Por Néstor O. Scibona - Al más puro estilo argentino, el diario Crónica tituló "Pagadiós" su tapa de la
edición de anteayer al informar sobre el comunicado de la misión del Fondo Monetario Internacional,
que fue celebrado como un aval por el gobierno de Alberto Fernández y recibido con
preocupación por los mercados externos.
Si bien mucha gente debe sentirse identificada con esa idea,
el concepto es erróneo. La deuda siempre
se termina refinanciando o pagando, por las buenas o por las malas. Y en el
hipotético caso de un default, la economía sufre las consecuencias. La
Argentina lo sabe por experiencia: sin ir más lejos, en menos de 40 años hubo
tres (1982, 2001 y 2014). Para evitar un cuarto episodio, la situación actual
es equiparable a una convocatoria de acreedores para reestructurar las
obligaciones bajo legislación extranjera. El Fondo está excluido por su
carácter de prestamista de última instancia y acreedor privilegiado -solo
podría extender, sin quitas, los vencimientos concentrados entre 2021 y 2023-,
aunque su rol de supervisor de la política macroeconómica a futuro es clave
para la decisión que adopten los acreedores privados.
En este marco, el comunicado del FMI no marca el fin, sino
el comienzo de otra temporada de la extensa serie sobre el endeudamiento
estatal argentino, que por ahora tiene final abierto. El último capítulo
terminó con la fallida gestión económica de Mauricio Macri, la devaluación
pos-PASO, otro cepo cambiario y al borde del default. El próximo se asemejará a
un juego de billar con carambolas a tres bandas, donde los protagonistas para
llegar a acuerdos serán el gobierno de Alberto Fernández, el organismo y los
mayores fondos de inversión internacionales (como Templeton, Blackrock,
Fidelity o Pimco) que concentran el mayor porcentaje de bonos emitidos bajo ley
extranjera.
Otra novedad, más previsible, es que los dos primeros
jugadores coinciden conceptualmente en el diagnóstico y la voluntad de acordar,
aunque todavía sin un plan explícito ni números para poner sobre la mesa de
negociaciones.
La misión del Fondo no solo consideró insostenible la deuda
pública argentina, sino además que "no es económicamente ni políticamente
factible" alcanzar el superávit fiscal primario (sin intereses) que se
necesitaría para reducirla y refinanciarla, así como crear las condiciones para
que crezca el PBI y pueda reducirse la pobreza. O sea, un símil de la consigna
oficial de crecer para poder pagar. De ahí que requirió "una operación de
deuda definitiva, que genere una contribución apreciable de los acreedores privados"
para ayudar a restaurar la sostenibilidad.
Esta última frase fue interpretada inmediatamente como el
reclamo de que acepten una quita significativa del capital adeudado -en línea
con el planteo del organismo en otras reestructuraciones-, aunque no está mencionado
expresamente en el comunicado. Sin embargo, una quita nominal, ya sea mediante
el canje por nuevos bonos o la reformulación de los actuales, podría ser parte
de un menú con otras opciones.
El economista Miguel Kiguel, director de la consultora EconViews,
cree que también podría incluir una quita a corto plazo del cupón de intereses
con capitalización posterior y bajar después la tasa de 5/6% anual, así como la
extensión de plazos de los bonos más cortos a través de un período de gracia.
También Julio Piekarz, exgerente general del Banco Central, concuerda con esas
variantes y con que la carga de intereses baje al 2% del PBI, que implicaría
una reducción de un punto y medio con respecto a la actual.
Otra coincidencia que comparten la mayoría de los especialistas
es que será prácticamente imposible completar el proceso de reestructuración
para el 31 de marzo, según el plazo que se autoimpuso la Casa Rosada.
Por un lado, la negociación con los acreedores privados
tiene como principal incógnita el programa económico que presentará el Gobierno
para apoyar su propuesta. El FMI expresó que sus técnicos tuvieron reuniones
muy productivas sobre los planes y políticas macroeconómicas (sic), cuyos
lineamientos fueron expuestos hace diez días por el ministro de Economía en el
Congreso. Además, destacó las medidas adoptadas para atacar la pobreza y
estabilizar la economía. Si hubiera que atenerse a la letra del comunicado, el
Fondo estaría avalando el sendero fiscal trazado por Martín Guzmán, quien
planteó como escenario probable que el equilibrio se alcanzaría en 2023, para
pasar a un superávit primario (sin intereses de deuda) de 0,6% a 0,8% del PBI
en los años siguientes.
