Por Virginia Porcella
- Ni en sus peores pesadillas el presidente Alberto Fernández se
imaginó, cuando refería a su experiencia en la gestión de Néstor Kirchner,
que a poco de andar su mandato debería recurrir al manual de medidas de crisis
que estaba vigente cuando le tocó asumir a su antecesor, Eduardo Duhalde,
en medio de uno de los períodos económicos más complejos de la economía
argentina. Pero la realidad de la pandemia del coronavirus se impuso y, a las
medidas inéditas de aislamiento obligatorio y sus consecuencias, se suman
día a día decisiones económicas para paliar el impacto en distintos sectores.
Muchas de esas decisiones remiten a medidas que quedaron en el repertorio de
aquellos años.
La suspensión de
desalojos, el congelamiento del valor de los alquileres, la prohibición de
cortes por falta de pago de los servicios públicos, la falta de ajuste de las
cuotas de los créditos hipotecarios, son los instrumentos elegidos en estos
días que más se asemejan a las iniciativas aplicadas por entonces que, a
diferencia de hoy dadas las circunstancias, fueron sancionadas por ley y
prorrogadas durante un tiempo.
Todas esas medidas,
sin embargo, son aplicadas ahora con bisturí: en la letra chica, se recortan
los alcances y beneficiarios, además de la limitación en el tiempo. La
prohibición de corte de suministro de servicios, por caso, no es generalizada
sino dirigida a sectores vulnerables. Lo mismo ocurre con la imposibilidad de
ajustar alquileres, que incluye la aclaración del diferimiento de ese
incremento una vez superado el peor momento de la emergencia. Claro está,
la experiencia de hace dieciocho años atrás así lo indica, que estos paliativos
podrían extenderse, ya con la intervención del Congreso.
En cualquier caso,
nuevos efectos que generan la cuarentena, como el derrumbe de ingresos para el
sector público en todos sus niveles , y otros que se arrastran de los últimos
meses, como la renegociación de la deuda, retrotraen la película a 2002. En el
primer caso, porque vuelve a sobrevolar el fantasma de las cuasimonedas
emitidas por gobiernos provinciales sin recursos para pagar sueldos. En el
segundo, porque lo que ya estaba planteado como una batalla casi perdida
con los acreedores privados de la deuda, al menos en la primera ronda, ahora
pasó a segundo plano y lo que se posterga, o incluso anula, es la batalla en sí
misma.
Los planes
originales del ministro de Economía, Martín Guzmán, hasta el 10 de marzo
último, día que marcó el inicio del derrumbe histórico de los mercados
propiciado por la abrupta caída del precio del petróleo, apuntaban que los a
acreedores tendrían en los últimos días del mes una primera oferta sobre la
mesa para reestructurar su tenencia de bonos argentinos. Se trataba de una
primera propuesta extremadamente hostil que, se descontaba, alargaría los
tiempos de la negociación arriesgando un default.
Esos plazos, y
presumiblemente las condiciones de esa oferta, se modificaron y la intención
oficial apunta ahora a presentar una propuesta por la deuda hacia fin de abril.
Un gesto al mercado más que verdadera convicción en lograr un acuerdo a tiempo. En
lo inmediato, Guzmán anticipó el viernes pasado a los acreedores que se dejarán
de gastar reservas para pagar vencimientos de deuda.
El golpe del
coronavirus es tan profundo para la economía argentina -se prevé que sólo los
días de parate por la cuarentena profundizarían en más de 1 punto del PBI la
recesión, acercando la caída a 3% anual- pero tan amplio a nivel global que
resulta incierto, también para los funcionarios, el rumbo que podrían llegar a
tomar las negociaciones en los próximos meses, en un nuevo e inesperado
contexto de los mercados internacionales.
Por lo pronto, en
mayo vence la obligación de pagar unos USD 1.900 millones al Club de París,
pago por el que Guzmán ya venía reclamando una quita a los intereses de 9%
anual, pactado en 2014 por el ex ministro Axel Kicillof, hoy al frente de
la mayor de las emergencias como gobernador de la provincia de Buenos Aires.
La resolución de
ese pago, o la aceptación de los países que integran ese club, de digerirlo,
marcará seguramente un tono posible para abordarlo la cuestión de la deuda,
también con el Fondo Monetario.
Paradójicamente es
en este frente, el de la relación con el FMI, en el que el gobierno de Alberto
Fernández más se diferencia de la dura negociación que llevaron adelante
Kirchner y, antes, el ex presidente Eduardo Duhalde. Lejos de las posturas
inflexibles de la cúpula del organismo en esos tiempos, existe hoy una
coincidencia de diagnóstico y una fluidez de diálogo mucho mayor.
Presumiblemente también existe en Kristalina Georgieva, la directora del
FMI, y en el equipo que lleva el caso argentino, conciencia del delicado
equilibrio social en el que la pandemia dejará a la economía argentina. Pero,
igual que con los acreedores privados, esa pelea todavía no empezó.
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