Por Diana
Mondino - Quienes se interesan en
temas económicos deben tener siempre en cuenta dos elementos vitales: la
restricción presupuestaria y los incentivos. Si, ya sé, se suele decir que la
oferta y la demanda son lo más importante, pero es que precisamente las mismas
están condicionadas por estos dos elementos. La restricción presupuestaria
indica que los recursos son escasos y deben ser asignados de la mejor manera
posible. Nada más y nada menos; hasta ahí llega la economía. La política es la
que define cuál es la mejor manera posible respondiendo dos preguntas muy
básicas: ¿De quiénes obtener los recursos? ¿Dónde asignar los recursos?
Para que la política pueda actuar se debe analizar los
efectos de sus decisiones. ¿Quiénes y cómo se ven beneficiados o afectados?
¿Cuánto impacto habrá en su comportamiento actual y futuro? De eso se tratan
los incentivos: son los estímulos o motivaciones para la conducta económica.
Las personas actuamos diferente ante el garrote o la zanahoria, el castigo y la
recompensa. Los elementos de restricción presupuestaria e incentivos están
presentes en (prácticamente) todas las decisiones de nuestra vida.
Los impuestos
son tanto recursos como incentivos y cuando se aplican, por loable que sea el
objetivo a alcanzar, al mismo tiempo se está castigando al que lo paga. Muchas
veces se ponen impuestos tan altos que desincentivan completamente la
actividad. El punto apropiado para poner impuestos es muy difícil de
identificar y debe mantenerse un cierto nivel de actividad económica. Por eso
los impuestos son muy diferentes cuando son sobre un stock (por ejemplo, valor
de automotores o inmuebles, etc.) o sobre un flujo (ingresos, ganancias,
exportaciones, etc.). Los stocks no se crean o desaparecen rápidamente, pero
los flujos sí lo hacen.
Sin embargo, nuestros gobiernos parecen ignorar algo tan
básico. Se definen gastos sin asignar prioridades ni respetar límites y se
cargan impuestos sin considerar sus consecuencias. Se privilegia el corto sobre
el largo plazo, lo que explica la falta de crecimiento argentino. Algunos
impuestos sobre stocks son tan elevados que carcomen justamente el stock o
capital. Al mismo tiempo, algunos impuestos sobre flujos desincentivan la
producción o trabajo. Entonces, ¿por qué tomar estas medidas?
La respuesta es
que las medidas o remedios están vinculadas a un diagnóstico. Si éste es
equivocado, las medidas no darán el resultado buscado. Si adicionalmente las
medidas ni siquiera son las apropiadas para el diagnóstico (equivocado) nos
enfrentamos a una situación donde es difícil predecir el resultado.
El diagnóstico
del gobierno actual fue que había un problema de actividad económica y un
faltante de dólares para pagar la deuda. Creo que esa es la consecuencia pero
no el origen del problema. Lo relevante es entender por qué había/hay poca
actividad y porqué hay problemas con la deuda.
En base a este diagnóstico se aumentaron impuestos al comercio exterior a
través de retenciones, el impuesto solidario, restricciones a importaciones, y
volver a viejos métodos "manuales" de autorizaciones diversas. En la
creencia de que es necesario tener más dólares se llega a un comercio exterior
hiperreglamentado, discrecional y con serios problemas de rentabilidad. Será
muy difícil que las exportaciones crezcan y las importaciones serán muy
costosas. Ninguna de estas medidas permitirá crecer sostenidamente nuestra
balanza comercial, y su resultado será efímero. A la postre habrá menos
dólares.
Si el
diagnóstico hubiera sido que es necesario que el gobierno tuviera pesos para
comprar los dólares de los exportadores, las medidas hubieran sido muy
diferentes: se hubieran auspiciado exportaciones para que haya más dólares cuyo
precio sería menor y que pudieran ser comprados por el Tesoro reduciendo otros
gastos de menor prioridad.
Con las medidas
actuales hay pocos incentivos a crecer en exportaciones. Los ingresos para el
empresario serán menores a lo previsto. Si las exportaciones no crecen es
difícil que el país crezca. Esperar que el consumo interno apuntale el
desarrollo es ingenuo, y aun cuando pudiera ser efectivo, no hay porqué
desarmar un sector que crecía para favorecer a otro. Tampoco hay medidas que
hagan crecer a otros sectores porque los ingresos que llegarán adicionalmente a
la base de la pirámide de personas con menos recursos sean detraídos de otras
personas. Sin dejar de lado los aspectos morales y de equidad que pudieran
hacer necesarias medidas de esta naturaleza, tengamos en cuenta que lo único
que se logra es reasignar entre diferentes personas el tamaño de la porción de una
torta que no crece.
Los incentivos
para crecer son vitales para el desarrollo de un país. Sin afán de ganancias,
innovación y superación es muy difícil que haya inversión, indispensable para
mejorar nuestra calidad de vida. Quien ingenuamente no crea en los incentivos,
puede confiar en J.M. Keynes que definió en 1936 los "Animal Spirits"
para identificar los elementos que guían el comportamiento económico. Cito
textualmente: "gran parte de nuestras actividades posi-tivas dependen más
del optimismo espontáneo que de una expectativa matemática, ya sea moral,
hedonista o económica".
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