Por Marcelo Falak
- La renegociación de la deuda pública, de cuyo desenlace dependen el perfil
económico que el país podrá darse y las condiciones, más holgadas o más
estrechas, que acompañarán todo el mandato de Alberto
Fernández, toma velocidad hacia su esperada conclusión el 31 de
marzo. En el camino, las posturas se tensan, surgen nuevas estrategias y
chicanas a un lado y otro de la mesa, el ministro de Economía Martín Guzmán presentará
por primera vez lineamientos clave del plan económico que dice guardar bajo
siete llaves y el Gobierno avanza hacia su objetivo de máxima: liberarse
hasta su finalización en 2023 de la obligación de atender vencimientos con el
principal acreedor de la Argentina: el Fondo Monetario Internacional (FMI).
Una dura advertencia a los tenedores de deuda bonaerense
La situación de la deuda de la provincia de Buenos Aires, en riesgo
inminente de default, se ha colado en la negociación nacional. Que el
gobernador, Axel Kicillof, haya decidido el último viernes extender hasta este
lunes, justo al filo del deadline final del miércoles 5, el plazo en el que los
acreedores pueden decir sí o no a su propuesta de extender el vencimiento de
capital de 250 millones de dólares del bono Buenos Aires 2021 (BP21) al 1 de
mayo (venció el pasado 26 de enero) indica, obviamente, que no logró el 75% de
aceptación necesario pero, además, una postura más dura que la esperada de
aquellos y la esperanza oficial de convencerlos en el estribo. Ante esto, en el
Ministerio de Economía de la Nación toman nota y consideran esta coyuntura una
prueba de fuego sobre la buena fe de los acreedores. Un rechazo de estos
sería considerado una señal negativa que, por su impacto potencial sobre la
sustentabilidad de la economía, advierten, podría llevar a que la propuesta
nacional termine siendo más dura que la prevista. La negociación se
desarrolla en varias mesas y las partes se muestran los dientes.
En la Casa Rosada dicen no entender la estrategia de los acreedores de
la provincia de Buenos Aires, a quienes se acusa de no valorar
suficientemente la decisión oficial de no haber formalizado ya en diciembre lo
que era un default de hecho heredado de las gestiones de Macri y María Eugenia
Vidal.
Guzmán ha dicho públicamente que un eventual default bonaerense le
pondría “ruido” a la negociación nacional. A pesar de eso, la Nación
mantiene la decisión de no socorrer al distrito para no salirse del orden que
ha planteado para el proceso: que termine primero la renegociación soberana el
último día de marzo para que después las provincias que necesiten hacer lo
propio inicien las suyas. Eso, obviamente, incluye a la de Buenos Aires,
lo que da un argumento a los bonistas a quienes se les pide el reperfilamiento:
cobrar ahora solo intereses y no percibir el tramo de capital, no asegura que
ese dinero aparezca el 1 de mayo, protestan, sino que entonces podrían
encontrarse ante una reestructuración que los obligue a optar entre la opción
de hierro de las quitas o el litigio.
Pese a ciertos rumores de las últimas horas sobre la posibilidad de un
rescate in extremis por parte de la Nación que evite un evento de crédito en el
principal distrito del país, en el Gobierno nacional siguen descartando
esa posibilidad. Es más, aseguran que la coordinación es total con la
provincia y que la estrategia se enmarca en el concepto de atender solamente
los vencimientos de intereses hasta el plazo
final establecido en el cronograma oficial para la conclusión de las
tratativas, esto es el 31 de marzo. El del BP21 es el único
vencimiento de capital, la única piedra en el zapato, que interfiere en los
plazos que se han previsto, lamentan.
¿Cuáles son las
chances de éxito o fracaso?
En lo que pretendió que fuera leído como una señal de buena fe en la
negociación de la deuda soberana, el Tesoro ha tomado del Banco Central
algo más de 4.500 millones de dólares a cambio de letras intransferibles justamente
para asegurarse los recursos con los que hacer frente a los pagos de intereses
de la transición. Además, a diferencia de lo que ocurrió en 2002, esta vez
se optó por negociar sin romper los contratos, algo que habría resultado fácil
hacer el 10 de diciembre último dada la situación de “virtual default” que el
presidente dijo haber encontrado al tomar posesión.
El plazo del 31-M no es caprichoso, como tampoco la decisión de atenerse
hasta entonces solo al cumplimiento de los vencimientos de intereses: las
obligaciones que se acumulan a partir de abril son imposibles de rollear dado
el astronómico riesgo país actual, superior a los 2.000 puntos básicos, y
también de honrar con las menguadas reservas disponibles. Cancelar capital
debilitaría de modo extremo a un BCRA ya complicado y abriría la puerta a una
caja de Pandora en materia inflacionaria.
