Por Hernán Lacunza - Exagerar luces y
sombras de la gestión económica que termina bajo un prisma partidario solo
genera un griterío algo agobiante para el ciudadano de a pie y bastante estéril
para la construcción del futuro. Con estadísticas públicas confiables, las
políticas son opinables; los números, no tanto.
Para empezar por
los pasivos es claro que, en términos de bienestar, los resultados económicos
del programa 2016-19 fueron inferiores a los esperados. Por subestimación de la
herencia, algo de mala suerte (sequía 2018) e insuficiente sincronía de la política
macroeconómica, no se cumplieron los objetivos primarios de recuperar el
crecimiento (el producto se contrajo 1,2% promedio anual), reducir la pobreza
(subió del 30% al 35% de la población) y la inflación (subió del 28% al 55%)
Menos categórico es
el análisis del mercado laboral, porque en 2015 se desinflaba artificialmente
el desempleo (subestimando la cantidad de gente que buscaba empleo). En cuatro
años se crearon 1.250.000 puestos de trabajo (fuente Indec), que no alcanzaron
para albergar a los 1.725.000 nuevos trabajadores incorporados al mercado
laboral, pero tampoco hubo una destrucción neta de puestos de trabajo. Buena
parte de los puestos se crearon en el sector informal y cuentapropista,
revelando una disociación entre la regulación vigente y la realidad del mercado
de trabajo. En la coyuntura recesiva 2018-19, el mercado laboral ajustó más vía
salario real (un 7% anual) que a través de la cantidad de empleos.
No sirve de
consuelo, pero lo cierto es que la pobreza, el desempleo y la inflación no
nacieron con esta gestión: desde 1984, la pobreza promedio asciende al 36% de
la población (con el estándar de medición actual), la inflación al 68% anual
(excluyendo las híper), el desempleo al 11% y el producto cayó en 15 de los 36
años de democracia. El sueño alfonsinista de que "con la democracia se
come, se cura y se educa" nos interpela, implacable, desde 1983.
Como en el agro, en
economía la siembra y la cosecha no son simultáneas. Aunque no siguen el ciclo
estacional de muchos cultivos, sino plurianual: en general, los resultados de
hoy suelen ser consecuencia de políticas remotas. No habrá reducción de la
pobreza y el desempleo sin un crecimiento sostenido, ni crecimiento sin
estabilidad (nadie siembra si es equiprobable cosechar o no), ni estabilidad
sin consistencia macroeconómica (equilibrio fiscal, balance externo, prudencia
monetaria).
Entre los activos
de esta gestión para recuperar el crecimiento poselectoral, los déficits
gemelos de 2015 se aproximan al equilibrio en 2019: el desequilibrio fiscal
primario (3,8% informado en 2015, pero 5,8% inercial si se consideran los
impuestos de 2016 anticipados por el cepo al atesoramiento y el fallo de la
Corte para devolver el 15% de Anses a las provincias) trocó en equilibrio
(déficit de apenas 0,5% del producto en 2019), gracias a una reducción del
gasto primario equivalente al 5,5% del PBI (principalmente, subsidios
regresivos a energía y transporte).
En igual sentido,
las provincias ostentan un superávit fiscal consolidado (0,2% del producto),
fruto del mayor federalismo del reparto de los recursos (la participación
automática de provincias en impuestos nacionales pasó del 40,5% al 49,5%) y de
instituciones fiscales más sólidas (consenso fiscal, ley de responsabilidad
fiscal).
La corrección del
desequilibrio fiscal se consiguió a pesar de reducir la presión impositiva en
un 3% del PBI (del 26% al 23%): menor peso del impuesto a las ganancias (con
sucesivas subas del mínimo no imponible), de bienes personales (la alícuota
promedio bajó del 1% al 0,66%), de retenciones a las exportaciones (la alícuota
a la soja bajó de 35% a 24% y al resto de 22% al 6%), de impuestos al trabajo
(mínimo no imponible) y del cómputo del impuesto al cheque a cuenta de
ganancias. Entre los provinciales, hubo una reducción generalizada de ingresos
brutos (de 3,1% a 2,6% de alícuota promedio).
En el frente
externo, también se redujo el desequilibrio de cuenta corriente (2,7% en 2015
con restricciones arbitrarias a las importaciones, al 1% en 2019), el tipo de
cambio real bilateral es 90% superior al de noviembre de 2015 y 60% mayor al de
abril de 2018 (cuando empezó la inestabilidad financiera), mayor apertura (31%
del producto entre exportaciones e importaciones) y nuevos acuerdos comerciales
que potenciarán el acceso a nuevos mercados (Unión Europea, EFTA). No
casualmente en 2019 se registra el cuarto año consecutivo de aumento de
exportaciones (no pasaba desde mediados de la década anterior)
En el plano
financiero, la robustez del sistema para preservar los ahorros de las familias
quedó demostrada en el trimestre post-PASO, cuando los ahorristas pudieron
disponer del 40% de los depósitos en moneda extranjera, gracias a una
regulación prudencial que garantiza niveles de liquidez y solvencia, sin
descalce de monedas ni sobre-exposición al sector público.
Durante el período
2015-19, la deuda aumentará unos US$74.000 millones (un 31%, algo más que el
21% de 2011-15), que refleja el déficit del período (que fue bajando
gradualmente desde el pico de 2015) más el sinceramiento de deuda no registrada
del período anterior (US$10.000 millones de los holdouts). Representa un 72%
del PBI (con tipo de cambio y producto promedio del período, como debe medirse
para estimar la capacidad de repago), y desciende al 45% cuando se excluyen las
tenencias intrasector público.
Es más un problema
de liquidez (concentración de vencimientos) que de solvencia (tamaño de deuda y
capacidad de repago).
El primer desafío
del próximo gobierno será recuperar el crédito voluntario para desplegar sus
políticas con menores exigencias financieras de corto plazo, porque ningún país
puede cancelar en efectivo todos sus vencimientos durante un período
prolongado. Contará con reservas suficientes para encarar una negociación
voluntaria y no precipitada, en términos y plazos razonables.
En suma, una
"cosecha" negativa por la inercia productiva y social (actividad,
empleo, pobreza, inflación), pero una "siembra" positiva por la mejor
plataforma macro (equilibrio fiscal primario, menos impuestos, equilibrio
externo, tipo de cambio competitivo, equilibrio energético, sistema financiero
robusto).
Hacia adelante,
para no resetear las reglas cada cuatro años, tenemos algunos consensos
consolidados que a veces se soslayan: la democracia republicana como pilar del
contrato social que elegimos para convivir, a pesar de las dificultades
económicas y sociales; la atención de los más vulnerables (la Asignación
Universal por Hijo trasciende los gobiernos), y la protección de los ahorros
(respaldada por todos los partidos políticos en la reciente campaña electoral)
como prioridades no negociables.
Quedan otros
consensos incipientes, como la importancia del equilibrio fiscal o la veracidad
de las estadísticas públicas, que habrá que consolidar en el próximo período. Y
algunas diferencias, como la política exterior y el grado de apertura con el
mundo. Será importante construir nuevos consensos como prioridades de las
políticas públicas, una coalición proexportadora para blindar la
sustentabilidad del crecimiento, y proempleo como cohesionador social de
cualquier proceso de reformas. Sin consensos básicos, será difícil que podamos
incluir al tercio de argentinos pobres que nos interpelan desde hace décadas.
El autor es
ministro de Hacienda
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