Por Pablo Wende - Miguel Pesce ensayó una suerte de disculpa el
día después de haber endurecido el cepo cambiario hasta el límite. Le dijo a
una agencia internacional que las restricciones se suavizarían una vez que el
Gobierno termine la negociación con los acreedores. Le trasladó así
la responsabilidad a Martín Guzmán.
Un público pase de factura al ministro de Economía, que desde el 10 de
diciembre viene dando vuelta con la renegociación de la deuda, cayó en default
y ahora definiría la tercera prórroga para cerrar el canje, ante las dificultades
para llegar a un acuerdo definitivo con los bonistas.
El presidente del
Banco Central tuvo la “delicadeza” de no meterse con los USD 200 mensuales que
pueden comprar los ahorristas para atesoramiento, aunque limitó el
universo a quienes no hayan operado “dólar Bolsa” en los últimos noventa días.
Hubiese sido una medida muy difícil de digerir para la clase media que además
viene golpeada por los efectos de la cuarentena en la producción y el comercio.
Sin embargo, las
nuevas restricciones del cepo afectan particularmente a las importaciones.
Desde el campo hicieron oír las primeras quejas. El sector liquida al tipo de
cambio oficial de $70, pero que termina siendo $50 por efecto de las
retenciones. Y debe comprar insumos que ahora dejarán de estar relacionados al
dólar Banco Nación, sino que probablemente ajustarán al dólar financiero,
arriba de los $110.
Como si fuera poco con los efectos de la cuarentena, estas
nuevas restricciones cambiarias generarán otro importante golpe a la producción
que volverá más difícil la salida de la crisis.
La película ya es conocida. El cepo cambiario, provoca un
aumento de la brecha cambiaria, lleva a más restricciones a medida que avancen
los meses y es lo que pasó. Ahora afectando a los importadores, pero lo que es
más grave al ingreso de insumos para las empresas. Desde el BCRA aseguran que
se trata de una medida que apunta exclusivamente a evitar que las empresas
apuren importaciones para aprovechar el tipo de cambio barato. Pero en realidad
todas las operaciones entrarán ahora en un gran embudo, similar a las DJAI que
estuvieron vigentes entre 2012 al 2015. Y otro clásico: la discrecionalidad, el “dedo” del Estado
para definir quiénes sí están autorizados para comprar por el oficial y quienes
deberán conseguir los dólares por otras ventanillas, mucho más caras.
El paso del tiempo
fue además “perfeccionando” el cepo. A tal punto que ahora también
incluye los pagos de deuda al exterior. Aquellas empresas que se hayan
dolarizado a través del mercado bursátil (por ejemplo a través del “contado con
liquidación”) tendrán que vender primero esos activos para pagar deuda en
dólares. Es decir ya no podrán recurrir a las reservas del BCRA.
Estas medidas reflejan la escasez de dólares que sufre el
Central, que no para de vender desde Semana Santa. Desde entonces vendió casi
USD 1.500 millones de sus reservas para evitar un salto del tipo de cambio.
Con la tercera parte se hubiera evitado el default y
negociar desde otro lugar con los acreedores. Posiblemente hubiera sido mucho
más barato arreglar que seguir pateando el acuerdo. En el medio se pagaron USD
4.000 millones de la deuda, el BCRA tuvo que vender reservas para equilibrar el
mercado y los depósitos en dólares cayeron más de 1.000 millones.
Un informe del economista Fernando Marul describe en forma contundente cómo se llegó al
cepo recargado: “En mayo, el agro mejora la liquidación a USD 2000 millones,
que igual cae 30% interanual. Pero
simultáneamente el BCRA en mayo terminó vendiendo cerca de USD 1000 millones en
el mercado spot (y a su vez USD 2.000 millones en el mercado de futuros), por
lo que el faltante de mayo fue de USD 3000 millones. Esto explica el mayor cepo
a importadores, como veníamos advirtiendo. Es una situación
insostenible. Esperamos más controles y el candidato es el dólar ahorro”.
Nada asegura, sin embargo, que llegar a un acuerdo por la
deuda revierta la caída de reservas o permita de la noche a la mañana suavizar
los controles cambiarios. Pero no hay duda que ayudaría para reducir el clima
de desconfianza de los inversores.
Guzmán aseguró esta semana que ya está trabajando con su
equipo en el proyecto de Presupuesto 2021 y el escenario económico
post-pandemia. Allí estarán las claves para impulsar de verdad un repunte de la
actividad. Un informe del banco
Barclays asegura que la Argentina caería este año más de 8% pero que el año que
viene rebotaría arriba del 9%. Para que se dé semejante “milagro”
habrá que despejar el escenario de la deuda en primer lugar, pero también
avanzar con un verdadero plan económico que siente las bases para volver a
captar inversiones, tanto locales como del exterior.
En un grupo de chat empresario, uno de los banqueros más
encumbrados de la Argentina buscaba señales optimistas hacia el futuro. “No hay vencimientos de deuda durante todo
este gobierno y casi todo el próximo. Es más fácil que nunca negociar con los
sindicatos y el dólar real está otra vez en valores máximos, así que ya se hizo
un gran ajuste. La foto que queda después de arreglar con los bonistas es muy
buena, el tema es aprovecharlo”. Es la mirada del “vaso medio lleno” que
invita a no bajar los brazos y dejar en un segundo plano los problemas
económicos que vienen de arrastre y las dudas sobre las intenciones de la
coalición política gobernante.
La resolución de la deuda tendrá que seguir esperando
algunos días o quizás semanas. Pero las posiciones entre acreedores y el
Gobierno se acercan cada vez más. La nueva oferta de Guzmán mejoró en forma
significativa la anterior, pero todavía no llegó a lo que demandan los
bonistas. Los tiempos se vuelven muy relevantes. Si las negociaciones se
extienden la amenaza de los fondos es que se “acelere” la deuda y se avance a
la declaración de un default total. Sería el peor escenario y extendería
innecesariamente las negociaciones, pero ya con parte de los bonos en litigio.
Ya no es Guzmán, sino una decisión política que deberá adoptarse al máximo
nivel.
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