Por Claudio
Jacquelin - La disputa interna que profundizó la debacle electoral del
oficialismo se transformó en una crisis institucional sin solución a la vista y
que se fue agravando a lo largo del día, hasta convertirse en uno de los
conflictos más grave que registra la democracia desde el colapso de 2001.
Más de doce horas
pasaron a partir del momento en que estalló públicamente el mayor
enfrentamiento explícito entre el Presidente, su vicepresidenta y la poderosa
organización que conduce el hijo bipresidencial sin que la ciudadanía supiera
qué quedaba del gobierno del Frente (cada vez menos) de Todos. Con esa
incertidumbre, en medio de una absoluta fragilidad política y una crítica
situación económica, nos fuimos a dormir anoche los argentinos. Bailando sobre
la cubierta del Titanic.
Alberto Fernández
había decidido resistir o procrastinar una vez más, a pesar de la gravedad de
los acontecimientos que desvelan a todo un país.
“No voy a decidir
nada bajo presión. El gabinete sigue igual. Nadie renunció formalmente, sino
que pusieron a disposición su renuncia”, dijo en las últimas horas el
Presidente a sus colaboradores más cercanos. Formalidades para eludir el fondo
de la crisis.
Fue su reacción
(emocional) y decisión (racional) a lo que él considera un ataque a traición.
Se la transmitió a sus colaboradores casi seis horas después de que un rayo
(paralizante) cayó en el primer piso de la Casa Rosada sin que nadie lo
esperara.
Los hechos
precedentes confirman lo imprevisto que resultó todo. El Presidente y sus
principales colaboradores insistían a todos sus interlocutores en que no habría
cambios en su gabinete hasta instantes previos a que Wado de Pedro, el ministro
más poderoso del Gobierno, difundió la carta en la que ofrecía su renuncia. Lo
que quedaba del Gobierno, que ya estaba en shock, terminó consternado.
Apenas pudo salir
de la sorpresa por el golpe propinado, Fernández reunió a los propios que le
quedan y tras acordar la decisión de resistirse resolvió acumular todo el
capital político posible para negociar desde una posición de menor debilidad de
la que había quedado con el doble golpe que significó el fracaso electoral y el
apriete del cristicamporismo para que cambiara nombres y políticas.
Fueron preparativos
para la batalla. Justo lo que la mayoría de los argentinos no quieren y así lo
expresaron en las urnas el domingo, según coinciden incluso analistas de
opinión de pública que contrata el Gobierno.
Para fortalecerse,
Fernández y su menguado equipo salieron a pedir el aval de gobernadores,
intendentes y dirigentes sindicales y sociales. Las redes rápidamente
reflejaron las manifestaciones de respaldo que emitieron, a pedido, y el
anuncio de una movilización en apoyo del Presidente. Señales (de humo y fuego)
para Cristina y La Cámpora. Como si fuera el único lenguaje en el que pudieran
entenderse.
La incomprensión
mutua llegó a tales niveles que, según quienes hablaron con la vicepresidenta,
esta insistía en que no pretendía condicionar la composición del gabinete, sino
dejar al Presidente sin ataduras para que adopte las medidas necesarias que
llevaran a dar alguna satisfacción a las demandas insatisfechas de los
votantes, que expresaron su rechazo al oficialismo en las urnas o decidieron no
ir a votar. “Que el Presidente asuma su rol”, es el mensaje. Por la razón o por
la fuerza, dice el escudo nacional chileno.
Algo de eso se
habría hablado en la reunión que el Presidente mantuvo con Aníbal Fernández,
quien antes de concurrir a la Casa Rosada hizo saber de ese encuentro a
Cristina. Según diversas fuentes, el expluriministro kirchnerista le habría sugerido
al jefe del Estado que les pidiera a todos los ministros albertistas que
siguieran los pasos de De Pedro para licuar el impacto de la movida de los
funcionarios cristicamporistas. “Para disimular un elefante hay que llenar la
calle de elefantes”, le habría aconsejado el refranero Aníbal. Hasta anoche,
los paquidermos seguían siendo solo los de la especie kirchnerista y
sobresalían como un cartel de neón en la noche albertista.
En el medio, Sergio
Massa pretendía mediar o, al menos, ser visto como mediador. Por las dudas, se
refugió en un lugar neutral, sus oficinas de la Avenida del Libertador 850, en
Recoleta. Después de haber estado con Alberto Fernández en la Casa Rosada y con
Máximo Kirchner en el Congreso, prefirió no ser visto en ningún lugar que
llevara a sospechar que estaba tomando partido. Hombre previsor, además de
componedor. Al final de la noche era poco lo que había conseguido. La
intransigencia de los dos contendientes seguía irreductible. De poco valieron
las advertencias sobre lo que podría pasar hoy en los mercados. Un dólar
volando puede ser un llamador a la concordia, pero, quizá, tardío.
