Por Walter Graziano - A muchos les resulta sorprendente que la calma financiera haya continuado tras el anuncio de ir progresivamente a una dosis de atraso cambiario. Quizás esperaban que se reiniciaran los críticos episodios vividos en 2020 con el dólar. Sin embargo, no ha sido así. Y es que hay un factor estructural de peso que hace que la probabilidad de que el mercado juegue a favor de la perdurabilidad inicial de este esquema cambiario sea superior a las chances de que el esquema se desarme desde su propio inicio. Ocurre que la Argentina viene tras tres años consecutivos de muy intensa fuga de capitales. Cuando este Gobierno asumió, parecía que ya no quedaban capitales pasibles de fugarse. Sin embargo, 2020 fue año de fuga de capitales tan o más serio que los dos años que lo precedieron. Si no se notó en las cotizaciones de mercado y si pudimos asistir frente a la TV a la concurrencia de una verdadera muchedumbre de médicos de diversas especialidades explicando tecnicismos acerca del coronavirus en forma interrumpida es porque, en cierto sentido, las variables financieras desde abril y hasta bien entrado septiembre gozaron de una buena dosis de estabilidad. De lo contrario habríamos estado los economistas en los medios de comunicación compitiendo duramente con los médicos por espacios de aire a los fines de explicar por qué el dólar, la tasa de interés y el nivel de inflación se movían como en una coctelera. Sin embargo, desde que el dólar blue traspasó los $130 pesos, allá por fines de marzo y principios de abril, nada de relevancia financiera ocurrió hasta bien entrado el mes de septiembre. ¿Por qué decimos que es remarcable que eso haya ocurrido? Muy sencillo: la fuga de capitales se mide por el movimiento de divisas que hay en la cuenta capital de un determinado país. En un contexto de libre flotación cambiaria ese movimiento de capitales iguala de manera matemática, pero con signo inverso al resultado de la cuenta corriente, que es la balanza comercial más el pago o cobro de servicios financieros tales como los intereses de la deuda. Vale decir que en libre flotación si un país tiene $ 00 de superávit de balanza comercial y paga $10 de intereses de la deuda al exterior tiene -guste o no, quiérase o no- una salida (o fuga) de capitales de $90. Como entre países en vías de desarrollo son raros los episodios de flotación limpia del tipo de cambio y el Banco Central de una u otra manera interviene comprando o vendiendo dólares, el resultado de la cuenta corriente del sector externo nunca iguala en magnitud el resultado de la cuenta capital del balance pagos. Y la diferencia -es una igualdad matemática “de hierro”- es, precisamente, la variación que tuvieron las reservas del Banco Central. Toda esta introducción sirve para explicar y calcular cuál fue la real fuga de capitales de 2020, lo que a su vez se conecta con la actual calma en los mercados. Esa calma se ha logrado aunque lo único de nuevo que se haya anunciado en la economía es un esquema de retraso cambiario que durará, en principio, todo 2021. Vayamos a los fríos números: durante 2020 hubo un superávit de cuenta corriente del orden de los u$s5.400 millones. Pero de todo ese dinero no quedó un solo centavo en Argentina. Y no solo no quedó nada de esos dólares que el BCRA compró sino que además las reservas de ese organismo bajaron la friolera de otros u$s5.600 millones. Vale decir entonces que la fuga de capitales, que es la suma matemática de ambos rubros fue de nada menos que de u$s11.000 millones en 2020. Un ritmo de fuga de casi u$s1.000 millones al mes. Si a cualquier economista se le pregunta en abstracto qué puede ocurrir en un país X con un PBI de 350.000 millones, en el que el nivel de monetización es apenas un poco más del 20% de ese PBI y del cual en solo un año la fuga de capitales es de más de 11.000 millones, seguramente la respuesta que obtendremos es que dicho país concluye el año en situación financiera lisa y llanamente caótica. Y sin embargo no fue así. ¿Porqué no fue así? En parte porque esto es la Argentina, y en parte porque luego de un año entero de tamaña salida de fondos del... la propia fuga de capitales pierde fuerza porque es insostenible a ese ritmo. Eso significa que después de una furiosa y persistente salida de capitales hay muchos menos pesos de los que la gente necesita para comprar y vender y muchos menos pesos de los que la población quiere tener para ahorrar, por lo que la situación da inicio a una -en un principio inesperado aunque muy lógica- nueva fase de tranquilidad monetaria durante la cual el dólar está calmo, y no hay más derrumbes de cotizaciones de activos financieros en los mercados. El problema -y este es el quid de la cuestión- es que eso es transitorio, pero suele ser tomado como algo definitivo por las autoridades. Como un logro obtenido merced a las ventajas y puntos positivos del esquema económico. En el pasado este factor –junto con la tendencia a retrasar el tipo de cambio que ya hemos comentado anteriormente– ha sido el factor primordial por el cual Argentina vive, con honrosas excepciones, desde hace muchas décadas casi ininterrumpidamente períodos de calma y de agudas crisis financieras. Los períodos de calma no se aprovechan lo suficiente porque se piensa que ya se alcanzó la estabilidad. El actual período de calma lleva poco más de tres meses. Si bien no es mucho tiempo, tampoco es poco. Nadie puede saber a ciencia cierta cuando la sociedad habrá terminado de regenerar los saldos monetarios de pesos suficientes para realizar transacciones y ahorrar. Cuando lo haya hecho, la calma en el dólar y en el resto de las variables financieras solo podrá ser mantenida con méritos del esquema económico que se haya decidido poner en práctica. Si ese esquema se reduce a la puesta en marcha de un programa de atraso cambiario va a ser arduo conseguir que lo que hoy se da naturalmente, casi sin esfuerzo –la calma de las variables- continúe indefinidamente. Por eso se necesita recuperar un suculento superávit comercial lo antes posible, reconstituir un buen nivel de reservas en el BCRA, hacer que los diversos componentes de la cantidad de dinero crezcan de manera compatible con la real demanda de pesos y equilibrar las cuentas fiscales lo antes posible. Todo eso muy seguramente no será suficiente para producir la tan ansiada estabilidad de precios en el país ni tampoco para producir un “boom” de crecimiento. Se necesitan más cosas para que eso sea posible. Pero al menos será suficiente para no repetir la historia cíclica de manía y depresión económica y financiera. |