Por Martín Kanenguiser
- Más allá del entusiasmo inicial que mostraron los mercados, resulta difícil
encontrar a un economista que imagine un cambio de rumbo del Gobierno que pueda
estabilizar la macroeconomía, o inclusive que le pueda permitir cambiar el
resultado de las PASO. Y, dado este panorama, la pregunta más relevante es
qué hará el Ejecutivo entre noviembre de este año y el final del mandato
presidencial, con fuertes vencimientos de deuda en el medio y sin un ancla
relevante.
El diagnóstico más
tajante fue del Instituto de Finanzas Internacionales (IIF). “No creemos
que el resultado de las primarias cambie rápidamente la política de Argentina”,
señaló el think tank de los bancos internacionales.
“Devaluar el tipo
de cambio oficial tiene un gran costo inicial; emitir menos dinero significaría
gastar menos justo antes de las próximas elecciones; y acudir al FMI no es
agradable, por supuesto”, expresó el economista de IIF Sergi Lanau.
Tras los comicios,
el Banco Central les transmitió a algunos economistas locales que no está en
sus planes acelerar la devaluación del tipo de cambio, pero no tanto porque
tema un mayor efecto inflacionario, sino más bien porque su conducción no sabe
quién quedó a cargo de las órdenes para el ala económica dentro del Gobierno.
Esta pequeña
anécdota refleja en forma nítida el lógico estado de ánimo de
confusión que predominaba en el oficialismo horas después de la derrota
del domingo. Y varios economistas que pasaron por altos cargos de la
función pública saben que es mejor decidirse para un lado u otro que estar
paralizado, algo que temen que persista en las próximas semanas si se
acentúan las “facturas” internas dentro del Frente de Todos acerca de las
razones de la derrota y las posibles salidas para mejorar la performance en
noviembre.
Sobre todo, cuando
al parecer el kirchnerismo más duro cree que el problema fue la “moderación”
del ministro Martín Guzmán, que, al mismo tiempo, hasta ahora no le
permitió alcanzar ningún logro macroeconómico sustancial.
Entre los
economistas la discusión sobre el trade off entre el corto y
el mediano plazo es la verdadera grieta; en este caso, si el Gobierno debe
poner más dinero en la calle -razonamiento lógico de cualquier gobernante que
acaba de perder en las urnas-, a costa de que esa mayor liquidez pueda
generarle efectos indeseados (mayor brecha cambiaria o inflación, según un
consultor ligado al Frente de Todos) sin contar tampoco con la certeza de poder
ganar en noviembre.
Ilan Goldfajn, el
nuevo auditor regional del FMI
Al respecto, el
economista de la UTDT Eduardo Levy Yeyati expresó que es posible
esperar un “cambio forzado de mix de políticas. Menos creatividad
legislativa y tributaria, con un Congreso menos activo tras el recambio y más
intervención directa en tarifas, cepos, emisión y contingencias previsionales”.
Tal vez sea el
momento en que se concrete finalmente la esperada suba del mínimo no imponible
del impuesto a las Ganancias que negociaron Guzmán y el presidente de la cámara
de Diputados, Sergio Massa, junto con la del salario mínimo, que se vuelca
sobre los planes sociales, entre otras medidas. “Van a aumentar las
inconsistencias y después de noviembre hay que ver quién se hace cargo de todo
este paquete, con un gobierno perdido y una oposición que tiene pocos
incentivos para sentarse a dialogar”, comentó, con algo de pena, una importante
economista de muy buen diálogo con los empresarios.
Pero también lo
señalaron personas que conocen muy bien al Gobierno, como el fundador de
AdCap, Javier Timerman, quien señaló a Infobae que “la reacción
se va a dividir en dos etapas” .
Al respecto, nadie
espera un corte de mangas tan abrupto desde Buenos Aires, pero seguramente
habrá muchos dirigentes del oficialismo que pensarán -otra vez, como
ocurrió con la “ley Parrilli”- si no es mejor gastar ese dinero en la
campaña que en pagar una deuda que no sienten como propia, aunque sea del país.
“De aquí a
noviembre la necesidad electoral los puede obligar a tomar medidas de corto
plazo que estimulen el consumo. Luego, independientemente del resultado, se
debería presentar un plan muy detallado de metas fiscales y monetarias y
de revisión del gasto, e intentar acordar un mínimo de reformas con el Fondo
Monetario Internacional (FMI) que ayuden a despejar no solo los vencimientos con
ellos sino la demanda de dinero local. Con el Banco Central como única fuente
de financiamiento no se puede”, expresó. Es importante la diferencia
utilizada por Timerman para definir la factibilidad de las dos etapas: en
la primera se refirió al estímulo al consumo como algo imperativo; en la
segunda dijo que el Gobierno debería presentar un plan económico consistente
que le permita firmar un acuerdo con el FMI, si no es por convicción, al menos
para evitar un default de los USD 19.000 millones que vencen en 2022.
Una prueba del
rumbo que se adoptará en este sentido podrá observarse la semana próxima,
cuando el Gobierno debe pagarle cerca de USD 1900 millones al FMI por el primer
vencimiento de capital del año con parte de los derechos especiales de giro (DEGs)
que recibió a fines de agosto.
Al respecto, nadie
espera un corte de mangas tan abrupto desde Buenos Aires, pero seguramente
habrá muchos dirigentes del oficialismo que pensarán -otra vez, como
ocurrió con la “ley Parrilli”- si no es mejor gastar ese dinero en la
campaña que en pagar una deuda que no sienten como propia, aunque sea del país.
En tanto, desde
Washington, donde el “halcón” brasileño Ilan Goldfajn comenzará a supervisar la negociación en tres meses como auditor regional
del FMI, predominará el silencio -aunque con algunas críticas
intermitentes, como ocurrió con el reporte donde se pidió un plan para subir las reservas y reducir
el cepo en forma gradual- y la decisión de seguir dialogando
sin apurarse, como la persona que no se levanta de una cena romántica, pero que
tampoco está segura de la respuesta que le dará a su pareja cuando le proponga
matrimonio.
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