Por Ricardo Hausman
- La escena es muy familiar. Un gobierno reformista quiere impulsar el
crecimiento económico y el empleo implementando reformas de mercado destinadas
a lograr que el país se vuelva más atractivo a los inversionistas (muchas veces
extranjeros). Los responsables de las políticas entienden que estos inversores
tienen el dominio tecnológico, la capacidad organizacional y el acceso a
mercados que el país necesita desesperadamente. Se crean comisiones para
mejorar el desempeño del país en el índice Doing Business del Banco Mundial, el
Informe de Competitividad Global del Foro Económico Mundial o en otros de los
certámenes de belleza promovidos por un inmenso conjunto de rankings
internacionales.
El gobierno
reformista supera las extenuantes peleas con los legisladores y la sociedad
civil, que lo acusan de anteponer los intereses de los inversionistas a los de
su propio pueblo. Pero, con perseverancia, adopta con éxito reformas que
mejoran los rankings del país y recibe una cobertura elogiosa en la prensa
internacional. La impresión que el mundo experto tiene del país (y hasta
de los gestores de dinero) cambia significativamente para mejor. Y luego el
gobierno espera que llegue la inversión extranjera. Y espera. Y, como en la
famosa obra de Samuel Beckett, las inversiones, al igual que Godot, nunca
aparecen.
Para evitar este
atolladero, los gobiernos necesitan capacidades de organización que vayan
más allá de la máxima de Adam Smith de que no tienen más que garantizar “la
paz, impuestos razonables y una administración tolerable de la justicia”. Por
lo menos, tienen que hacer tres cosas más.
Primero, el
gobierno necesita interactuar con las actividades económicas existentes para
identificar qué puede hacer para mejorar su productividad, ya sea cambiando
reglas, infraestructura u otros bienes y servicios ofrecidos por el
estado. Estas interacciones tienen que estar bien focalizadas, por lo
general a lo largo de cadenas de valor, para permitir la identificación de
problemas suficientemente detallados. Por esta razón, los ministerios de
Economía deben organizar muchas de estas interacciones, como sucede con los
consejos de deliberación que empezaron hace más de un siglo en Japón y que han
sido emulados en otras partes. Hay más de 200 consejos de este tipo en Japón,
inclusive hasta para la lucha de sumo.
Segundo, el
gobierno debería movilizar a la sociedad y a las empresas nacionales y
extranjeras para explorar el “adyacente posible”: las actividades que no
existen, pero para las que prácticamente está casi todo el ecosistema
requerido. Esto exige que personas dentro y fuera del gobierno imaginen lo que
no existe, descifren lo que hace falta para establecerlo y determinen si sería
tanto factible como valioso para la sociedad. Este proceso exploratorio es
costoso y riesgoso, aunque avances recientes como el Atlas de Complejidad
Económica lo vuelven menos impredecible, al revelar información relevante para
evaluar la viabilidad y el atractivo de nuevas industrias potenciales. Para
implementar estas estrategias, los gobiernos tienen que reformar sus actuales
agencias de promoción de la inversión, que muchas veces no hacen más que
autorizar o acompañar a los inversionistas. Por el contrario, estas entidades
deberían ayudar a promover la estrategia de diversificación del gobierno identificando
a las empresas extranjeras que están en una industria deseada, pero todavía no
en el país, formular el caso de negocio a favor de la inversión y liderar las
negociaciones.
Tercero, y más
polémico, los gobiernos muchas veces necesitan poseer una corporación que
facilite la inversión en nuevas áreas estratégicas y gestione las actividades
generadas por las inversiones estratégicas previas. Estas corporaciones se
pueden crear como holdings empresariales para empresas estatales ya existentes
que actualmente reportan a sus respectivos ministerios sectoriales. Estos
ministerios deberían dedicarse a sus funciones regulatorias, dejando que el
holding realice una supervisión financiera y operativa minuciosa y ejerza los
derechos de propiedad como accionista en nombre de la sociedad. El holding
también puede capitalizarse con activos que el gobierno ya posee.
Estas corporaciones
deberían destinar parte de sus ganancias a actividades de pre-inversión en
nuevas áreas potenciales y usar su conocimiento del país para crear empresas
mixtas con firmas que tengan conocimiento de industrias específicas. De hecho,
al participar con equity, la corporación puede participar en la creación de
valor que generan los esfuerzos del gobierno por reparar el ecosistema. La corporación
también debería explorar oportunidades de desinversión de las empresas que
posee para liberar el capital necesario para promover la estrategia de
diversificación económica.
La sabiduría
convencional desalienta a los gobiernos a crear estas corporaciones con el
argumento de que los riesgos de una mala gobernanza y de un mal desempeño son
demasiado grandes. Una estrategia alternativa más útil sería desarrollar las
herramientas y los mecanismos para garantizar una gobernanza que sea buena y
que mejore con el tiempo. Estados financieros auditados y publicados, una
alta capacidad técnica (facilitada por salarios y carreras profesionales que
sean competitivos con el sector privado), consejos asesores de peso con
participación extranjera y alianzas con instituciones como la Corporación
Financiera Internacional (el brazo de crédito del sector privado del Banco
Mundial) podrían crear el contexto apropiado para la excelencia.
Una vez que los
gobiernos hayan tomado estas medidas, quizá ya no tengan que esperar por Godot.
Simplemente, podrían salir a buscarlo.
*Ex
ministro de Planeamiento de Venezuela, profesor en Harvard’s John F. Kennedy
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