Por
Mariano Spezzapria - La aceleración de las negociaciones con el Fondo Monetario
Internacional (FMI), en medio de la preocupación que genera el derrumbe de las
reservas del Banco Central, agita la interna oficialista. Dentro del Frente de
Todos (FDT) ya iniciaron las conversaciones para establecer cómo se posicionará
cada sector ante lo que consideran un “acuerdo inevitable” entre el Gobierno y
el organismo para que la macroeconomía argentina no se termine de desbarrancar.
Desde
ese punto en común, que no es festejado sino aceptado como inexorable por
Alberto Fernández, Cristina Kirchner y Sergio Massa –los tres socios
principales de la coalición oficialista–, cada grupo interno adaptará su propia
reacción, acorde con su capital simbólico dentro del FDT. “Cada uno de nosotros
debe defender su significante político”, explicó uno de los principales
dirigentes del oficialismo.
Así
decodificaron las cartas públicas que escribe Cristina Kirchner. En especial la
última, que no incluyó cuestionamientos hacia Fernández ni su equipo de
colaboradores. “Tenemos que cuidar que el kirchnerismo no pierda sus votos,
porque de otro modo van a ir migrando a la izquierda”, admitieron en un
despacho oficial, en referencia a la buena performance del Frente de Izquierda
y los Trabajadores (FIT), con su discurso anti-FMI, en distritos como La
Matanza.
El
posicionamiento de Máximo Kirchner, en un tono más duro que el de su madre
respecto del Fondo, es motivo de discordia. “Él está más cerca de la
militancia, Cristina mira todo el cuadro de situación”, analizaron las fuentes.
Sin embargo, las críticas del delfín impactaron en su relación con el
Presidente. “¿Están seguros de que no hablaron ya?”, preguntó un referente
oficialista al tratar de enfriar esa versión muy extendida.
El
kirchnerismo tiene un problema inherente a su liderazgo: los factores de poder
no toman en serio ningún pronunciamiento si no proviene de la vicepresidenta.
Un ejemplo lo encarnó la semana pasada el ministro del Interior, Eduardo de
Pedro, que en un foro empresario dijo que ese sector del oficialismo avalaba el
acuerdo con el Fondo. “Nadie le dio bola, por eso tuvo que salir Cristina con
la carta”, se quejaron en el Frente de Todos.
Aunque
la desconfianza tiene motivos concretos: la última vez que De Pedro se presentó
ante empresarios, dos horas después renunció a su cargo por una orden directa
de Cristina. La autoridad política del ministro del Interior, el funcionario
kirchnerista con más alto rango en el Gobierno, quedó seriamente dañada. Y
ahora debe tolerar, incluso, que el jefe de Gabinete, Juan Manzur, acapare la
relación con los gobernadores del PJ.
Por
el lado de Massa, su posición favorable a un acuerdo con el FMI no es puesta en
duda en el oficialismo. “Hay que restablecer el orden macro en el período
diciembrefebrero”, lo escucharon postular al titular de la Cámara de Diputados,
que el miércoles almorzó con Fernández en la Casa Rosada. Además de las leyes a
tratar, conversaron sobre la necesaria presencia de Martín Guzmán en el
Congreso.
El
ministro de Economía tiene compromisos asumidos con el parlamento: debe
presentar el presupuesto 2022 y el plan plurianual que –según esperan en el
Gobierno– incluirá los acuerdos alcanzados con el staff técnico del Fondo. La
oposición, especialmente la agrupada en Juntos por el Cambio, lo aguarda con
muchas preguntas. “Estamos esperando que cometan el error de oponerse”, deslizó
un diputado del FDT desde su despacho legislativo.
Pero
más allá de la postura que vaya a adoptar la oposición, en la coalición gubernamental
hacen su propio juego. En el caso de Massa, su rol sigue siendo atraer al
votante de centroderecha y a la clase media. Menuda tarea para el jefe del
Frente Renovador, a quien escucharon insultar al aire cuando el Banco Central
dispuso –sin comunicación mediante– restringir la venta de pasajes al exterior
con tarjetas de crédito en dólares.
Si
Cristina va por izquierda y Massa por derecha, al Presidente le toca –de
acuerdo con el razonamiento de las fuentes consultadas– transitar el centro del
arco político. Ese es su “significante” político, según piensa también su
asesor, el catalán Antoni Gutiérrez-Rubí, que sigue ligado al Gobierno después
de haber encauzado la campaña electoral del oficialismo.
“Lo
que hay que ver ahora es que en las coaliciones circula un poder líquido”,
intentó explicar un funcionario para graficar el rol de Fernández. “Ya no hay
liderazgos unipersonales como los que acostumbramos en la Argentina. ¿O alguien
puede pensar que (Mauricio) Macri es el jefe de (Elisa) Carrió? ¿O que Horacio
(Rodríguez Larreta) es el jefe de (Facundo) Manes?”, preguntó en forma
retórica. El mismo argumento utilizó para el trío Alberto Cristina-Massa.
De
allí para abajo, en la coalición oficialista el ordenamiento de la tropa suele
ser dificultoso. Aunque en lo referido al acuerdo con el FMI, ya hay un pacto
de procedimiento: ningún diputado o senador del FDT votará en contra del
memorándum de entendimiento que se espera para fin de año. En todo caso,
aquellos que tengan discrepancias ideológicas se ausentarán del recinto a la
hora de la votación, anticiparon las fuentes consultadas.
Todo
sucede en un contexto en el que los principales dirigentes del oficialismo se
sienten con el agua al cuello y requieren de la comprensión de los propios. Si
le prenden velas al acuerdo con el Fondo, pasan directamente al rezo para que
la pandemia no recrudezca el año próximo a causa de la cepa ómicron. “Si llega
a pasar eso, me suicido”, se sinceró en términos dramáticos un referente del
FDT. Para la coalición oficialista, gobernar con pandemia resultó desgastante.
Pero
en el FDT queda un pequeño espacio para el optimismo: “Quedamos competitivos.
En 2022 hay que concentrarse en la gestión, con la mira puesta en el principal
desafío, que es la inflación”, advirtieron desde un despacho oficial.ß
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