Domingo 8 - Por Juan Manuel Forn* - El control de la inflación es una prioridad
absoluta en el presente y lo será en los próximos años. Tanto si se cree que la
inflación es un fenómeno puramente monetario, o que es multicausal, para
combatirla será esencial fijar prioridades y concentrar esfuerzos sobre los
factores clave que la generan. Los que inciden con más fuerza son el gasto
público, el déficit fiscal y la emisión monetaria, íntimamente vinculados entre
sí, sin por ello restarle importancia a causas secundarias.
El gasto público
consolidado (Nación, provincias y municipios) virtualmente se duplicó entre
1996 y 2015, cuando
llegó al 47% del PBI (fuente OJF). Este brutal incremento explica buena parte
del estancamiento de los últimos años, también el déficit y parte de la
inflación. Su reducción será muy dificultosa, especialmente por los salarios
del sector público, el gasto previsional y las transferencias, que sumados
componen el 75% del gasto. Sobre estas tres partidas se debería concentrar
cualquier plan anti inflacionario, por aplicación de la ley de Pareto, según la
cual el 80% de un problema obedece sólo a un
20% del total de
las causas identificadas o probables.
La primera de
dichas partidas, que es el peso de los salarios en el gasto, se debe al aumento
del empleo público (Nación, provincias y municipios), totalmente
desproporcionado con el crecimiento de la población. De 1,9 millones de
empleados públicos en 1985, la nómina llegó a 3,8 millones en 2020.
En segundo término,
el sistema previsional es crecientemente deficitario y tiene distorsiones
severas que van en aumento, especialmente por el impacto de los beneficiarios
con doble cobertura: son los casos de jubilaciones sin aportes, que sumaron 3,5
millones de personas, quienes además pasan a cobrar pensión cuando fallece su
pareja. El Instituto para el Desarrollo Social Argentino (Idesa) estima que la
incorporación de estos beneficiarios adicionó US$90.000 millones a la deuda
pública (no contabilizada), a solventar en el futuro y sin contrapartidas.
En tercer lugar,
las transferencias a provincias y municipios, que han sido cuestionadas por
arbitrarias y discrecionales, acumulan superposición con los tributos locales
que continúan en aumento. A ellas se agregan las transferencias por subsidios a
proveedores de energía y transporte, cuyas tarifas controladas no alcanzan a
cubrir los costos, tarifas que por razones políticas este año se han ajustado
por debajo de las pautas establecidas en el presupuesto nacional, por lo cual
los subsidios son mucho más altos que lo previsto. Por último, se estima que
los planes sociales alcanzan a más del 40% de la población, a un costo
aproximado de $200.000 millones, que da una idea de su peso creciente en las
erogaciones del Estado.
Como resultado de
la elevación del gasto, hubo un fuerte y progresivo aumento de los impuestos, a
costa de una gran caída en la inversión y en la creación de empleo. A pesar del
aumento en la recaudación, el déficit fiscal consolidado ya acumula 60 años de
desfases imposibles de financiar, origen de los sucesivos “defaults” a raíz de
los cuales el país ha perdido el crédito internacional. Hasta que la población
no tome conciencia de que el déficit es el verdadero cáncer que afecta a la
economía y haya un verdadero clamor social pidiendo su reducción, es altamente
probable que la dirigencia política ignorará el problema y seguirá aumentando
el gasto y el déficit (conforme a la llamada ley de Wagner).
La emisión
monetaria para financiar al Tesoro, por su parte, está en niveles del 6,3% del
PBI (2020, fuente: Iaraf), casi en línea con el déficit, lo que deja al desnudo
tanto el exceso del déficit como la ausencia de cualquier medio genuino de
financiación.
La inflación
resultante de la política fiscal y monetaria, además de otros elementos coadyuvantes,
ha alcanzado un promedio anual del 23,4% entre 2002 y 2020, con picos de 54%,
un nivel inadmisible que nos convierte en un paria en la región y en el mundo.
El constante
incremento de precios es la causa directa del aumento de la pobreza, puesto que
el déficit se financia a través del impuesto inflacionario, que incide con más
fuerza sobre las familias de menores ingresos. Dicho impuesto, en cálculos del
economista Roberto Cachanosky, ascendió a $2 billones en 2020, una suma
asombrosa, si se la compara con los $1,3 billones que recaudó el IVA y $1,4
billones del impuesto a las ganancias.
Vale preguntarse
por qué, frente al flagelo inflacionario que se arrastra desde hace más de
medio siglo, han fracasado los planes de estabilización, algunos de ellos
diseñados por economistas de primer nivel: Gómez Morales, en 1949; Prebisch, en
1956; Frondizi-frigerio, en 1958; Krieger Vasena, en 1966; el plan Austral
(Sourrouille-heymann) de 1985, y la convertibilidad de Cavallo, en 1991. En
escala menor, Gelbard, en 1973; el tardío ajuste Macri-dujovne de 2017, y el
presupuesto fallido 2021 del ministro Guzmán, entre otros intentos de menor
relevancia y duración.
La respuesta es
simple, por lo menos a mi entender: mientras la economía siga siendo un factor
dependiente y subordinado a las urgencias de la política, será muy difícil que
se pueda controlar la inflación. A diferencia de otros países, en la Argentina
la dirigencia es rehén del calendario electoral, que la mantiene
permanentemente en campaña, puesto que debe enfrentar elecciones nacionales
cada dos años. En consecuencia, aun si los políticos son conscientes de la
necesidad de implementar un plan de estabilización de mediano plazo,
privilegian permanentemente las acciones de corto alcance, con foco exclusivo
en el resultado de los comicios y con directo impacto en el aumento del gasto y
del déficit.
Estas medidas son,
en general, contraproducentes y crean fuertes distorsiones. Peor aún, tienen
efecto acumulativo, por lo cual comprometen severamente la gestión del gobierno
en el período inmediato posterior.
La desalentadora
conclusión es que, en mayor o menor grado, casi todos los gobiernos durante el
último medio siglo y un poco más, han destruido con sus propias acciones los
planes anti inflacionarios que ellos mismos habían propuesto y aprobado. Ergo,
es imperativo conciliar las necesidades de la política con las exigencias de la
realidad económica. sólo el manejo racional de las cuentas públicas durante un
período prolongado, tal vez mayor al de cualquier mandato presidencial, podrá
abatir la inflación. Dado que ésta es hoy la principal preocupación de la
sociedad, debería también ser el primer punto de la agenda de todas las
agrupaciones políticas que hoy están en plena campaña.
Mientras la
economía esté subordinada a las urgencias de la política, será muy difícil que
se pueda controlar la inflación
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