Por Diana Mondino - Todos sabemos que la
Argentina gasta más que lo recauda. Como muchos creen que bajar el gasto es
difícil, entonces sugieren aumentar los impuestos, en particular las
retenciones, definir su destino específico y forzar la liquidación de divisas.
Con el ejemplo del maíz veamos lo difícil y contraproducente de imponer más
retenciones.
El maíz se utiliza en la rotación con otros cultivos, contribuye a
mejorar la estabilidad del sistema de producción, la biodiversidad y a mantener
la calidad y potencial productivo de nuestros suelos. Exportamos maíz a más de
cien países y nuestro maíz pisingallo se consume en miles de cines del mundo.
Es un grano mágico: tiene vitaminas, sales, su aceite no contiene
colesterol. Otros países ya usan el envase verde biodegradable que surge del
maíz. Cientos de alimentos tienen jarabe de alta fructuosa. También se hace
relleno de muebles y, en resumen, se utiliza para aproximadamente 4000
productos diferentes.
Hay una planta en Villa María donde se lo procesa y se produce etanol,
también burlanda, que es grano procesado para alimentación de vacas y cerdos.
Se captura el dióxido de carbono que se genera en la fermentación del maíz y se
procesa en una planta que abastece la industria de bebidas carbonatadas,
matafuegos, participa en la industria del litio y varios otros destinos.
De por sí, ya es un cultivo extremadamente sensible a las cuestiones
climáticas. Es infantil creer que con maíz más barato -forzado con impuestos-
siempre habrá más de sus subproductos. Es muy distinto que haya bajo precio
interno por gran volumen de producción a que haya bajo precio interno por
impuesto. El mero riesgo de las retenciones ha llevado a una reducción del área
sembrada y habrá menos maíz, menos viajes en camión, menos venta de
fertilizantes, menos horas trabajadas para sembrar y cosechar. Insisto: precios
bajos por superproducción tienen efectos muy distintos que precios bajos por
elevados impuestos.
Cuando Trump impuso aranceles en su "negociación" con China,
luego subsidió a los productores, devolviendo lo que -tal vez- hubiera sido su
ganancia. Pero todo el ecosistema que depende de una buena cosecha (venta de
semillas, fertilizantes, trabajo de tractores, camiones, acopiadores, etc.) no
recibe nada.
¿Sería diferente en la Argentina? Las retenciones se basan en el absurdo
de suponer permanentes las ganancias extraordinarias por un salto en el tipo de
cambio. Si así fuera, serían capturadas con el impuesto a las ganancias. Pero
nos olvidamos que muchos de los insumos también están dolarizados, y entonces
no hay tal ganancia extraordinaria. Aún suponiendo que hubiera grandes ganancias,
¿no recibirá nada el resto de la cadena?
El mismo razonamiento es válido para cualquier producto, de cualquier
sector. En general, se comete el gigantesco error de creer que con los
impuestos que se cobran a un sector se podrá favorecer a otros. El razonamiento
económico no es difícil, pero en realidad basta ver la experiencia de décadas
en la Argentina. Cuando hubo crecimiento de exportaciones (y también de
importaciones) la economía creció. Controlarlas, reducirlas, ponerles
impuestos, coimear en la Aduana, etc., sólo perjudican a toda la sociedad.
Tengamos en cuenta que la Argentina exporta gran variedad de productos,
incluyendo lo que se supone una industria muy protegida para evitar competencia
desde países con mano de obra baratísima. Incluso en el sector textil hay
quienes han logrado exportar por una combinación de tecnología y diseño. Son
cifras muy pequeñas en un esfuerzo gigantesco doblemente válido, porque han
cerrado múltiples pequeñas empresas y se ha perdido mucho empleo. Retenciones adicionales
a ese sector, ¿también tendrían sentido? ¿Acaso no era que había que
protegerlo? ¿Desde cuándo una retención al que exporta lo protegería? Sé que
estoy utilizando un argumento por la vía del absurdo para demostrar lo
contraproducente que son las retenciones.
Tampoco es válido el argumento del destino de los fondos de las
retenciones. Como cualquier impuesto, puede ir a Rentas Generales, o en cambio,
tener una asignación específica y decidir que esos fondos tengan sólo
determinado destino. Esas decisiones le competen a nuestros legisladores.
Cuesta creer que se justifica afectar deliberadamente a algunos para favorecer
difusamente a otros con el potencial riesgo de que se convierta en un coto de
caza y permita todo tipo de arbitrariedades.
Respecto a forzar la liquidación de divisas, los exportadores traen sus
dólares a la Argentina porque tienen que pagar sus costos. A lo sumo dejan en
el exterior sólo sus ganancias, ya que para continuar operando deben pagar a
sus proveedores y empleados. Por ello, exigir que las divisas se liquiden
rápidamente es prácticamente innecesario, a menos que el exportador tenga
inmenso acceso a fondos. Ese es, efectivamente, el caso con las grandes
exportadoras de cereales, que son muy pocas en el mundo. Pero no es el caso de
ningún otro sector, que deben pagar sus costos mucho antes de cobrar las
exportaciones y por ello las necesidades de financiación son acuciantes.
Cuesta creer que insistiremos en tres errores: poner retenciones, darles
un destino específico y exigir que se ingresen las divisas rápidamente.
Las exportaciones argentinas están creciendo a pesar de que lleva tiempo
buscar mercados y producir con los estándares de calidad necesarios. Las
importaciones están cayendo tanto por elevados costos como por recesión. Sin
exportaciones será difícil crecer y es imprescindible tener saldo comercial
positivo.
Una retención es equivalente a una caída en el precio, o las ventas. No
conozco a nadie que le guste que le caigan las ventas. Cuando las ventas caen
en forma masiva se llama recesión. Si se aumentan retenciones, estaremos
generando una recesión. Así, sin vueltas ni eufemismos.
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