Por Walter
Graziano - Ni bien asumió, el Gobierno dejó claro que tenía una meta
inflacionaria para este año del orden del 40%. Después, fue el propio
presidente quien anunció que iba a tardarse varios años en llegar a una
inflación de un dígito anual. Ambas declaraciones no causaron, en principio, la
perplejidad que deberían. ¿Porqué estas declaraciones deben causar
perplejidad? Porque son dos de las principales variables económicas que
influyen en el ánimo de los argentinos: la inflación y el crecimiento. Alguien
podría aquí decir que el empleo o los salarios son tan fundamentales como
aquellas dos.
Pues bien, una
mejora en los salarios o en el nivel de empleo dependen centralmente de que
haya un crecimiento económico sostenido. De otra manera es imposible. ¿Y qué es
un aceptable nivel de crecimiento? Pues bien, en Argentina en el pasado una
tasa de crecimiento inferior al 3% anual prácticamente no se ha sentido en el
humor de la población, que en dichos años no fue bueno. Es lógico: con
crecimiento inferior al 3% los salarios reales y el empleo apenas aumentan, por
lo que la gente dista de estar contenta. En una franja de entre 3% y 4% de
crecimiento se percibe a nivel general una mejora en las variables. Se trata de
un crecimiento aceptable. Pero sólo eso: aceptable.
En las presentes
condiciones es probable que un guarismo de ese orden sea insuficiente para dar
vuelta el humor general de la población. Y es fácil entender por qué: con ese
crecimiento se puede recuperar de a muy poco el nivel de vida. Es mucha la
gente que está por debajo de la línea de la pobreza. Creciendo entonces al 3%
anual tardamos una eternidad en recuperar a esa gente, mucha de la cual, debido
a las durísimas condiciones sociales actuales, puede terminar siendo
irrecuperable. Necesitamos entonces crecer sostenidamente a más del 4%
anual para que se sienta de manera patente la mejoría en unos años.
Crecer al 4% anual
hoy no es fácil ni para Argentina ni para ningún país del mundo. Por caso, hoy
China está creciendo a algo más del 6% anual, lejos del crecimiento de dos
dígitos de otros años, lo que muestra que estamos inmersos en un mundo que está
en un estancamiento económico muy prolongado. A pesar de ello, resulta
obvio que el Gobierno tiene secretamente la intención de crecer a muy buen
ritmo. De otra manera estarían reconsiderando la meta de inflación del 40%
anual, o incluso la aseveración de que vamos a tener varios años la inflación
en dos dígitos anuales porque podría perder apoyo popular y ver erosionado su
capital político en poco tiempo, dificultándosele cualquier intento
reeleccionista. Pero ¿está la economía argentina en
condiciones de crecer más del 4% anual de manera sostenida? Exploremos la
posibilidad para ver cuán probable es.
Antes que nada, es
necesario advertir al lector que el consumo no puede ser una fuente permanente
de un crecimiento del 4% anual o más. Se podría quizás lograr un salto
importante en él con un programa económico serio que por ahora no aparece. Pero
un crecimiento sostenido del consumo al 4% anual no es algo que se puede
esperar de manera razonable. Este componente del PBI, el más importante, suele
crecer a niveles en torno al 2% anual en una gran cantidad de países y ese es
el nivel que podría esperarse para Argentina si todo sale bien y aparece algo
más de crédito. Pero no mucho más de manera estable, porque la deuda de los
consumidores a la larga conspira contra la salud de cualquier plan económico.
Por el lado del
gasto público -otro componente muy importante del PBI- tampoco hay que esperar
milagros. Con los condicionantes que tiene Argentina a la cual no se le presta
dinero fresco, el gasto público no puede crecer gran cosa. Es más, es posible
que tenga que bajar.
El tercer
componente del PBI, las exportaciones, tiene una baja incidencia en la tasa de
crecimiento porque la economía argentina exporta poco al mundo; si encima
tenemos en consideración que cerca de la mitad proviene de exportaciones no
manufactureras del agro, podemos concluir que por este lado no se puede crecer
gran cosa si no aumenta fuertemente la inversión, que es el cuarto componente
del PBI. Este componente suele estar en torno al 20% del PBI en países
normales. La inversión cuando crece puede hacerlo de manera sostenida incluso a
niveles de dos dígitos anuales, repercutiendo también en las exportaciones, por
lo que esta es la salida verdadera para un país que se encuentra en las
condiciones de Argentina.
Ahora bien, hoy en
Argentina tenemos una situación de debilidad en las reservas del Banco Central
que ha llevado a instaurar un control de cambios. No se discute la
oportunidad de la medida porque ningún país que cae en la situación en que cayó
Argentina está en condiciones de tener una cuenta capital del balance de pagos
totalmente liberada o de no nacionalizar el superávit de balanza comercial para
poder pagar la deuda. Pero el control de cambios no es inocuo. Es una fuerte
distorsión económica que afecta seriamente a la inversión por varios frentes.
Veamos cuáles.
Este control de
cambios afecta la inversión en bienes exportables de manera severa. Quien
pensaba en invertir en Argentina para poder exportar al exterior hoy sabe que
deberá vender dólares a $63 para materializar su inversión, y además sabe
también que cuando exporte deberá liquidar sus dólares a la cotización oficial
comercial. Si llega a necesitar crédito, sabe que será imposible conseguir
dólares prestados y si se decide a tomar un crédito en pesos, corre un gran
riesgo porque al haber una tendencia secular en Argentina a coquetear
fuertemente con el atraso cambiario, sabe que su deuda en término de dólares
puede crecer fuera de control. Encima, si gana, sólo podrá retirar una parte de
los dividendos de su inversión al cambio oficial, y en la medida de que siga
invirtiendo.
O sea que la
exportación es cuádruplemente discriminada por el control de cambios, agravado
esto por la tendencia a atrasar el dólar. Primero se la
castiga al momento de realizarse la inversión. Luego se la castiga a la hora de
empezar el negocio, a la hora de tomar prestado, a la hora de materializar las
ventas al exterior y a la hora de cosechar las ganancias. Como se ve la
inversión para exportar prácticamente es arruinada por el control de cambios.
Sin embargo, no sólo la inversión exportadora es víctima de la situación. El
mismo factor, el control de cambios, también afecta la inversión para importar
y para vender localmente. Nadie va a estar feliz de vender dólares a $63 para
invertir, nadie va a estar contento de no poder retirar dividendos al mismo
tipo de cambio al cual invierte, todo inversor en el negocio importador va a
pensarlo dos veces antes de traer dólares a $63 para colocarlos en un negocio
de venta de productos al exterior que hoy pueden traerse a ese dólar, pero que
quizás mañana haya que traerlos a un dólar real muchísimo más alto como es
probable en una economía que tiene los problemas de la Argentina.
Estamos ante un
dilema entonces: por un lado, no se puede estar sin un control de cambios;
por el otro, el control de cambios nos condena a crecer poco si es que se puede
crecer. Un nudo gordiano. El primer paso para encontrar la solución pasa por
transformar este dilema en solo un problema. No es fácil, pero no cabe más
remedio que hacerlo, a no ser que a este Gobierno no le interese ir dejando
popularidad y votos mes tras mes, cosa muy improbable.
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