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Dolor, desborde, violencia. El adiós a Maradona fue multitudinario y caótico
ABC Mercado de Cambios S.C. comunica sobre la fuente de la siguiente nota:
Texto informativo: 27/11 - 07:36 La Nación
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Por Damián Nabot - Un país perplejo, afectado como nunca en su historia por la muerte de un ídolo popular, despidió ayer a Diego Armando Maradona en un desborde de tristeza, fervor y violencia que tuvo como epicentro la Casa Rosada, donde se realizó el velatorio.

Decenas de miles de personas se agolparon desde la madrugada en la Plaza de Mayo con la ansiedad de entrar a la capilla ardiente para dar el último saludo al futbolista más universal. Todo se suspendió. Hasta los recaudos por la pandemia. A medida que se acercaba el final de la ceremonia, escaló la tensión, fue superado el operativo de seguridad y estallaron incidentes dentro del palacio que obligaron a un despliegue inusual de la Casa Militar para proteger al presidente Alberto Fernández y a la vicepresidenta Cristina Kirchner. Fue necesario sacar el féretro del Salón de los Patriotas Latinoamericanos, invadido por barrabravas. Hubo gases lacrimógenos a metros del despacho presidencial.

El Gobierno –a cargo de la organización– intentó postergar el fin del velatorio, que la familia Maradona pidió terminar a las 16. En las calles aledañas, se desataban graves incidentes entre asistentes y la Policía de la Ciudad. El ministro del Interior, Wado de Pedro, responsabilizó al gobierno de Horacio Rodríguez Larreta: “Este homenaje popular no puede terminar en represión y corridas”. El vicejefe porteño, Diego Santilli, respondió: “Politizan uno de los días más tristes”.

Las muestras de congoja recorrieron la Argentina y enmarcaron el paso accidentado del cortejo fúnebre hasta el cementerio de Bella Vista, donde fue enterrado Maradona, en una ceremonia íntima con familiares y amigos.

La despedida popular de Diego Armando Maradona terminó ayer por desmadrarse en escenas inagotables de corridas, choques con la policía y la irrupción de cientos de personas en el interior de la Casa Rosada, en un desborde multitudinario del operativo de seguridad que el Gobierno había planeado para el velatorio.

En el clímax de los disturbios, el féretro debió ser retirado de la capilla ardiente, donde era velado, y trasladado al Salón de los Pueblos Originarios, bajo custodia militar.

La magnitud de la congoja colectiva se sobresaltó con los incidentes. Fueron cuatro horas de desmanes e incertidumbre hasta que, poco antes de las 18, el coche fúnebre con el cuerpo de Maradona partió desde la Casa Rosada.

Recién entonces, la tensión de la Plaza de Mayo comenzó a aplacar y el dolor se volvió al fin más íntimo, más familiar, cuando los restos del ídolo fueron enterrados en el cementerio de Bella Vista.

La posibilidad de un conflicto se presagiaba desde el miércoles, cuando al anochecer el Gobierno anticipaba, pese a la pandemia, la llegada de un millón de personas y entraba en conflicto con el interés de la familia por una ceremonia más acotada, menos monumental.

Inicialmente se previeron 10 horas de velatorio, un lapso imposible para encauzar a la multitud con el orden y la distancia social que prometían las declaraciones del presidente Alberto Fernández.

Al amanecer, cuando se abrieron las puertas de la Casa Rosada, la impronta era el contraste. En el interior, la congoja pesaba sobre la despedida que presidían Claudia Villafañe y las hijas de Maradona, quebrada por los gritos dolientes de los visitantes que desfilaban sin cesar frente al ataúd.

Pero en el exterior, la multitud comenzaba a agolparse y la fila de quienes buscaban entrar se extendía por la Avenida de Mayo hasta la 9 de Julio. Afuera, los cantos de cancha eran una constante y marcaban el clima popular, como una celebración futbolística que entremezclaba pena y agradecimiento.

Con las horas, la fila de asistentes se seguía alargando y multiplicaba la incertidumbre sobre la posibilidad de contener a la multitud. Pero la imposibilidad de garantizar el ingreso de los visitantes se solapaba sin explicaciones de las autoridades. Los funcionarios argumentaban que la familia había definido la duración del velatorio y que intentarían cumplirlo.

