Por Joaquín Morales
Solá - Dejemos la astrología para Victoria Tolosa Paz, especialista ya en
provocaciones en la campaña electoral y también en alejar a la política de la
sociedad. ¿La astrología es la solución para los que perdieron el trabajo,
cerraron sus empresas, temen tiempos peores o sobreviven a una inflación
insoportable? ¿O es, acaso, la confesión implícita del oficialismo de que no tiene
otra solución más que recurrir a una superstición?
Sea como fuere, la
ciencia económica es seguramente más implacable con la gestión oficial que la
condescendiente mirada de los astrólogos. La economía está mal y nada presagia
que estará mejor después del próximo domingo.
Al Gobierno le
gusta crear debates falsos. Alberto Fernández y Cristina Kirchner abrieron el
último cuando señalaron que el precio de la carne no siguió subiendo por el
cepo a las exportaciones cárnicas. El campo reaccionó con furia. “¡Mienten!”,
gritaron dirigentes y organizaciones agropecuarias. Esa batalla no termina
nunca.
La derrota política
de 2008, cuando el campo consiguió el rechazo parlamentario de la resolución
125, no fue olvidado por Cristina Kirchner. Tampoco por Alberto Fernández, a
pesar de que este se fue de la Jefatura de Gabinete en ese mismo año por sus
discrepancias con el manejo del conflicto. El precio de la carne nunca subió en
estos meses del año. Esa es la verdad. Es una cuestión estacional, no un
milagro de los aciertos del Gobierno. Aunque fuere como señala la
administración de Alberto Fernández, el remedio y el resultado no sirven como
trofeos. La carne argentina perdió importantes mercados en el mundo. El país se
quedó sin dólares genuinos de las potenciales exportaciones de carne. Los
productores sufren la arbitrariedad y la desmesura de las decisiones oficiales.
¿Dónde está el mérito? ¿Dónde están el acierto y la victoria?
El resultado del
domingo es impredecible, aunque la mayoría de las encuestas señalan una
dramática paridad entre el oficialismo y la oposición. La economía no se
detendrá en ese importante hecho político. La inflación, que es el problema que
más aflige a la sociedad, seguirá en los próximos meses con porcentajes más
cercanos al 3 que al 2. Según la consultora de Orlando Ferreres, la inflación
de agosto fue del 2,6 por ciento, pero la inflación núcleo, la que anticipa la
inflación que viene, fue del 2,9 por ciento.
Se avecina una
inflación fuerte: de acuerdo con esa misma consultora económica, la inflación
de la primera semana de septiembre fue del 1,6 por ciento. Solo una semana. El problema
es grave. Semejante índice mensual (en muchos países es la inflación anual y,
en algunos, la anual es menor a esos números que aquí suceden en apenas 30
días) existe aun cuando están congeladas las tarifas de los servicios públicos
y el Gobierno se sentó sobre la cotización del dólar.
¿Qué sucedería,
entonces, si se permitiera la actualización de los precios de las tarifas y se
liberara el tipo de cambio? Hace dos años, en las primarias de 2019, el dólar
costaba menos de 50 pesos; ahora, muy cerca de las siguientes primarias, el
dólar solidario está en 170 y el paralelo en 180. Subió cerca del 200 por
ciento en apenas 24 meses. Una devaluación monumental, a pesar de las mil
trabas que le ponen a la compraventa de dólares. O, tal vez, porque le ponen
esas trabas.
La Argentina no
tiene moneda. Y el actual gobierno contribuyó mucho a la definitiva extinción
del peso. El déficit del segundo semestre es seis veces más grande que el del
primer semestre. En el primer semestre, el ministro de Economía, Martín Guzmán,
había logrado cierto ajuste de las cuentas públicas.
No fue por las
buenas decisiones, sino la consecuencias de hechos excepcionales. Los ingresos
extraordinarios del Estado por el impuesto a la riqueza, la inflación y el
ajuste a los aumentos de las jubilaciones (mucho más dañino que el que le costó
a Macri en 2017 una tormenta de piedras en el Congreso) explican gran parte de
ese resultado en las cuentas públicas del primer semestre.
En el segundo
semestre, el Gobierno se dedicó a emitir descontroladamente moneda sin ningún
respaldo. Consecuencias: nadie quiere tener pesos en el bolsillo, si es que los
puede tener. La inflación evapora el valor del peso y diluye también las
importantes partidas para ayuda social. La rebelión piquetera tiene más raíces
en la inflación que en el número de personas que reciben la ayuda del Estado.
La máquina de emitir pesos no cesa.
