Por Pablo Wende - No hay una
segunda oportunidad para causar una primera buena impresión. La frase es vieja
pero bien podría aplicarse a lo que será el arranque del gobierno de Alberto
Fernández. Con una economía en estado crítico, el objetivo primordial será
generar un rápido cambio de las expectativas. Aprovechar la “mini luna de miel”
que tiene un nuevo presidente y generar un primer impulso. La única manera
de lograrlo rápido es, según la visión del flamante presidente, cumpliendo con
una de las primeras promesas de campaña: “ponerle plata en el bolsillo a la
gente”.
El propio Fernández
adelantó el viernes, al presentar su gabinete de ministros, que habrá en
lo inmediato algunas medidas de alivio puntuales para jubilados, beneficiarios
de planes sociales y empleados públicos. También habló de los empleados con
salarios más bajos. Se trata así de recuperar al menos marginalmente el
poder de compra de los ingresos, luego de otro año en el que la inflación
volvió a pegar duro en el poder adquisitivo.
Para una economía
muy cerrada comercialmente como la Argentina, la única manera de generar un
repunte en esta instancia es a través de un repunte del consumo. Y a eso
apuntarán las primeras medidas concretas del gobierno que asume hoy. Además, la
teoría indica que se trata de sectores sin capacidad de ahorro, por lo que todo
el dinero adicional que reciban se volcará al mercado interno.
Alberto Fernández
quiere evitar el primer mal paso que dieron otros gobiernos, como los de
Fernando de la Rúa y Mauricio Macri. Por distintos motivos, ambos
comenzaron sus gestiones con caídas en el nivel de actividad, producto de
ajustes ni bien comenzaron a gobernar. En el caso del radical fue la “tablita
de Machinea” que aumentó la presión fiscal sobre salarios y empresas. Y en el
caso del gobierno macrista, el sinceramiento del dólar y el aumento de tarifas
provocaron un empinamiento de la inflación que pegó fuerte en la actividad
interna.
Esta primera “buena
impresión” que procura conseguir Alberto Fernández sería complementada además
con una baja de la tasa de interés y el regreso de líneas de crédito
subsidiadas para empresas, que tendrán que otorgar los bancos.
Existe una
probabilidad cierta de que el plan de estímulo económico dé resultado en el
cortísimo plazo. Después llegará la “hora de la verdad”. La contracara de este
programa para reactivar el consumo es un fuerte aumento de la emisión
monetaria, que ya empezó pero que seguiría en las próximas semanas. En
total, el Central volcaría al mercado vía adelantos transitorios unos $ 300.000
millones.
El peligro es que
semejante emisión monetaria termine trasladándose al precio del dólar y
finalmente generando más inflación. Por eso, en febrero la lupa estará puesta
en el flamante presidente del BCRA, Miguel Pesce, quien deberá definir si
aspira una buena porción de los pesos emitidos o decide dejarlos en el mercado.
Se trata de una decisión difícil, ya que prender la “aspiradora” requeriría de
un aumento de las tasas de interés.
Su antecesor, Guido
Sandleris, se entusiasmó a principio de 2019 con la recuperación económica y la
baja de tasas. Optó por no “prender la aspiradora” de pesos y a fin de febrero
ya estaba sufriendo las consecuencias: fuerte salto del dólar y una inflación
que pegó un salto hasta casi 5% en marzo.
Por supuesto
que un repunte de corto plazo por mejoras del ingreso no constituye una
recuperación sostenida ni mucho menos. Que la Argentina vuelva a crecer
genuinamente requerirá de otro tipo de medidas, quizás la más urgente pase por
reestructurar la deuda y evitar un default total. En forma paralela,
también habría que avanzar en una renegociación de la deuda con el FMI y
concentrarse en las cuentas públicas: el espacio para seguir con déficit fiscal
es muy pequeño.
El nuevo ministro
de Economía, Martín Guzmán, parece consciente de estas limitaciones y
también tiene en mente avanzar muy rápido con la cuestión de la deuda. En un
reciente trabajo presentado ante la ONU estableció marzo de 2020 como el límite
para cerrar la renegociación.
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