Por Alejandro
Radonjic - Con su tradicional mirada lúcida, el analista internacional Tomás
Múgica, en diálogo con El Economista, analiza los primeros pasos externos de
Alberto Fernández, así como los desafíos y oportunidades que esconde un
escenario mundial dinámico.
Fernández
sorprendió con su viaje inaugural. Eligió Israel. ¿Qué mensaje buscó dar?
El viaje de Alberto
Fernández a Israel puede analizarse en varios planos. Primero, se debe tener en
cuenta la ocasión en la que se produce: la conmemoración del 75° aniversario de
la liberación de Auschwitz. Un evento de enorme transcendencia internacional,
como lo prueba la asistencia de representantes de más de 40 países, incluyendo
figuras como Emmanuel Macron, Vladimitr Putin y el vicepresidente de Estados
Unidos, Mike Pence. La asistencia de un presidente a una solemnidad de estas
características, entonces, posee un significado per se: se enmarca en la
defensa de la democracia y los Derechos Humanos que constituye un rasgo
característico de la política exterior argentina post-1983 y sirve a una
estrategia de construcción de prestigio internacional de nuestro país (“soft
power”). Segundo, Israel es un país importante para Argentina. Siempre lo ha sido:
nuestro país fue el primero en la región que estableció relaciones diplomáticas
con el naciente Estado de Israel en 1948 y cuenta con la colectividad judía más
importante de Iberoamérica, a lo cual se suman más de 80.000 argentinos
viviendo en ese país. En el terreno económico, el Mercosur e Israel están
vinculados por un Tratado de Libre Comercio -que entró en vigencia en 2011- y
el comercio bilateral argentino- israelí, aunque modesto (casi US$ 400
millones), tiene potencial de crecimiento; también el vínculo en otros ámbitos
como la cooperación científico-tecnológica. Ciertamente el Memorándum firmado
con Irán en 2013 generó malestar en el lazo bilateral, pero últimamente las
señales –como la decisión del gobierno argentino de mantener a Hezbollah en el
Registro Público de Personas y Entidades vinculadas a actos de terrorismo y su
financiamiento (RePET)– han sido positivas y así parece confirmarlo la
recepción que encontró Fernández por parte del gobierno israelí. Tercero, el
viaje puede ser leído como un gesto -entre otros- de acercamiento con Estados
Unidos, país cuyo apoyo es decisivo para la renegociación de las obligaciones
externas de Argentina. Estados Unidos es el principal aliado de Israel en el
mundo y la administración Trump es especialmente cercana al actual gobierno
israelí, tal como quedó de manifiesto en decisiones como el reconocimiento de
Jerusalén como capital y su propuesta de paz para Medio Oriente, lanzada hace
algunos días en la Casa Blanca con la presencia del Primer Ministro, Benjamín
Netanyahu.
La política
exterior no es un compartimiento estanco de la política doméstica. Es decir, la
primera debe entenderse como funcional a los objetivos de la segunda. En ese
sentido, ¿qué objetivos está persiguiendo el Gobierno de Fernández con sus
acciones iniciales? Parecería estar casi todo orientado a conseguir apoyo de
los países que más inciden en el FMI para que apoyen el pedido de postergar
pagos que realizará Argentina.
Política exterior y
política doméstica están íntimamente ligadas. En países como Argentina, con una
enorme deuda social, la política exterior debe focalizarse en la mejora de las
condiciones de vida a nivel interno. Desde esa perspectiva, el Gobierno debe
atender a la situación de emergencia económica, pero también responder a
desafíos de más largo plazo, como el acceso a mercados, el agregado de valor a
la producción, la atracción de inversiones para el desarrollo de
infraestructura, la defensa de los recursos naturales y la cooperación
científico-tecnológica. Hasta el momento, la política exterior del nuevo
Gobierno se caracteriza por la prioridad de la agenda económica y una
inclinación al pragmatismo, que matiza diferencias político-ideológicas en pos
de obtener resultados en otros terrenos. En cuanto al horizonte temporal, en lo
inmediato Argentina necesita una renegociación exitosa –es decir, que vuelva
compatible el pago de las obligaciones con el crecimiento económico- de su
deuda externa, tanto con el FMI como con los bonistas privados, para que su
programa económico funcione. Pero más allá de esa negociación, y con una mirada
de más largo plazo, Argentina debe reforzar lazos de confianza con sus
principales socios, que en función de su historia de inestabilidad económica y
vaivenes en su orientación externa abrigan dudas sobre su trayectoria a futuro.
Si analizamos las primeras acciones del Gobierno en materia de política
internacional, entonces, deberían leerse en clave doble: como respuesta a la
necesidad actual de aligerar el peso de la deuda, pero también como parte de un
intento de más largo aliento de recrear la confianza dañada por las crisis
recurrentes, mostrándose como un socio sólido y confiable. Con los matices del
caso, hacia allí se dirigen ciertos gestos de acercamiento con Estados Unidos y
con miembros prominentes de la UE como Alemania, Francia, España e Italia, la
apuesta por mantener un vínculo sólido con China, el intento de acercar
posiciones –tras algunos desencuentros iniciales- con el Gobierno brasileño y
el renovado énfasis en los vínculos con el resto de América Latina.
En el FMI, el
jugador clave es Estados Unidos. Hubo algunos “chispazos” bilaterales menores
en los últimos tiempos, pero no pasaron a mayores. ¿Tiene incentivos Washington
para apoyar a Argentina y qué pedirá a cambio?
Estados Unidos
tiene al menos dos incentivos importantes para apoyar una reestructuración
ordenada de la deuda argentina: en primer lugar, si atendemos a su vínculo con
el conjunto de América Latina, a Estados Unidos le conviene que nuestro país
logre superar la crisis económica en un clima de paz social, evitando de esa
manera sumar un nuevo foco de inestabilidad a una región que atravesó un 2019
convulsionado, con golpes de Estado (Bolivia) y fuertes movimientos de protesta
(Colombia, Chile y Ecuador), en un contexto de polarización política y bajo
crecimiento económico. Una Argentina estable es una contribución importante a
la estabilidad regional y ello es beneficioso para Estados Unidos. Segundo, con
una mirada de alcance global, América del Sur es uno de los tableros –aunque
ciertamente no el más importante- en los cuales se desenvuelve la disputa entre
Estados Unidos y China. Una Argentina sin apoyo de Estados Unidos implica un
país eventualmente más abierto a un estrechamiento de relaciones con China y es
una señal negativa para el resto de los países de la región, con la mayoría de
los cuales Estados Unidos mantiene una agenda positiva. En cuanto a qué podría
demandar Estados Unidos en contrapartida de su apoyo, lo más probable parece
ser una posición condenatoria ante el régimen de Nicolás Maduro en Venezuela y,
adicionalmente, algunos límites en la cooperación con China en áreas
consideradas sensibles, como la tecnología nuclear o la telefonía 5G. En
cualquier caso, habrá que esperar el avance de la negociación para comprender
más claramente los márgenes de negociación del Gobierno.
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