Por Pablo Wende - Son jornadas
de balances, cócteles y encuentros de fin de año en las empresas. En general
todas con un tono extremadamente austero y discursos en sintonía con el momento
que se vive. Lo único que se celebra es que 2019 está ya muy cerca de concluir.
Pero nadie se anima por el momento a soñar con un promisorio 2020. Al
contrario, la mayoría de las compañías decidieron fuertes recortes en
todos sus rubros para el año próximo: planes de inversión que brillan por su
ausencia, drásticas reducciones de los presupuestos en marketing y a lo sumo
una cuidada planificación de gastos para evitar despidos.
No hubo ganadores y
perdedores en 2019. Todos perdieron o en el mejor de los casos salieron
empatados, es decir consiguieron ganancias en pesos que se acercaron a la
inflación.
Casi nadie se salvó
de una fuerte caída de ventas: automotrices, compañías de consumo masivo,
electrodomésticos, inmobiliarias y profesionales. Sólo el campo, por la
súper cosecha, tuvo un año favorable. Y los bancos que arrancaron ganando con
las tasas de las Leliq terminaron muy afectados por la caída de los depósitos
en dólares y sobre todo el derrumbe del crédito al sector privado.
Para adelante
algunos sectores están un poco más entusiasmados, pero son casos
específicos: la industria que espera un poco más de protección y créditos
blandos. También se avizora algún grado de reactivación de ventas en
electrodomésticos o línea blanca, de la mano de una profundización del plan
Ahora 12, el regreso de tasas reales negativas y el consumo reprimido en los
últimos dos años que podría generar un repunte puntual en 2020.
La tendencia de
fondo, sin embargo, no cambiará de la noche a la mañana. Un informe presentado
por la consultora Kantar Worldpanel en el encuentro de supermercadismo vaticinó
que el consumo tendrá una nueva caída real del 3,3% el año que viene, tras
haberse derrumbado 8% en 2019 y un nivel similar en 2018. Y recién en el
último trimestre, si efectivamente empieza a bajar la inflación, podría
comenzar un repunte de la demanda interna.
Pero más allá de
algunos pronósticos moderadamente optimistas para el año que viene, en
realidad lo que se impone hoy en el mundo empresario es un sentimiento de
extrema cautela ante el inicio de la gestión de Alberto Fernández. Teniendo en
cuenta que ni siquiera arrancó el nuevo gobierno, podría considerarse hasta una
cuestión de prejuicio.
En las
conversaciones de las reuniones de fin de año, sin embargo, aparecen varios
factores que inquietan a ejecutivos y banqueros casi de manera generalizada.
¿Cuáles son esas señales que hoy generan alta preocupación entre los hombres de
negocios? Se pueden identificar por lo menos cinco:
- Todo indica
que arrancará un gobierno “bicéfalo”, con Alberto Fernández al frente pero
muy dependiente de las decisiones de su vice, Cristina Kirchner. Quedó muy en
evidencia en estos últimos diez días, desde su regreso de Cuba, que la ex
Presidenta no cumplió con su promesa de dejarlo al futuro presidente para que
arme “a gusto” su futuro gabinete. Pero además Cristina ya consiguió
apoderarse del control tanto de senadores como del manejo del bloque
oficialista en Diputados. Y nombraría a gente de su círculo íntimo para cargos
claves relacionados al Poder Judicial. Esta experiencia de un gobierno con dos
cabezas será inédita para la Argentina y por lo tanto es lógico que genere
temores hasta ver cómo funcionará en la práctica.
- Siguen las
indefiniciones en el área económica: estas incógnitas se develarán el 6 de
diciembre, cuando Alberto Fernández divulgue su gabinete. Pero en el medio la
danza de nombre también genera nerviosismo. Y todo indica que se impondrán
funcionarios de claras ideas “heterodoxas” para el manejo de la economía. Llamó
la atención especialmente que haya crecido tanto la versión de que Martín
Guzmán podría ponerse al frente de la negociación de la deuda. Es
discípulo de Joseph Stiglitz, un enemigo declarado del FMI y en general de los
mercados financieros. Será difícil, si es así, una reestructuración rápida y
amigable. En el medio, quedaron nombres más amigables para los inversores como
Guillermo Nielsen, Martín Redrado o el propio Roberto Lavagna. La posibilidad
de que tome el mando Carlos Melconian ya había quedado descartada hace tiempo.
- Los escenarios
extremos no están descartados: default e hiperinflación. Se considera muy estrecho
el margen de maniobra para tomar decisiones, ya que un error grave podría
significar la cesación de pagos de la deuda y que se desate además una espiral
inflacionaria. Si no hay una postura clara para achicar el déficit fiscal
y mantener controlada la emisión monetaria, las consecuencias negativas podrían
acelerar los tiempos. No es el escenario base, pero tampoco nadie se anima
a descartarlo.
- Se viene un
fuerte aumento de impuestos: la suba de las retenciones al campo ya son un
hecho y serían agresivas. También el propio presidente electo adelantó que
también podría haber un aumento de la presión tributaria para las petroleras y
la minería. Es posible que se frene buena parte de las rebajas de
impuestos aprobada en el último consenso fiscal, ante la necesidad de achicar
el rojo de las cuentas públicas. Y también se viene un aumento de Bienes
Personales.
- La
renegociación de la deuda podría complicarse y alargarse en el tiempo: si
en algo coinciden empresarios, banqueros, economistas y al menos una parte de
la clase política es en la necesidad de resolver rápido qué se hará con la
deuda. Al mismo tiempo habrá que renegociar el acuerdo con el FMI para
conseguir más plazo. Se trata dos movidas simultáneas de enorme complejidad,
que deben ser resueltas favorablemente y rápido. Dos condiciones que implican
una gran complejidad. Según Martín Guzmán, todo debería quedar resuelto para
marzo de 2020, con el objetivo de evitar caer en cesación de pagos. Un objetivo
sumamente ambicioso.
Mientras tanto, el
plan de Alberto Fernández para el inicio de su gestión comienza a esbozarse,
aún cuando no está oficializado quiénes integrarán los equipos económicos. Pero
básicamente se buscará generar un rebote del consumo que alivie la caída de
ventas y dé un respiro en las Fiestas y durante el verano.
Un cambio de
expectativas sería fundamental para arrancar con el “pie derecho”. Esto le
permitiría al futuro presidente ganar algunos casilleros en la interna de
Frente de Todos y mayor respaldo social.
Además, la idea es
evitar que le suceda lo mismo que a Fernando de la Rúa o el propio Mauricio
Macri. Ambos tuvieron, en el año 2000 y en 2016, un arranque muy flojo de la
gestión, con fuertes caídas del nivel de actividad. Esos presidentes nunca
pudieron recuperarse de ese arranque de gestión fallido. De ahí la importancia
de provocar un cambio de clima, que permita transformar la cautela y en muchos
casos pesimismo por una postura mucho más optimista sobre lo que se viene. Trabajar
sobre las expectativas será, sin dudas, la principal necesidad de Alberto
Fernández ni bien asuma.
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