Así las cosas, y dadas las dificultades de la negociación
bonaerense, quedaron atrás los días en los que el propio oficialismo
hablaba de “solución amigable” y “a la uruguaya”, esto es basada solamente en
una extensión de plazos y sin poda de capital y tasas de interés. La consigna
ahora es que la oferta a los bonistas “no será ni amigable ni agresiva, será
sostenible”. El subtitulado al inglés debe decir, seguramente, “más dura que la
esperada”.
El hecho de que el proyecto de ley de
Restauración de la Sostenibilidad de la Deuda Pública Externa (ya
sancionado por la Cámara de Diputados y cuya aprobación en el Senado debería
quedar completada esta semana) enmarque la renegociación en la ley de
Administración Financiera implica, como se sabe, que el acuerdo final
deberá cumplir con al menos dos de los tres criterios que establece esta
última: poda del monto adeudado, de la tasa de interés de los títulos o
extensión de los plazos de amortización. Adiós, Uruguay.
El éxito no está asegurado, claro. Las cláusulas de acción
colectiva, o antibuitres, adoptadas después de los traumas que dejó la última
renegociación, establecen requisitos diferentes según se trate de los bonos de
los canjes de 2005 y 2010 o los emitidos por el Gobierno de Mauricio Macri
entre 2016 y 2018. Como sea, en ambos casos resultan exigentes. En el
primero, el umbral de aceptación que obliga a todos los acreedores a allanarse
al canje es el de los dueños del 75% de las acreencias, además de un 66% de
cada serie involucrada. En cambio, los títulos más nuevos, posteriores a la
crisis de Grecia, dan dos posibilidades: o bien a un respaldo general del 75% o
uno del 66% del monto total y del 50% de cada título.
Un punto importante a tener en cuenta es que el proyecto de la ley de
Restauración de la Sostenibilidad de la Deuda no establece un monto específico
a renegociar, por lo que Economía tendrá allí la posibilidad de jugar con el
menú de bonos ofrecidos para mejorar las posibilidades de éxito.
Otra carta con la que cuenta el equipo negociador es el acopio de
información sobre los puntos de vista de los bonistas, generado en base a los
contactos mantenidos en Buenos Aires y por correo electrónico con los
acreedores que atendieron la invitación oficial a presentar sus puntos de
vista.
Sin embargo, el vaso medio vacío expone el carácter extremadamente
apretado del cronograma oficial, que les da a los tenedores, tras la
presentación de la oferta en la segunda semana del mes que viene, apenas dos
semanas para evaluarla y responder.
Como comparación vale recordar que el canje de 2005, más complejo que el
actual por haber involucrado a tenedores retail de diferentes nacionalidades,
un componente mayormente ausente hoy, implicó gestiones de dos meses después de
la publicación de la propuesta. Aún se recuerda la interminable danza de conversaciones
amables y de las otras con Nicola Stock, representante de la Task Force
Argentina (TFA) y de unos 50.000 pequeños acreedores italianos.
Hoy se advierte un panorama opuesto, ya que se está produciendo un
proceso de agrupamiento de fondos acreedores, lo que, si bien deja menos
actores al otro lado de la mesa, también los homogeiniza e incrementa su poder
de bloqueo de las mayorías reclamadas por las cláusulas de acción colectiva.
De hecho, algunos representantes de fondos importantes ya dijeron que el
plazo de dos semanas para decir sí o no es poco realista para una renegociación
que involucra nada menos que 313.000 millones de dólares y advirtieron que
litigar en Nueva York contra el Estado, como ocurrió en el pasado, es una
opción siempre abierta.
Hay plan y en
diez días se mostrarán sus puntos clave
Hasta el momento ha imperado el hermetismo respecto de las condiciones
de la propuesta a los bonistas. Asimismo, la decisión de esconder las
cartas en una negociación riesgosa, entablada con tahúres avezados, capaces de
mirar bajo el agua y proyectar cualquier meta de, por ejemplo, superávit fiscal
primario (antes del pago de deudas) en el perfil de los nuevos bonos que se
ofrecerán en canje.
Ese secretismo obligado complicó a Guzmán durante la reunión que mantuvo
el último martes 28 en Nueva York, en el marco del Consejo de las Américas, con
responsables de bancos y fondos de inversión, entre los que se contaron
gigantes como Black Rock, Merrill Lynch, Morgan Stanley, HSBC, Citi, PointState
y Citadell, entre otros. Estos preguntaron, tan reiteradamente como sin éxito,
por las metas fiscales y monetarias, así como por las políticas que permitirían
la restauración del crecimiento de la economía, condición de la que, según el
Gobierno, depende el pago futuro de la deuda.
Sin embargo, las autoridades económicas afirman que sí hay plan
macroeconómico y que cada medida de gasto o de modificación impositiva, como
las contempladas en la ley de Solidaridad Social y Reactivación Productiva
aprobada por el Congreso antes del final de 2019, nacen tras haber sido
cuidadosamente ponderadas. El concepto que subyace al laberinto de mejoras
para jubilados y receptores de ayuda del Estado, así como de incremento de
retenciones a las exportaciones y otros impuestos, se inscribe en la lógica de
un keynesianismo posible, o limitado, en el que cualquier incremento de la
demanda debe ser financiado de manera genuina y no en base a una emisión
descontrolada de moneda.