La tensión terminó por estallar después del mediodía, cuando se dispuso cortar el ingreso de público en la Avenida de Mayo y 9 de Julio.

La reacción fue violenta. Decenas de personas se alejaban frente al avance policial, pero luego volvían a la carga para quebrar el cordón. Llovieron piedras y las fuerzas respondieron con gases lacrimógenos. Las corridas se extendieron por el centro de la ciudad.

En la Casa Rosada

El descontrol se contagió como un impulso nervioso y la tensión se trasladó al frente de la Casa Rosada, justo cuando la vicepresidenta Cristina Kirchner ingresaba a la capilla ardiente.

El Gobierno anunciaba entonces que el cierre se extendería desde las 16 a las 19, con la intención de distender el malestar de las miles de personas que habían viajado a la ciudad de Buenos Aires para participar de la despedida y preveían que se quedarían fuera de la ceremonia. Fue entonces cuando las rejas de la Casa Rosada cedieron frente a la presión de una multitud que irrumpió en el interior y copó el Patio de las Palmeras. Todo se llenó de gritos. Ni siquiera en la crisis de 2001 se había violentado el ingreso a la sede gubernamental.

Ante el descontrol, el féretro debió ser retirado de la capilla ardiente y el Gobierno dispuso apresurar el final del velatorio.

La policía arrojó gases lacrimógenos en el interior de la Casa Rosada para impedir que se tomaran otros salones. Se volvió irrespirable. Hubo roturas y heridos.

Ante la polémica por el riesgo de contagios de coronavirus que implicó la aglomeración del velatorio el Gobierno comenzó a enfrentar entonces críticas por el operativo fallido.

La primera reacción fue culpar a Horacio Rodríguez Larreta por el accionar de la policía porteña. “Les exigimos que frenen ya esta locura que lleva adelante la Policía de la Ciudad”, escribió De Pedro en Twitter. En paralelo, el Gobierno borró de internet un comunicado del Ministerio de Seguridad de la Nación donde reconocía que estaba a cargo de la coordinación de los 1200 efectivos designados para el operativo.

Desde Juntos por el Cambio, el senador Martín Lousteau acusó al Gobierno de sacar “rédito político” y el diputado Alfredo Cornejo pidió que el Gobierno “se haga cargo de sus decisiones”. Luego, el titular de la policía porteña, Diego Santilli, dijo que la fuerza había respondido a una orden de la Federal. “De Pedro politizó uno de los días más tristes de los argentinos”, dijo Santilli a la nacion.

“Todo funcionó muy bien hasta que algunos viendo que se iban a quedar a fuera rompieron la puerta y se precipitaron. Fue la deses

peración de algunos, que hicieron mal. Pero si no hubiéramos hecho todo esto, hubiera sido peor”, argumentó luego el presidente Alberto Fernández, en declaraciones radiales, cuando la caravana fúnebre ya había partido.

Así, la despedida de Maradona quedó tristemente envuelta por los tironeos políticos.

Tras culpar a Rodríguez Larreta, el Gobierno descargó luego parte de la responsabilidad en la familia. A través de un comunicado apuntó que “la familia había escogido realizar el velatorio en la Casa Rosada, decisión que el Gobierno acompañó” y posteriormente “decidió culminar el mismo a las 16 horas”.

“El objetivo del gobierno nacional siempre fue que pudiéramos despedir a Diego de forma pacífica, sabiendo que todo el país y gran parte del mundo están conmocionados por su fallecimiento”, justificó el mensaje oficial, donde también se remarcó que con tal fin “la Casa Rosada abrió sus puertas a las 6 de la mañana y se inició una despedida muy emotiva y organizada”.

De este modo, el Gobierno argumentó que el ingreso de los fanáticos a la Casa Rosada, que obligó a retirar el cuerpo de Maradona y a militarizar algunas salas del palacio, había sido producto de una estrategia y la consecuencia de que las fuerzas de seguridad se vieran superadas.

Diego Maradona murió el miércoles a los 60 años mientras dormía, como consecuencia de un paro cardiorrespiratorio.

Su despedida popular se asemejó a los momentos más intensos de su vida, entre amor, frenesí, arrebatos y pasión.

La tranquilidad llegó al atardecer, cuando al fin encontró descanso junto a sus padres.

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