Por
Florencia Donovan - El ministro de Economía, Martín Guzmán, podría estar a
punto de caer en la misma trampa en la que cayeron muchos de sus antecesores.
En el equipo económico empieza a percibirse una suerte de satisfacción por
algunos de los números que está arrojando la economía. Suele suceder que quien
maneja la botonera se entusiasma fácil (basta recordar el semáforo de actividad
que difundían con orgullo desde el Ministerio de la Producción durante la
gestión anterior). Guzmán no sería la excepción.
El
PBI argentino crecerá este año cerca del 10% –muy por encima de lo que
proyectaba el mercado y más en línea con lo que esperaba Guzmán– y en el
Gobierno existe la creencia de que así como este año el mercado erró en sus
proyecciones, lo mismo sucederá en 2022. Pero son varias las luces de alarma
que se encienden en el tablero, que obnubila a quienes lo miran a diario con
algunos chispazos verdes, como puede ser el boom de los despachos de cemento,
que se encuentran en uno de los valores mensuales más altos en toda la serie, desde
1996, o la fuerte demanda de autos 0 km (automotrices tienen hasta seis meses
de demora para la entrega de unidades).
La
realidad sugiere que muchos de los sectores que hoy están traccionando la
economía no responden tanto a un inversor que modificó sus expectativas en el
país, sino a un inversor que está buscando refugio ante un posible cimbronazo
cambiario y una aceleración de la dinámica inflacionaria. La construcción, los
autos y los electrodomésticos son solo algunos de los ejemplos de los refugios
que buscan los argentinos. Lo mismo sucede con las empresas y los bancos que
anuncian inversiones en refacciones y en metros cuadrados con bombos y
platillos.
Por
un lado, el empleo privado no da cuenta de una apuesta a largo plazo de los
empresarios. “Nuestros clientes están hartos, frustrados, recelosos”, reconoce
un hombre que asesora a muchas de las principales empresas del país. Por otro
lado, quienes siguen de cerca el mercado de real estate reconocen que hay más
proyectos disponibles que inversores dispuestos a financiarlos. Hay, asimismo,
consumos básicos que no terminan de repuntar. Basta con mirar los consumos de
carne o los de lácteos.
Paradójicamente,
en las industrias donde sí hay actores con vocación por invertir, el Gobierno
no se esfuerza demasiado por acompañarlos. No más basta ver lo que está
sucediendo con Jet Smart, empresa internacional que anunció recientemente con
bombos y platillos la incorporación de un avión más a su flota en la Argentina,
pero que no logra hasta ahora que en el Aeroparque le hagan un lugar. Una vez
más, parece que el lobby de la línea de bandera es más fuerte.
El
faltante de dólares, en tanto, amenaza constantemente con ponerle un freno al
rebote de la actividad. Sucedió en octubre con la industria y la construcción
apenas el Banco Central intensificó el cepo cambiario para las empresas e
importadores (ver página 19). La entidad que preside Miguel Ángel Pesce anunció
ayer que las restricciones se extenderán al menos otros seis meses más (ver
página 17). Menos importaciones impactarán sobre los niveles de actividad y
sobre los niveles de inflación.
El
consenso de los economistas, según el Relevamiento de Expectativas de Mercado
que realiza cada mes el BCRA, es que la economía el año próximo crecerá en
torno al 2,5%, lejos del 4,4% que estimó Guzmán en el presupuesto. Si bien
algunas consultoras, como el Instituto de Finanzas Internacionales (IIF por sus
siglas en inglés), mejoraron sus pronósticos de crecimiento para 2022, siguen
muy lejos de las estimaciones del Gobierno. “El rebote fue más fuerte de lo
esperado este año, y eso deja más arrastre estadístico para 2022, pero el view
general no cambia para la Argentina –dice el economista del IIF Martín
Castellanos–. Seguimos viendo que no hay drivers como para crecer más allá del
rebote y que lo que se asume en el proyecto de presupuesto 2022 es demasiado
optimista”.
Algo
similar piensan en el FMI, donde además no creen que en la administración de
Alberto Fernández haya demasiada vocación por avanzar en un acuerdo serio. Los
discursos previstos para hoy en la Plaza de Mayo podrían no ayudar demasiado en
plena negociación. El problema con el que se enfrenta la delegación de la
Argentina que viajó esta semana a Washington es que la línea del Fondo tampoco
estaría demasiado apurada por sellar un programa que no termine de convencerla.
“Es un FMI más blando de lo que fue en el pasado, pero nadie en el organismo se
va a inmolar por la Argentina. Es cierto que no le quieren soltar la mano al
país, pero no parece tan fácil llegar a un acuerdo”, explica un hombre que
dialoga con el FMI con frecuencia.
Pero
pensar que las advertencias de los economistas privados están erradas y que la
actividad seguirá dando sorpresas no es la única trampa en la que estaría
cayendo Guzmán. Tal como hizo con la reestructuración de la deuda privada,
Guzmán podría una vez más estar cometiendo el error de anclar todas las
expectativas en un inminente acuerdo con el Fondo. ¿Qué sucederá si el
entendimiento se demora más de lo previsto? ¿O si no es lo suficientemente
atractivo a los ojos del mercado? La “reestructuración exitosa” de la que habla
hoy el ministro de Economía no solo no le abrió las puertas del mercado de
deuda internacional a la Argentina–con el riesgo país coqueteando en las
últimas semanas con los 1700 puntos, es claro que no–, sino que ni siquiera
modificó las expectativas de corto plazo de los inversores.
El
acuerdo con el FMI podría caer en la misma bolsa. Un hombre que estuvo en la
administración pública lo describe así: “Los tiempos del mercado son distintos
de los tiempos del político. El mercado mira hacia el futuro, está pensando
cómo va a seguir la economía en marzo, mientras que el político está ocupado en
atender la coyuntura: el faltante de dólares, el acto en la Plaza de Mayo… Cuando
la situación presente se complica, esa desconexión se amplía y el mercado te
castiga con una corrida en los precios”.
¿Calma de corto plazo?
También
muchos economistas comienzan a alertar que la relativa estabilidad del las
cotizaciones alternativas del dólar podría no ser más que de corto plazo, dada
la mayor demanda de pesos que existe en todos los diciembres. Suele suceder
luego que en febrero la situación se revierte y el excedente de pesos vuelve a
presionar sobre el dólar. Pasa casi sin excepción en la Argentina.
Expresidentes del Banco Central del macrismo, como Federico Sturzenegger y
Guido Sandleris, cometieron el error de pensar que en su gestión no sucedería
lo mismo. Dada la escasez de reservas y de poder de fuego del BCRA, Guzmán y
Pesce debieran estar anticipándose a que algo similar podría sucederles a
ellos.
Pero
tal vez la trampa más grande que acecha a Guzmán y que vino condicionando su
gestión hasta ahora es creer que son tan malas las variables nominales de la
Argentina –tan bajos los precios de los activos– que con solo administrar
algunas medidas y “tranquilizar la economía” será suficiente para sostener el
rebote y apuntalar la actividad. (¿Será por eso que nunca creyó necesario
presentar un plan?) Parece el mismo optimismo del que pecó su antecesor Alfonso
Prat-Gay, que también se confió en que llevando adelante solo algunos cambios
la economía se reacomodaría sola. El problema es que los inversores tienen hoy
la certeza de que la Argentina está barata en términos históricos, pero no
tienen la seguridad de que lo esté en relación con el futuro.
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