Si se toma esa fórmula como base correcta de medición, el
dólar de $65 de agosto pasado era en realidad bajo, dado que el país debía
afrontar fuertes pagos por vencimientos de la deuda frente
a los cuales ningún superávit de cuenta corriente factible podía hacer frente.
Teniendo en cuenta además que el acceso voluntario a los mercados estaba
cortado y sólo se poseía el “venenoso” respirador del crédito del FMI, luce
entonces claro que el nivel de equilibrio del dólar real en agosto pasado era
altísimo, mucho más alto que los $65 por dólar que ya parecían muy elevados.
Cuando se
observa esto entonces uno puede estar tentado de pensar que el actual valor de
$70 está entonces más desajustado que el valor de agosto pasado. Pero eso puede
ser caer en el error. De nuevo: no hay que hacer comparaciones intertemporales
para saber si un dólar real es sostenible en el tiempo o no lo es. Hay que
medir el dólar contra los “fundamentals” externos: el superávit o déficit de
cuenta corriente de sector externo y el acceso al crédito voluntario
internacional vis a vis los vencimientos de capital de deuda.
Valoración relativa
¿Qué dólar
tenemos hoy entonces? ¿Alto o bajo? Veamos: si Argentina termina arreglando con
los acreedores pagar -por poner una cifra- 1,5% anual durante los primeros años
de los bonos nuevos que se lanzan al mercado, habría que desembolsar por todo
concepto u$s1.000 millones anuales en concepto de intereses de deuda externa a
los bonos de legislación extranjera. Aún suponiendo un monto equivalente para
los bonos que se refinanciarán bajo legislación nacional -muchos de los cuales
están en poder de organismos del propio Estado- el monto total de intereses a
pagar es exiguo en comparación con el superávit de balanza comercial actual que
puede mostrar incluso cifras superiores a la de u$s1.000 millones para un solo
mes, en varios períodos del año. Si a ello le sumamos el hecho de que durante
los primeros años no habría que pagar vencimientos de capital, no es relevante
el hecho de que el financiamiento voluntario al país no se regenere de manera
rápida. ¿Qué significa esto entonces? Que sea bajo o alto, el nivel de dólar de
$70 puede resultar teóricamente sostenible durante un plazo prolongado.
Claro que
el hecho de que un dólar sea teóricamente sostenible no significa
necesariamente que a la postre lo sea en la práctica. ¿Qué quiere decir
esto? Que por más mantenible que un dólar real pueda resultar -y el nuestro
parece ser el caso- puede terminar siendo poco rentable para las exportaciones
industriales y del sector servicios a un punto tal que el país seguiría
dependiendo centralmente durante plazos muy prolongados de su sector exportador
agropecuario, que es precisamente algo que muchos gobiernos han intentado,
infructuosamente, modificar dado que depender centralmente de un sector
exportador centrado principalmente en el agro implica generar trabajo para sólo
10 millones de habitantes. Si
las cifras de pobreza están subiendo año a año y están ya en guarismos altísimos,
se debe en buena medida a que Argentina no tiene un sector exportador
industrial y de servicios competitivo a nivel internacional. Para lograrlo
necesita un tipo de cambio real más elevado que el actual.
Llegamos
entonces a un resultado paradójico: si nos despojamos del engañoso concepto
“dólar real alto/dólar real bajo” y nos introducimos en el debate más
fructífero de “dólar sostenible/dólar insostenible”, caemos en la cuenta de que
podemos llegar a estar frente a un dólar de $70 que ahora empieza a ser
sostenible merced al hecho de que casi no habría que pagar intereses y habría
que abonar cero capital durante años al exterior. El problema, claro está, es
que aunque sostenible, podemos estar frente a un dólar insuficiente para dar de
comer a 50 millones de habitantes. Un dólar compatible con altos niveles de
desempleo y pobreza, lamentablemente. Sin embargo, no hay dudas de que esto
representa un avance frente al inadecuado diagnóstico de “dólar real bajo” de
las comparaciones entre dos momentos del tiempo. Y el avance es que modificar
el valor del dólar o la política cambiaria pasa de ser una necesidad a una
opción. Una opción que sin dudas hay que estudiar si se desea dar empleo a
muchos más argentinos y sacar de la pobreza a millones de personas. El
problema, claro está, es el cómo y el cuándo. El cómo es el tema que debería
ser debatido al menos en círculos académicos para no terminar improvisando. El
cuándo, en cambio, es más fácil de establecer. Y la respuesta es que ahora, en
plena cuarentena, no tendría mucho sentido un cambio radical.
En este contexto
nacional y mundial es ilusorio pensar que simplemente agregando dosis de
rentabilidad a las posibles exportaciones industriales y de servicios estas van
a producirse. Sería, probablemente, devaluar para poco y nada. Más bien para
complicarles la vida a los consumidores que verían los precios de numerosos
artículos subir sin ganar un peso más. Claro que cuando la pandemia
empiece a ser cosa del pasado -para lo que parece faltar- hay que arbitrar
medios para que la industria y el sector servicios sean fuertes exportadores,
para lo cual la política cambiaria es un instrumento fundamental.
Dicho todo
esto, es necesario por supuesto agregar algo más: y es que si no se cuidan las reservas todo debate acerca de dólar alto,
o bajo, sostenible, insostenible, rentable o falto de rentabilidad, es estéril.
Si se agotan las reservas, se pierde la posibilidad de optar qué hacer. Por
eso, la primera decisión debería ser cerrar las canillas por las cuales drenan
las reservas. Una de las principales, la de los 200 dólares por persona por mes
que se venden a “dólar turista”. Puede parecer poco, pero por ahí se pueden
colar u$s6.000 millones de reservas en solo un año.