La emisión de pesos
y la inflación están directamente relacionadas. Desde su ostracismo en Puerto
Madero, el Presidente solía criticar a Cristina Kirchner cuando emitía dinero
sin solvencia. “Están echando leña al fuego de la inflación”, repetía entonces.
¿Cambió los manuales de economía que leía? ¿O la política monetaria forma parte
también de la guerra interna en el oficialismo? Si fuera así, ganó la
vicepresidenta. La política que se aplica ahora es muy parecida a la que
imponía ella cuando era presidenta.
El propio Martín
Guzmán está más preocupado por lo que piensa Cristina que por lo que opina
Alberto Fernández. Se enamoró del cargo de ministro, que tambalea ante
eventuales resultados negativos en las elecciones de dentro de cinco días. Si
sucediera el fracaso electoral, la poderosa vicepresidenta les cargará la culpa
al Presidente y a su ministro de Economía. Solo para empezar una purga mucho
más profunda que ya imagina.
La producción
industrial no crece desde enero. Ese es el promedio, según datos mensuales que
suben y bajan. Tampoco puede esperarse que crezca mucho. La industria argentina
depende decididamente de los insumos importados. El 90 por ciento de las
importaciones son insumos que necesita la industria o la compra de nuevas
maquinarias. Las importaciones de consumo popular son muy pocas. El problema es
que el Gobierno no tiene dólares para financiar una masiva compra de insumos
para la industria si esta creciera.
Los dólares
genuinos son los que llegan de las exportaciones o los de las inversiones.
Ambas cosas han sido desalentadas por la actual administración. El Presidente
dijo ayer en un acto de campaña que Macri ahuyentó la inversión. Venía diciendo
que el expresidente les había servido a los intereses empresarios y a los
capitales extranjeros. ¿Ahuyentó las inversiones o les servía a los intereses
empresarios nacionales y extranjeros? Hacer las dos cosas al mismo tiempo es un
oxímoron económico. Aun cuando la campaña admite muchos dislates, el Presidente
debería cuidar más el valor de su palabra. Pero ¿a quién le importa ya, casi
dos años después de que dejó la presidencia, lo que hacía o no hacía Macri? Es
solo el manual de campaña del actual Presidente. Hablar del pasado, ignorar el
presente.
Falta todavía el
acuerdo con el Fondo Monetario. El país cumplirá con los pagos de este año
(unos 3800 millones de dólares) reenviándole al Fondo los 4300 millones de
dólares que recibió en concepto de derechos especiales de giro, una asignación
extra por la crisis económica internacional que provocó la pandemia del
coronavirus. Pero en 2022 lo esperan vencimientos por 20.000 millones de
dólares. El primer vencimiento será en marzo. Es decir, que antes de marzo
debería estar firmado el nuevo acuerdo.
Ya la jefa del
Fondo, Kristalina Georgieva, le reprochó al Gobierno por no haber usado esos
recursos extras para implementar políticas productivas en el país en lugar de
pagarle al organismo internacional. Sucede que para hacer eso el Gobierno debió
firmar un acuerdo con el Fondo antes de las elecciones. Es lo que no quiere. La
mala relación con el Fondo es una condición para la necesaria mitología del
kirchnerismo.
El acuerdo no es
imposible en asuntos como los ajustes de las cuentas públicas. La
administración puede dibujar una promesa de un ajuste del 1 por ciento anual,
aun cuando el déficit actual, si se cuentan el del Tesoro y el del Banco
Central, está entre el 7 y el 8 por ciento del PBI. Muy parecido al déficit que
dejó Cristina Kirchner en 2015. No volvieron mejores. Pero ese acuerdo se torna
improbable en cuestiones como la política monetaria y la política cambiaria. El
Fondo impulsará una política de no emisión de moneda espuria y otra de ir
desmantelando el sistema de cepos al dólar y de distintas cotizaciones de la
moneda norteamericana. Es otra política económica, muy distinta a la
radicalización que promoverá la vicepresidenta después de las elecciones.
Con el Fondo hay un
problema que se nota poco. Ningún directivo del staff burocrático quiere firmar
un acuerdo con la Argentina. A todos los funcionarios del organismo que en el
pasado suscribieron pactos con el país los aguardó la cesantía, el traslado o
el disfavor. En el rango superior, el directorio del Fondo, están los
principales países del mundo.
La influencia más
importante es la de los Estados Unidos. Algunos gobiernos propician tratar a la
Argentina como un país más. Que cumpla con todas las reglas. Otros prefieren
tratarlo como a esos extravagantes de previsibles incongruencias. Ni siquiera
establecen un precedente, porque nadie se quiere parecer a ellos. Esa es otra
tragedia del país que se escribe entre las sombras de la historia.
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