Por Héctor Torres- Las medidas contenidas en la llamada ley de solidaridad
social y reactivación productiva están dirigidas a generar un excedente fiscal
que facilite la reestructuración de la deuda pública. Son medidas muy severas,
tal vez más severas que las que hubiera pedido el FMI.
Como el Gobierno
decidió no solicitar los aproximadamente US$13.000 millones remanentes en el
acuerdo firmado por Mauricio Macri, no conocemos qué habría
"recomendado" el FMI. Pero el rigor de las medidas tomadas sugiere
que si el Gobierno prefirió no empezar por negociar con el Fondo esto no fue
para evadir medidas fiscalmente ambiciosas. Fue más bien porque hubiera sido
políticamente imposible presentar la "condicionalidad" del FMI como
inspirada en objetivos de "solidaridad social y reactivación
productiva".
Como era de
esperar, las medidas fueron bien recibidas por los acreedores (el riesgo país
bajó casi 600 puntos básicos). La campaña política pasada se edificó sobre la
estigmatización del adversario. Así, la fórmula Fernández-Fernández fue
presentada como el riesgo de "venezuelizar" a la Argentina. Algunos
acreedores tomaron esto en serio y se desprendieron de sus posiciones. El
contraste entre el supuesto "regreso del populismo" y la severidad
del ajuste fiscal promovido por el Gobierno explica el cambio de humor de los
mercados.
De todos modos, el
Gobierno tendrá que sentarse a negociar con el FMI. La concentración de
vencimientos prevista en el acuerdo firmado con Macri es de imposible
cumplimiento (equivalentes al 25% de nuestras exportaciones en 2022 y 2023).
Para que el riesgo
país siga bajando, será necesario "estirar" la deuda con el FMI. Los
acreedores privados saben que sin un nuevo acuerdo el default será inevitable.
Normalmente se
obtiene financiamiento del Fondo a cambio de "condicionalidad"
fiscal. El Gobierno invirtió el orden de estos factores. Pero los acreedores
privados entienden las razones políticas que explican esa alteración. Confían
en que la ley "de solidaridad y reactivación productiva" agilizará un
nuevo acuerdo con el FMI. Difícilmente el Fondo podría pedirnos un ajuste
fiscal mayor con 40% de pobres, una economía que lleva dos años en recesión y
ocho años de estancamiento.
Todos los analistas
acuerdan en que el paquete fiscal es muy ambicioso. La recaudación aumentará,
de eso nadie duda. Las estimaciones difieren sobre tres aspectos. El monto del
aumento, la capacidad del Gobierno de reprimir gastos y si la carga impositiva
dejará espacio para la "reactivación productiva".
La creación de
nuevos impuestos (a compras de divisas y compras en el exterior), el aumento de
algunos ya existentes (derechos de exportación, Ganancias y contribuciones
patronales) y la eliminación de la movilidad previsional (en principio por solo
180 días) deberían permitir un aumento de la recaudación. Los acreedores
manejan estimaciones que van de 1,5 a 2% del PBI. Un esfuerzo impositivo enorme
considerando que el PBI y la inversión son menores que en 2011 (4% y 4,69%,
respectivamente).
La capacidad del
Gobierno de ahorrar una parte del aumento impositivo es materia de
especulación. En buena medida, dependerá de cómo el Presidente use la
discrecionalidad política que le confiere la ley aprobada por el Congreso. Como
él mismo explicó, las jubilaciones ya no se indexan, pero tampoco están
"congeladas"; los aumentos los determinará él mismo, por decreto.
Estimar la
capacidad de las medidas de generar la inversión que permita una
"reactivación productiva" es todavía más incierto. El componente "solidario"
busca mejorar el ingreso de los que menos tienen. La devolución del IVA, el
plan Alimentar, el congelamiento de tarifas de los servicios y los dos bonos de
$5000 previstos para jubilados que cobren la mínima pondrán algo de dinero en
el bolsillo de los que tienen una mayor propensión al consumo. Si bien ese
dinero va a ser rápidamente gastado, su efecto multiplicador sobre la economía
es dudoso.
Hay tres factores
que explican esa incertidumbre. En primer lugar, el propio aumento de la
discrecionalidad política otorgada al Poder Ejecutivo potencia, por definición,
el riesgo de una inversión (particularmente, de las que generan empleo).
En segundo lugar,
porque buena parte del dinero que se pone en el bolsillo de los más pobres se
originará en aportes, forzosos, de otros sectores sociales que también tienen
una elevada propensión a consumir (clase media y jubilados que cobran por
encima de la mínima).
En tercer lugar,
porque las medidas fiscales anunciadas no constituyen un plan económico
integral. Sin un plan económico que articule la política fiscal con la
monetaria y la cambiaria, no se despertará la confianza de los que puedan
arriesgar su capital. Es auspicioso que el nuevo presidente del Banco Central
se haya comprometido a no aumentar la oferta de dinero por encima de su
demanda. Sin embargo, no es creíble (ni tampoco prioritario) comprometerse a
bajar la inflación a un dígito "hacia fines de 2021".
El Gobierno ha
heredado una situación económica muy crítica y ha decidido hacer frente a la
emergencia con medidas fiscales muy audaces. Son medidas que se explican por la
emergencia. Pero desincentivan lo que más necesita el país: producción, empleo
y exportaciones. Será necesario inscribirlas en un plan económico integral.
Será también indispensable que los acreedores hagan un esfuerzo
"solidario" similar o mayor al que se le impone al ciudadano que
trabaja y paga impuestos.
Exdirector por la
Argentina en el FMI y senior fellow del CIGI
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