La secuencia de ese plan comenzó, entonces, por atacar los factores más
inmediatos de la caída del nivel de actividad. El segundo paso es restaurar la
sustentabilidad de la deuda. Consumada esa negociación, se verá el resto,
aseguran.
Mientras tanto, garantizan que existe un trade-off técnicamente
cuidado entre las políticas fiscal y monetaria, así como entre las de precios y
salarios, aunque sus detalles no se conozcan. Al respecto, el Tesoro se
congratula por haber restaurado el circuito de financiamiento en pesos a tasas
menores que las que rigieron sobre el final de la anterior administración.
Una certeza sobre las metas clave del plan económico surgirá de la
conclusión de la renegociación de la deuda, lo que determinará las necesidades
de ahorro fiscal para pagar los compromisos reperfilados y las posibilidades de
crecimiento de la Argentina, entre otras cosas. Pese a ello, en el Palacio de
Hacienda afirman que ya trabajan sobre varios escenarios
diferenciados. “Tenemos plan, pero lo que no van a ver, en medio de esta
incertidumbre, es un PowerPoint de esos que nunca se cumplen”, le dijo una alta
fuente a Ámbito.
De cualquier forma, la niebla comenzará a despejarse entre el 12 y el 17
de febrero, cuando, de acuerdo con el cronograma de Economía, Guzmán acudirá al
Congreso. Entonces detallará el horizonte fiscal suficiente, a su entender,
para hacer sustentable la deuda que surgirá del canje. Esas metas de superávit
fiscal primario serán crecientes en el mediano plazo, lo que involucrará la
gestión de Alberto Fernández y, acaso, algo más. En ese momento se conocerá cuánto
se dispone el país a pagarles a sus acreedores, justamente la carta que se ha
evitado mostrar hasta ahora.
El objetivo clave: liberar a Alberto del Fondo
El diálogo con el FMI, principal acreedor del país por 44.500 millones
de dólares, es “muy constructivo”, según declararon en público y en privado
tanto los funcionarios argentinos como los del organismo. Sin embargo,
insisten los primeros, que la propuesta que se formule a los acreedores
privados y al propio Fondo será ciento por ciento nacional.
Por decisión de Alberto Fernández, la Argentina rechazó recibir este año
lo que quedaba para llegar al tope del préstamo previsto en el acuerdo Stand-by,
esto es 56.700 millones de dólares. Si lo hubiese hecho, el sendero de
amortizaciones previsto habría implicado la devolución de 5.600 millones de
dólares este año, de 21.200 millones el próximo, de 22.300 millones en 2022 y
de 7.600 millones en 2023, último año de la actual gestión.
Más allá de que lo adeudado terminó siendo algo menor, los mencionados
44.500 millones, los vencimientos previstos son imposibles de cumplir, por lo
que se busca extender los plazos de devolución de un dinero que, en alrededor
de un 80% y en contradicción con la reglamentación del propio FMI, financió la
fuga de divisas.
El modo en que el organismo encuadre esa reprogramación es uno de los
temas de discusión más caliente. Por su parte, el Gobierno tiene dos objetivos
mayores: no comenzar a devolver ese capital antes de 2023, de modo de
despejar el camino financiero del actual presidente hasta el último día de su
(¿primer?) mandato, y no pasar del actual Stand-by a un
Programa de Facilidades Extendidas (EFF), que permitiría extender el período de
repago hasta los diez años.
El Gobierno le escapa al EFF como al coronavirus para evitarse las
condicionalidades más duras, en forma de reformas estructurales como la
previsional y la laboral, que establece ese tipo de asistencia, destinada “a
países que enfrentan problemas serios de balance de pagos a mediano plazo
debido a debilidades estructurales que requiere tiempo abordar (con) períodos
más largos de repago”.
Como se dijo, eso no dependerá solo de la voluntad
argentina. Aunque el FMI esté limitado por tener atado al país alrededor
del 60% de su capacidad prestable y aunque sea corresponsable del descalabro en
el que terminó el Gobierno de Macri, su voz sigue siendo poderosa. De
hecho, su condición de acreedor privilegiado (al que solo se le puede ofrecer
una extensión de los plazos de devolución de los créditos y, al revés de los
tenedores privados, no una quita) hace que el equipo negociador esté atento a
lo que opine acerca de la sustentabilidad de la oferta que se presentará a los
bonistas.
De eso hablarán Guzmán y la directora gerente, Kristalina
Georgieva, el 5 de febrero, cuando se encuentren en el Vaticano para
participar de un seminario económico. También será el tema a tratar con la
misión del organismo que llegará al país entre los días 12 y el 14.
El tictac suena implacable.
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