Por Virginia Porcella - Las ansiadas precisiones sobre las
expectativas que tiene el Fondo Monetario Internacional (FMI) respecto de la
negociación con la Argentina comienzan a llegar. Muchos de los principales
acreedores de la Argentina las recibieron esta semana en forma directa en Nueva
York, en el mismo escenario. Tanto el ministro de Economía, Martín Guzmán,
como el director para el Hemisferio Occidental del FMI, Alejandro Werner,
disertaron en el ámbito del Council of the Americas ante un auditorio
expectante.
Tras la primera reunión de trabajo en esa ciudad entre Guzmán y el
equipo del FMI asignado al país -la segunda de Werner, Julie Kosack, y el
jefe de la misión para Argentina, Luis Cubbedu- Werner había advertido
sobre la necesidad de “definir” y “comunicar” los lineamientos del plan
económico. El ministro de Economía le respondió horas más tarde con la
publicación del cronograma de pasos para renegociar la deuda, con fin el 31 de
marzo.
Entre esos lineamientos, es evidente, hay dos ejes centrales,
prácticamente excluyentes, que hacen a la negociación con Fondo para
reprogramar los vencimientos del crédito por USD 57.000 millones (de los que se
desembolsaron USD 44.000 millones): el déficit fiscal y la deuda. Paradójicamente,
el primero de ellos, la histórica obsesión de los técnicos del organismo por
las cuentas públicas, no surge como un gran obstáculo. Por el contrario, el
cierre fiscal de 2019, con un desequilibrio de 0,44% del PBI, en línea con lo
comprometido en el acuerdo hoy suspendido, es una base mejor que lo previsto.
Desde allí se podría lograr, este año, el equilibrio o incluso un mínimo
superávit fiscal gracias al paquete de ajuste lanzado por el Gobierno. La preocupación
por el orden de las cuentas públicas es compartida por el presidente Alberto
Fernández, quien lo expresó durante la campaña y lo repite ahora en la Casa
Rosada. Esta coincidencia resulta vital y allana el camino de la discusión.
Sin embargo, al margen de las características y condicionalidades que
podría tener un nuevo acuerdo, el enfoque de la oferta a los acreedores
privados para reestructurar la deuda es hoy el principal escollo para avanzar
rápidamente. O al menos en los tiempos confirmados por el Gobierno. “Algún
tipo de entendimiento para esa fecha tendrá que haber”, aseguraron fuentes
oficiales.
De acuerdo al cronograma publicado, que ya había sido anticipado en
Economía a un grupo de inversores, el marco del plan de sustentabilidad de la
deuda -no la oferta- se conocerá a mediados de febrero, entre el 12 y el 17, en
coincidencia con la misión del FMI que viste Buenos Aires. El apoyo a ese
plan del Fondo Monetario a esos lineamientos primero y, sobre todo, a la oferta
más adelante, sería un gran facilitador en la negociación con los
acreedores. De no contar con ese aval, probablemente los plazos se
extiendan ya que difícilmente los bonistas acepten prórrogas y quitas sin
conocer cómo será el nuevo esquema de vencimientos con el propio FMI,
fundamental para determinar la capacidad de pago de la Argentina. De
hecho, entre los acreedores se empieza a contagiar el temor de que Guzmán
avance con una oferta unilateral, tal como ocurrió en 2005 para salir del
default.
En esa oportunidad, también con las cuentas en orden como lo recuerda
Fernández cada vez que puede, el gobierno de Néstor Kirchner avanzó
con una propuesta a los acreedores que no contó con el apoyo del FMI. Tuvo una
aceptación de 76% de los acreedores. El resto terminó aceptando la misma oferta
cinco años más tarde, con excepción de los fondos buitres, conflicto que se
resolvió recién en 2016. El resultado de ese proceso fue la falta de
financiamiento, el principal riesgo que corre el actual Gobierno si opta por
una estrategia de alta agresividad.
Pero no sólo la discusión con los tenedores de deuda privados presenta
desafíos a la hora de sentarse con el Fondo Monetario. La deuda con el
mismo organismo también deberá reprogramarse, aunque sin ningún tipo de quitas.
El objetivo máximo al que podría aspirar el Gobierno es estirar los plazos a 10
años. Para lograrlo, deberá mostrar algo más que buena fe. De dónde sacará
los dólares, es decir, cómo hará para crecer y pagar será la incógnita clave
que deberá despejar para convencer al directorio del FMI.
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