación más integral.
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