Por Jorge Herrera
- El más menos 54% de inflación con
el que cerró el 2019 no sorprendió a nadie. Para este año los pronósticos
privados orillan, si todo sale bien, entre el 40 y el 44%. Si bien algunas
voces oficiales manifestaron su inquietud por las altas tasas de inflación
tanto el accionar del BCRA a
cargo de Miguel Pesce como el del Gobierno en su conjunto permiten aventurar
que no es un tema que desvele al oficialismo. Por ende, el sector privado
se prepara para convivir con otro año de alta inflación. Era obvio que no se le
podía exigir al Gobierno entrante un derrumbe de la tasa de inflación en el
corto plazo, sobre todo luego de haber descartado comenzar con la opción de
implementar un plan de estabilización. Pero el horno no está para bollos. No
hay mucho margen para experimentos.
El Gobierno
aspira, en el corto plazo, a ir desacelerando las expectativas inflacionarias bajo
el imperio del control de cambios, de un tipo de cambio real estable, de un
acuerdo de precios y salarios junto con un mesurado accionar del BCRA.
Sin embargo, lo que
acontezca de ahora en más y hasta fines de marzo será clave para lo que está
por venir. Es que a partir de ahora debería comenzar a regresar al sistema
financiero gran parte de la emisión de dinero inyectada en el último tiempo. La
actual política monetaria es mucho más laxa que la del Gobierno anterior, que
vale decir, de mucho no sirvió para bajar la inflación. Pero en el actual
contexto macro puede implicar jugar con fuego. En ese sentido la demanda de
dinero tiene la palabra. Puede esperarse que denominada demanda de dinero
transaccional, o sea, la que demandan las personas para sus gastos domésticos
se ajuste, un poco, al nuevo espectro de precios internos. Pero más allá del
efecto inflacionario no cabe esperar que el público quiera tener más pesos en
su poder de los que tenía antes de fines del año pasado.
El nivel de
actividad sigue adormecido, por ende, la demanda vinculada al devenir de la
economía se mantendría estable. Entonces, salvo que reaccione la demanda de
dinero con fines especulativos no parecería que el BCRA enfrentará un escenario
de mayor demanda de pesos. De ahí, la inquietud oficial por retener parte
de los pesos emitidos entre noviembre y diciembre pasado en el sistema
financiero vía colocaciones a plazo fijo indexadas por inflación. Es cierto que
el público tiene bien restringido el acceso a las divisas para atesorar (solo
u$s200 mensuales más el 30% de impuesto) pero siempre bajo el imperio de los
controles surgen mercados sustitutos siendo el “dólar blue” la expresión
tradicional del sentido de supervivencia criollo. Es seguro que parte de lo que
está por venir se reflejará en las brechas cambiarias respecto del tipo de
cambio oficial. A las empresas se le complica canalizar excedentes en el
mercado cambiario informal pero al público en general no, de modo que puede
verse mayor presión sobre el “blue”.
La laxitud del
nuevo BCRA también se plasma en las tasas de interés de referencia. Lo que
hasta ahora no se tradujo, por ejemplo, en una mayor oferta crediticia. Ello
con crecientes expectativas inflacionarias. Las tasas de interés pasivas,
que los bancos ofrecen a los ahorristas, han bajado sustancialmente volviéndose
netamente negativas. Por lo tanto no se descarta una merma en el stock de
depósitos privados.
Hay numerosos
estudios que demuestran que la inflación tiende a responder a movimientos más
amplios en los agregados monetarios, que a su vez se correlacionan con la base
monetaria, con cierto retraso. Si bien el Gobierno aplicó un ajuste para
equilibrar las cuentas fiscales, aún el BCRA debería continuar financiando
parte del déficit del Tesoro con emisión. A lo que se suman los vencimientos de
deuda en pesos, que de no lograr su roll-over implicará más emisión monetaria.
Además el BCRA tendrá que emitir para comprar las divisas generadas
por el superávit comercial lo cual implicará una fuerte absorción de no mediar
un aumento de la demanda de dinero. Se tiene que por delante el BCRA tiene más
para emitir que para absorber.
El horizonte se
despejaría, en parte, si por alguna causa el público está dispuesto a tener más
pesos en sus bolsillos o en sus cuentas bancarias. Por lo pronto, a cruzar los
dedos hasta el 31 de marzo que Dios sabe de qué se trata esa fecha límite. Se
puede patear la pelota para adelante pero todo tiene sus costos, sobre todo,
para la economía.
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