Hasta ese momento, los analistas de Wall Street daban por
descontado que en 2020 se mantendría un déficit primario similar al de 2019 (de
0,5% tras la sanción de la ley de emergencia que subió impuestos y suspendió
por seis meses la fórmula de movilidad jubilatoria, sin la cual habría trepado
a 2,6%), pero que se llegaría a un superávit de al menos 1% antes de 2023. La
conclusión fue que a menor esfuerzo fiscal habría mayor exigencia de quita; que
la reestructuración podría complicarse y que, aun en caso de un acuerdo, la
Argentina tardaría varios años en volver a los mercados externos para renovar
los vencimientos ( roll over) y pagar
solo intereses, como la mayoría de los países. A esto se suma el
"prontuario" del país en materia de incumplimiento de contratos. Por
eso los bonos argentinos sufrieron nuevas bajas y el riesgo país se mantuvo por
encima de los 2000 puntos.
Precisiones
Guzmán afirmó además en el Congreso que el programa
macroeconómico del Gobierno estaba "muy definido", pero no lo daría a
conocer, lo cual incrementó la incertidumbre. En algunos despachos oficiales
explican que esa contradicción obedece al trazado de distintos escenarios sobre
la renegociación de la deuda en moneda extranjera y la renovación de los
vencimientos en pesos, que por ahora impiden extender el horizonte económico.
También deberá calcularse el impacto del descongelamiento gradual de tarifas en
la segunda mitad del año, también previsto en la ley de emergencia. Aun así, se
supone que antes de negociar los acreedores van a pedir esas proyecciones para
evaluar la credibilidad y viabilidad de la propuesta, al igual que precisiones
sobre si la extensión de plazos para la deuda con el Fondo requerirá un nuevo
acuerdo stand-by, aunque no incluya desembolsos.
Por otro lado, desde el punto de vista operativo, el
cronograma oficial se perfila demasiado ajustado para completar el proceso en
poco más de un mes. En los próximos días el Ministerio de Economía deberá
designar un banco asesor (como candidatos se menciona al Citi, JP Morgan, Bank
of America y Merrill Lynch, con el apoyo de algún europeo, como Santander o
Lazard Frères), cuya misión inicial sería tantear a los grandes fondos de
inversión sobre el grado de aceptación a un acuerdo y sus expectativas sobre el
rendimiento de los títulos a reestructurar. También deberá definirse si la
votación para aplicar la cláusula de acción colectiva (que requiere 66% de
aprobación) será por bono (serie) o en conjunto y si incluirá a los bonos del
canje de 2005 (con cláusulas de 75 y 85%), que en el caso del Par tienen una
tasa de 3%, a diferencia del Discount con 8%. A esto se suma la deuda de las
provincias, cuyos vencimientos para 2020 ascienden a US$9000 millones, con
Buenos Aires a la cabeza.
Con principio y final abierto, más el ruido que introdujo el
extemporáneo reclamo de Cristina Kirchner por una quita en la deuda con el FMI
(no mencionada en el comunicado del organismo ni del Ministerio de Economía),
la urgencia del Presidente por la reestructuración tiene otros motivos. No solo
obedece a la necesidad de extender el horizonte económico, aunque no esté claro
con qué políticas se impulsará el crecimiento productivo a base de mayores
inversiones y exportaciones, que es la otra clave de la sustentabilidad a
futuro de la deuda. Otra razón es que la herencia recibida en este terreno no
deja mucho margen de maniobra y que varios errores no forzados del Gobierno
(con los vencimientos del bono bonaerense BP 21 y el bono Dual AF 20) dañaron
prematuramente la credibilidad de su estrategia de negociación.
La diferencia con otras crisis de deuda fue explicada por la
economista Marina Dal Poggetto, directora de la consultora EcoGo, en un
artículo publicado por el diario El Cronista Comercial.
"No es 2003, cuando el default ya se había producido y la Argentina tenía
abultados superávits gemelos. Tampoco es 2012, cuando se entró al cepo ya sin
superávits gemelos, pero con reservas del Banco Central equivalentes a dos
veces los vencimientos del Tesoro nacional de los cuatro años siguientes. Hoy
las reservas netas del BCRA apenas alcanzan para financiar la mitad de los
vencimientos en dólares de 2020", describió.
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