Por Mariano
Cuparo Ortiz - Enero, el primer mes de Frente de
Todos en el
Gobierno, fue de alto gasto social
y de congelamiento tarifario, en línea con las promesas electorales. Esa política
determinó que, a pesar de un nuevo ajuste fuerte en obra pública, volviera el rojo primario después de
dos años: el déficit fue de $3.766 millones. La tarjeta
alimentaria, el bono a jubilados y beneficiarios de la AUH, más los subsidios a
la energía, se
destacan entre las explicaciones, junto con la continuidad de la recesión y el
adelanto de la liquidación de exportaciones sobre el cierre del 2019, que
continuaron moderando los ingresos.
Así, durante
enero los gastos treparon 50,6%, todavía un poco por debajo de la inflación, lo que determinó una caída real
de 1,5%. Pero
más moderados aún fueron los ingresos, que subieron sólo 40,3%, ya muy lejos
del IPC Nacional, con una baja real de 8,2%. La baja del poder adquisitivo, que
además de un efecto recesivo tuvo otro contractivo sobre la recaudación del
IVA, explicó el fenómeno, que ya venía ocurriendo durante Cambiemos. Lo que no
hubo, en este caso, fue ajuste sobre
el gasto.
Con todo, el dato de la vuelta del rojo
primario generó
ruidos en los acreedores y ese ruido tuvo ecos en los analistas de la city.
Ayer mismo, el ministro de Economía, Martín
Guzmán, terminó
con su gira de encuentros y reuniones con la directiva del FMI. E incluso con
los principales fondos de inversión tenedores de bonos, que tendrían poder de
veto sobre la oferta que presentará el Gobierno en dos semanas.
La relación entre los pagos de las obligaciones que genera la deuda y el resultado primario es clara: todo
lo que se ahorre el Gobierno en intereses, será margen para realizar gasto
fiscal e intentar reparar la pérdida del poder adquisitivo, vía subsidios a las
tarifas y vía transferencias como la del bono
jubilatorio o tarjeta alimentaria. Para los bonistas la ecuación se lee desde el otro
lado: todo ahorro en gasto primario es dinero que se puede destinar a la deuda.
Entre el incremento a las retenciones, y una potencial mejora en la
actividad, la expectativa es que la recaudación repunte hacia adelante. Por la decisión
política oficial esos recursos no alimentarían un superávit sino que daría margen para
algo más de impulso fiscal a la economía.
"La recaudación mostró una performance por debajo de la inflación,
lo que esperamos que se revierta en el mediano plazo", sostuvo ACM. Desde
LCG afirmaron: "No esperamos que haya un recorte muy fuerte en el gasto
durante este año. La mayor presión impositiva, aprobada en la Ley de
Solidaridad,
apunta a dar alivio al Gobierno de cara a las necesidades del año, pero no a
alcanzar rápidamente un sendero de superávits fiscales.
Desde
la Secretaría de Hacienda destacaron que sin la influencia de la tarjeta
alimentaria y el bono a jubilados y AUH las cuentas hubiesen estado
equilibradas, con una suba del gasto de sólo 41%.
El economista Sergio
Chouza dijo
a BAE Negocios: "Se ve plasmada la decisión
política de no ajustar. Si se comprimiera el gasto, estaría más equilibrado. La
definición política es resignar
grados de consolidación fiscal en estos primeros meses pero evitar una política de
ajuste, que fue lo que fracasó en los últimos dos años. Mucho del resultado de
enero es inercia negativa en los ingresos, por la recesión. Son ingresos
famélicos, insuficientes, que se van a ir recuperando muy lentamente cuando se
recomponga el nivel de actividad".
Los datos duros de enero mostraron que las prestaciones sociales
treparon 61,5% y picaron en punta (la tarjeta alimentaria y las jubilaciones
inyectaron $23.350 millones), lo que implicó una suba real de 5,6% interanual.
Los subsidios, traccionados exclusivamente por la energía, crecieron 47,4%
real. La obra pública, en cambio, siguió siendo la variable de ajuste y cayó
57,6% real.
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