Hay dos resultados
coincidentes dentro y fuera del Gobierno respecto del dólar y la necesidad
de un acuerdo con el Fondo
Monetario Internacional hasta
fin de año.
El primero es que
el proceso de dolarización del ahorro tradicional de los años
electorales se adelantó un mes y en julio mostró los dientes.
Si bien el mes
pasado fue el de mayor liquidación de divisas de exportación para un
julio (US$3.520 millones), el Banco Central tuvo que desprenderse de US$400 millones
para frenar la suba de los dólares libres.
Cuando el dólar blue tocó $185 se encendieron las
alarmas y, tal vez se trató de una casualidad política, fue el mismo 24 de
julio cuando en el acto de lanzamiento de los candidatos a diputados del Frente
de Todos la
vicepresidenta Cristina Kirchner dio una señal que el mercado interpretó
destinada a evitar temblores cambiarios en los próximos meses.
La vicepresidenta
anticipó que los US$4.300 millones que el FMI otorgará a la Argentina para
hacer frente a gastos por la pandemia, en realidad, se destinarán a
pagarle al mismo organismo unos US$3.800 millones de obligaciones que
vencen hasta fin de año.
Los operadores del
mercado leyeron que la vicepresidenta estaba en modo moderado por temor a
lo que pudiese pasar con el dólar y se sumaron a la creencia de que un
acuerdo con el FMI despues de las elecciones legislativas de
noviembre resulta inevitable.
Los motivos para el
acuerdo son categóricos: el año próximo vencen US$20.000 millones del FMI y el
Gobierno no tiene ni la plata ni las posibilidades de
encontrar financiamiento alternativo para cumplir con ese compromiso.
Si bien lo
inevitable muchas veces no ocurre, dentro y fuera del Gobierno se acepta que no
hay opción a algún tipo de acuerdo y ahí se abre un abanico de
posibilidades sobre plazos y montos de un nuevo préstamo.
Fuentes cercanas al
Palacio de Hacienda aseguran que el ministro Martín Guzmán tiene un Excel bastante conversado con
los técnicos del FMI y espera decisiones políticas para diciembre.
Pero el
"taxi" de la dolarización preelectoral se adelantó un poco
y los mercados empezaron a sacar cuentas sobre si al Banco Central le alcanzan las reservas para llegar hasta fin de año en un marco de
cierta tranquilidad cambiaria.
En un informe
reciente de EcoGo, Marina dal Poggetto pone el foco en que las reservas
"netas" del Banco Central bajaron US$1.500 millones desde el
pico de US$7.300 millones de hace un mes atrás y rondan ahora los US$5,800
millones.
Si bien con cepo
cambiario, Miguel
Pesce siempre tiene la
opción de entrecerrar el grifo de las divisas, el Banco Central viene dando
muestras de evitar el corte de divisas para pagar importaciones.
Pero un promedio de
consultores estima que el Central tendrá que vender entre US$400 y
US$600 millones por mes para evitar subas fuertes en los dólares libres, como
el contado con liquidación que está en $172,75.
Así, y de no mediar
sorpresas, calculan que las reservas netas a fin de año estarán
entre US$3.500/3600 millones contemplando que el 85% de la plata del
FMI se destinará a pagarle al propio organismo.
Mientras que el
sendero de los dólares aparece marcado, el de los pesos es una gran incógnita a
pesar del exceso evidente de liquidez.
Una característica
muy marcada del momento financiero es que las empresas que recaudan
pesos no saben dónde colocarlos y los bancos privados aseguran
que la demanda de crédito "es cero" a pesar del
bajo nivel relativo de la tasa de interés.
La estadística
oficial del Banco Central muestra una particularidad respecto del ahorro en
pesos: la tasa para un depositante minorista a plazo fijo es 37% anual mientras que para las
colocaciones de más de un millón de pesos es 34%.
Habitualmente los
depósitos por mayor monto obtienen una tasa mayor, pero a los bancos los pesos
le sobran por los cuatro costados al tener como tomador predominante al
Estado, sea el Banco Central o el Tesoro.
La tasa pasiva de
37% o la activa que fija el costos del crédito en torno a 40% resultan negativas
frente a una inflación que viaja al 50% este año, pero
eso no es argumento suficiente para incentivar la demanda de crédito. La
incertidumbre pesa más.
En lo que hace a la
absorción de pesos, los pasivos del Banco Central (Letras de Liquidez y pases
pasivos) llegan a $3,7 billones que explican en parte por qué Pesce no quiere
subir las tasas. Si lo hiciera, el principal costo lo tendría que afrontar
el propio Central.
Con menos
dólares y muchos más pesos, la mirada de los analistas para la segunda parte
del año se concentra en dos puntos que el informe de EcoGo define en pocas
líneas.
Dice: "El
intento de poner plata en el bolsillo de la gente vía segunda
vuelta de paritarias, la baja del impuesto a las Ganancias y líneas de créditos subsidiadas como
el Ahora 30 para la compra de bienes durables, seguramente va a tener
impacto en el consumo en los próximos cuatro meses".
Y concluye:
"Todas políticas ya utilizadas que, en un contexto de escasez de
reservas, tienen rendimientos decrecientes. Dicho en criollo impactan un poco
sobre las cantidades y mucho, en una segunda vuelta, sobre los precios y
la brecha cambiaria".
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