Por Carlos Burgueño - Desde la Casa Rosada se
garantizaban anoche dos acciones consecutivas: la ley de Solidaridad y
Reactivación Productiva en el Marco de la Emergencia
Económica estará reglamentada, casi en su totalidad, la próxima
semana; e inmediatamente después, comenzarán los contactos directos y formales
con el Fondo Monetario Internacional (FMI).
escritorio las
líneas generales y formales de lo que el oficialismo asegura, es un plan serio
de “estabilización y consistencia macroeconómica”. O dicho de manera más
sintética y directa; para el FMI, lo importante es que los números que en poco
tiempo Martín Guzmán presentará ante el organismo (en Washington o en Buenos
Aires), garanticen tres resultados innegociables para los acreedores. Que en
2020 el déficit primario no superará el 1%. Que la generación de dólares
continuará a un ritmo constante de u$s1.500 millones mensuales. Y que la salida
de divisas quede restringida a su mínima y casi simbólica expresión. Sólo así
desde la sede del organismo se aceptará pasar a la segunda fase de la
negociación: la fórmula para que Argentina pueda tener al menos dos años de
gracia en el pago del capital e intereses de los u$s44.500 millones que se le
deben al FMI.
El Presidente dio
ayer pistas sobre la situación con el organismo, ante un auditorio VIP. Alberto
Fernández almorzó (literalmente) con la cúpula de la Asociación Empresaria
Argentina (AEA), al afirmar que su administración “no está improvisando” y que
el FMI “aceptó esta lógica de trabajo”. “Le hemos pedido al Fondo Monetario
cambiar la lógica, que nos dejen construir un plan que sea sustentable y, sobre
la base de este plan, nosotros resolver cómo pagar la deuda. El Fondo ha
aceptado esta lógica de trabajo, no estamos improvisando. Tenemos un plan que
silenciosamente hemos construido durante dos meses”, dijo.
La señal que el
Gobierno tiene ahora desde Washington, es que una vez que todas las medidas
estén en funcionamiento, será la hora de abrir el primer capítulo serio de
tratamiento de la deuda externa argentina: la negociación con el FMI. La orden
que dio Alberto Fernández a sus ministros y funcionarios directa o
indirectamente involucrados en las medidas que, se descarta, se aprobarán en
los próximos días en el Congreso (ver págs. 10 y 11); es que durante toda la
próxima semana, estas estén reglamentadas y puestas en marcha. Especialmente
aquellas, como el flamante impuesto PAÍS (30% a las compras de bienes y
servicios y atesoramiento de divisas), que determinarían un rápido aporte
recaudatorio. Saben en el Gobierno que se hace imprescindible que una variable
clave muestre rápidamente resultados positivos: la recaudación impositiva, sí o
sí, debe estar en el primer trimestre de 2020 por encima de la inflación
mensual para que la promesa de un déficit fiscal controlado sea creíble.
Sólo entendiendo la
lógica de la mirada puesta en el FMI, se entienden la decisión del
Presidente de terminar volcándose a de la aplicación de retenciones a las
exportaciones, especialmente a la soja; suspender la fórmula de indexación
de las jubilaciones, avanzar sobre bienes personales y el molesto impuesto
PAÍS. Sabe que aplicando este duro ajuste se analizarán con mayor seriedad
las promesas de solvencia fiscal que la Argentina quiere plantear para comenzar
a renegociar la deuda con el FMI y los privados. Y que la idea de
garantizar un déficit fiscal primario ordenado para el 2020 y un
equilibrio para el 2021 es una promesa seria y una convicción. Que sea con un
ajuste sobre los privados y no sobre el gasto público, descarta Fernández, no
será una queja de los hombres de Washington.
El Presidente tiene
un antecedente que lo convenció. El propio organismo financiero había
presionado en la última semana de agosto de 2018 al gobierno de Mauricio Macri
al negociar la segunda versión del stand-by; para que aplique retenciones duras
y clásicas contra el campo y modifique la fórmula de indexación dentro del
sistema previsional; para garantizar la solvencia fiscal de las cuentas
nacionales ante el reclamo de una mejora de las condiciones del paquete de
desembolsos del organismo. Fue en una reunión en Washington, durante los
primeros días de septiembre del año pasado, donde Werner y el italiano Roberto
Cardarelli le reprocharon a Nicolás Dujovne, la poca solvencia en los números fiscales
que le mostraba el ministro de Hacienda. El entonces hombre fuerte de la
relación del país con el FMI, le aseguraba a sus interlocutores del Fondo; que
la intención del gobierno de Mauricio Macri era la de llegar este año a un
nivel final de déficit primario cero. El ministro se comprometía a demoler
todos los proyectos de obra pública, a congelar los gastos con proveedores, a
reducir cualquier atisbo de gastos superfluo; como garantía para lograr el
equilibrio fiscal.
En esa era los
hombres de Washington ya no creían en sus promesas, y le reclamaban mayores
esfuerzos fiscales para liberar el dinero que se negociaba. Al no haber mayores
avances en las negociaciones, avanzó el equipo negociador de Christine Lagarde
y, con los números fiscales sobre la mesa generados luego de la devaluación de
abril del 2018; sin mayores vueltas le reclamaron por un regreso a las
retenciones según el modelo que Macri había heredado del último kirchnerismo.
Al regreso de Dujovne a Buenos Aires, comenzó una batalla en el gabinete
macrista entre el ministro de Hacienda, al que acompañaba Marcos Peña; y el
titular de Agricultura Luis Miguel Etchevehere, que incluso amenazó con
renunciar si el proyecto avanzaba.
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