Por Jorge Carrera
- Cuando se pregunta a cualquier ciudadano, incluso a un estudiante de economía, si la Argentina es un país
deudor o acreedor del resto del mundo, sin dudas la mayoría dirá deudor. Sin
embargo esto no es cierto. La Argentina es un acreedor neto del mundo e incluso
ha aumentado su posición acreedora desde 2018.
En el ranking
global de acreedores netos Argentina ocupa el lugar 16 atrás de Japón,
Alemania, Hong Kong, China, Noruega, Holanda, Canadá, Singapur, Suiza, Arabia
Saudita, Rusia, Corea, Bélgica, Dinamarca, Israel, etc.
Esto es así porque
cuando se suman las acreencias externas de cada uno de los sectores del país y
se le restan el total de los pasivos externos de los mismos el resultado es
positivo. Esto es, los activos externos del país superan los pasivos externos.
Por eso, la Posición Inversora Internacional (PII) de Argentina es positiva
(ver gráfico y cuadro).
Algunos economistas
restan importancia al problema de la fuga de capitales como contrapartida del
endeudamiento externo de Argentina sosteniendo que la deuda que se tomó
sirvió para la Formación de Activos Externos Netos (FAE). Contablemente,
significa que el crecimiento de un Pasivo Externo (deuda) se contrapone al
crecimiento de un Activo Externo (dólares billete o depósitos, propiedades
afuera, acciones extranjeras, inversiones, etc.).
Pero detrás de eso
subyace un enorme problema distributivo. Hay una gran diferencia entre quienes
deben afrontar el pago de la deuda externa y quienes tienen la propiedad de los
Activos Externos. Porque los Activos Externos quedaron concentrados en una
parte mínima del sector privado, pero la Deuda Externa Pública neta de
reservas, que es la contrapartida mayoritaria de la FAE, la deberán pagar todos
los argentinos por décadas.
Por eso, a pesar de que estamos 16 en el ranking de acreedores en el
mundo por cantidad de Activos Externos, la sociedad se preocupa por una Deuda
Externa que condiciona la economía y la vida social de Argentina.
La deuda externa
total de un país en desarrollo (pública y privada) es sin duda su flanco macro
y externo más débil. La historia reciente de Argentina muestra que los tres
periodos de fuerte endeudamiento externo: 1o) Videla-Viola-Martínez de Hoz, 2o)
Menem-Cavallo- de la Rua, y 3o) Macri; generaron las tres crisis más graves y
disruptivas de la Argentina moderna. Esa deuda externa produjo en una primera
instancia apreciación cambiaria, pero luego generó quiebra productiva y crisis
cambiarias y financieras que derivaron en graves costos económicos y sociales.
En el gráfico se
aprecia la PII de Argentina como porcentaje del PBI. Vemos que la posición
acreedora del sector privado pasó de ser 16,9% en 2015 a 45,7% en 2019. Eso se
contrapone con la situación del sector público que pasó de -10% a -24,8%.
Mientras el BCRA pasó de 1,8% a 4,5%. Como resultado, la situación acreedora de
Argentina pasó de 8,8% a 25,3%. Pero como discutimos previamente, ese cambio se
distribuyó en forma muy asimétrica.
Los datos del
cuadro muestran que los pasivos externos públicos totales (Gobierno BCRA)
casi se duplicaron entre diciembre de 2015 y diciembre 2017 llegando a un pico
de 163.604 M para reducirse a 149.750 M en 2019. Los pasivos externos privados
también subieron, pero mucho menos (6.775 M en todo el período). Del lado de
los activos externos la situación fue la opuesta. Los activos externos públicos
subieron a 21.946 M en el período, mientras que los privados crecieron mucho
más, 105.560 M.
En solo 27 meses el
esquema iniciado el 10 de diciembre de 2015 se volvió inconsistente y
explosivo. Para tratar de evitar el colapso, se recurrió al FMI que otorgó un
préstamo inusitado por su tamaño de 57.000 M de dólares. Algo completamente
fuera de registro. Ni siquiera comparable con Grecia, donde había una troika
(FMI-UE-BCE) responsable del fondeo y control. El shock de asistencia tenía el
fin de noquear las expectativas negativas por un déficit externo (Cuenta
Corriente) de 5% del PBI y una deuda externa e interna que había crecido
estrepitosamente en solo dos años. Pero no funcionó.
Esos fondos se
usaron para dar salida a especuladores que habían aprovechado el carry trade
tasas altas en pesos y apreciación insostenible y para facilitar la FAE de
residentes. Obviamente, la falta de una regulación cambiaria y el tipo de
programa adoptado, lejos de calmar las expectativas exacerbaron el fenómeno
“Puerta 12”. Todos los tenedores de pesos querían salir al tipo de cambio
garantizado. No haber puesto regulaciones cambiarias
oportunamente (como es usual en programas del FMI) llevó al Gobierno a
defaultear la propia deuda en pesos, dañando el mercado de deuda local y a los
FCI. Al día de hoy, parte de la deuda reperfilada está en manos de fondos
globales que, si bien se han reducido gradualmente su tenencia, todavía siguen
siendo el factor más disruptivo en el CCL.
Como resultado,
tenemos una herencia muy asimétrica. Por un lado, los pasivos externos públicos
(incluido BCRA) per cápita, es decir, de cada argentino, treparon a fines de
2019 a 3.332 dólares, marcando un incremento de 64% entre 2019 y 2015. Por otro
lado, sólo unos pocos argentinos vieron crecer sus activos externos, porque
están altamente concentrados en el 5% más rico de la población. Por lo tanto,
cuando incorporamos la cuestión distributiva, se comprende que la idea de que
no hay que preocuparse si crece el pasivo porque también crece el activo que lo
respalda, es un desacierto intelectual y económico que lleva a justificaciones
peligrosas.
En 2016 cuando esta
tercera etapa de endeudamiento recién comenzaba dijimos que era importante dar
al Congreso protagonismo real en las decisiones sobre deuda externa. Haber
pasado por las tres experiencias de endeudamiento externo explosivo de la
historia argentina moderna que citamos debería ser un estímulo definitivo para
que la sociedad este siempre informada del impacto distributivo de todo nuevo
endeudamiento y del destino de esos fondos.
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