El enojo del
Presidente no cedía anoche por considerar que fue víctima de una encerrona,
aunque había recibido varias señales en las horas previas. Nada puede graficar
mejor la magnitud del golpe de efecto y el emplazamiento al Presidente hecho
por De Pedro y los funcionarios más representativos del cristicamporismo que el
hecho de que la decisión de poner a disposición su salida llegara antes a los medios
de comunicación que al despacho presidencial.
Cristina Kirchner y
La Cámpora parecían haber obligado así al Presidente a resolver lo que él no
quería hacer. De esa manera se interpretó unívocamente lo sucedido en el
despacho presidencial y en las oficinas aledañas.
“Poné orden”, sigue
siendo la orden. De Pedro terminó por hacer realidad todas las señales que la
vicepresidenta y las figuras que mejor la representan (Alicia Kirchner, Axel
Kicillof y Andrés “Cuervo” Larroque) le habían enviado a Fernández en las
últimas 48 horas y que Alberto Fernández se rehusaba a aceptar.
La elocuencia y la
publicidad del mensaje le impidieron al Presidente y sus más estrechos
colaboradores ensayar algún maquillaje. Optaron por admitir que se trató de un
apriete, cuyos destinatarios principales, además de Fernández, son el jefe de
Gabinete y alter ego presidencial, Santiago Cafiero, y el ministro de Economía,
Martín Guzmán. Precipitar la salida de los dos últimos es la colina que buscan
capturar, aunque luego se emitieran señales para tratar de disimularlo. Para
eso se hizo trascender la existencia de un llamado componedor de la
vicepresidenta a Guzmán para negar que fuera su verduga.
A pesar de eso, la
dimisión pública de los funcionarios vino a demostrar que uno de los puntos
nodales de los muchos desacuerdos entre Fernández, la jefa de la coalición
gobernante y La Cámpora pasa por la economía. Ese es el eje de todas las
críticas del cristicamporismo y la gran causa, para ellos, de la debacle
electoral del domingo pasado. Aunque abundan otros motivos y también reproches
políticos mutuos. Hacer más o menos kirchnerismo es la cuestión de los
conflictos, dicen en la Casa Rosada.
Señales
anticipatorias
Dos episodios
ocurridos en la mañana de ayer resultaron anticipatorios de la profundidad de
la crisis y del desenlace parcial. Las palabras del ministro Guzmán defendiendo
su gestión involucrando a Cristina y Máximo Kirchner fueron respondidas de
forma indirecta por De Pedro con la presentación de su dimisión. Además, el
ministro renunciante se desmarcó abiertamente de Guzmán en la reunión virtual
del Consejo de las Américas realizada ayer a la mañana.
De Pedro dijo allí,
palabras más, palabras menos, que el principio de acuerdo con el FMI al que
había llegado el ministro de Economía es inaceptable. Volvió a reclamar más
plazos y mejores condiciones de pago. Dejó en claro los motivos por los que la
firma de ese acuerdo sigue dilatándose.
La crisis tiene
ramificaciones que trascienden largamente la interna oficialista y la estabilidad
institucional también impacta en el plano internacional. Como si la Argentina
no tuviera problemas suficientemente graves y los padeceres de la población no
alcanzaran para evitar más conflictos.
En este contexto, y
aunque ahora parezca inverosímil, hasta ayer el viaje del Presidente a México
previsto para pasado mañana no era puesto en duda. Se pretendía que saliera de
la conflictividad interna cotidiana por un par de días, tomara oxígeno y
recuperara energía para lo que se venía. Otra vez, Cristina Kirchner y los
suyos le cambiaron los planes.
La tensión que
venía viviendo Fernández desde la noche del lunes parecía resultar
insoportable. Por eso, sus colaboradores consideraban imprescindible que
viajara. Las reacciones del Presidente en las horas y días posteriores a la
derrota electoral no resultaban las más adecuadas para reparar en algo lo
ocurrido, sino todo lo contrario.
Ayer nadie podía
explicar, por ejemplo, por qué el lunes había concurrido a la Casa Rosada con
su pareja, Fabiola Yañez, que repone el irritante recuerdo colectivo de la
fiesta clandestina de Olivos, interpretada como una de las causas de la debacle
electoral. Peor aún que la imagen los mostrara en un helicóptero. Ni hablar
cuando se supo que la aeronave se la había cedido Axel Kicillof porque la
presidencial estaba en reparación. Una sucesión de eventos desafortunados.
La prolongación de
la crisis resulta así mucho más inquietante.
Los antecedentes no
ayudan a llevar tranquilidad. En 2012, La Cámpora le vació el gabinete al
gobernador Daniel Peralta, un exkirchnerista de pura cepa, tras enfrentarse
durante varios meses.
El futuro es cada
vez más incierto y la situación del Gobierno y de todos los argentinos,
bastante más frágil.
El Presidente
decidió resistir a los aprietes o procrastinar una vez más
“No voy decidir
nada bajo presión. El gabinete sigue igual”, dijo Fernández
El cristicamporismo
buscó obligar al Presidente a hacer lo que no quería hacer
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