Por
Cristian Mira - Si el anuncio del ministro de Agricultura, Julián Domínguez, no
tiene tropiezos, el país tiene la oportunidad de dejar atrás el círculo vicioso
que se inició en mayo pasado cuando el presidente Alberto Fernández anunció el
cierre total de las exportaciones de carne vacuna en un intento de frenar la
suba de los cortes en el mercado interno.
Aquella
decisión, que ahora se flexibiliza había iniciado una película ya vista en los
primeros gobiernos kirchneristas. Se traban las exportaciones, los productores
ganaderos empiezan a percibir menos ingresos y comienzan a desprenderse de las
vacas, las “fábricas de terneros” que, a futuro, aseguran que haya más oferta
de carne. Cuando cae la oferta, en el mediano plazo, los precios suben,
justamente lo que en teoría se quería evitar.
Ahora,
el Gobierno parece haber entendido que en el caso de la carne vacuna no hay una
contradicción absoluta entre el mercado interno y el externo. Del total de la
producción, solo se vende al exterior un 30% del volumen. Además, en los
últimos siete años hubo un cambio de composición en la demanda de la carne
argentina. El principal comprador es China, con poco más del 70% del volumen
exportado, que compra cortes que en la Argentina tienen poca salida, como el
brazuelo, que se usa para cocinar platos hervidos o guisos.
Otro
cambio que al Gobierno le cuesta percibir es cultural. Cuando se dice que hace
20 años el consumo de carne vacuna era de 55/60 kg por habitante al año y que
ahora está en 45/47 kg y se cree que es un deterioro, se omite el dato del
crecimiento de la carne aviar y porcina en ese lapso. De 20/22 kg/hab. año de
pollo que se comía hace dos décadas se pasó a 42 kg/hab. por año. Y en el
cerdo, se pasó de 8 kg/hab. por año a 16 kg/ hab. por año. El bife no está
solo, debe competir con el pechito de cerdo y la pechuga. Además, los expertos
dicen que podría haber más espacio para la carne ovina y para el pescado, dos tipos
de carne que la Argentina tiene todas las condiciones para producir más: agua y
tierra.
En
términos políticos, por otra parte, podría interpretarse que el ministro
Domínguez le ganó la pulseada al secretario de Comercio Interior, Roberto
Feletti, que se inclinaba por un aumento de las retenciones a la carne y una
mayor dureza en el cepo. Este funcionario, que reporta a la vicepresidenta
Cristina Kirchner, es partidario de la teoría del “desacople” entre el mercado
interno y el externo. Propuso la creación de un fideicomiso que puede implicar
la creación de subsidios cruzados. Una receta que no funcionó.
En
cambio, como peronista tradicional, Domínguez no quiso ir en contra de la
producción y fue hilvanando acuerdos para salir por arriba del laberinto. Se
apoyó en los gobernadores de las provincias ganaderas y no se enfrentó con la
Mesa de Enlace.
Acaso,
también, la derrota electoral del Frente de Todos en noviembre pasado, en gran
parte de la pampa húmeda, haya servido para que el Gobierno entendiera que
tenía más para perder que para ganar si iba en contra de la producción.
Si
la decisión de no frenar todavía más las exportaciones se concreta en los
próximos meses, podría comenzar a generarse un círculo virtuoso.ß
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