La evolución de las reservas brutas, que además de las compras o ventas
del Banco Central refleja los usos de reservas para el pago de deudas y las
variaciones de cotización, como por ejemplo el oro, fue más dramática aún.
Hasta el 17 de mayo cayeron, excluyendo el desembolso del FMI, US$4857
millones, comparado con un aumento de US$1854 millones en 2021.
¿Por qué pierde reservas el Central, si las exportaciones fueron tan
altas? El análisis del balance cambiario, un reporte de las transacciones
externas que publica el BCRA, da buenas pistas. En primer lugar, durante el
primer trimestre las importacionesaumenta ron aun ritmo mucho más elevado que
las exportaciones. Entre las importaciones se destacan las energéticas, con un
crecimiento del 191% interanual en el primer trimestre, según el Indec, pero
las otras importaciones también crecen fuertemente.
La balanza de servicios también tuvo un cambio fenomenal, alentado
además por el levantamiento de las restricciones de viaje. El déficit fue de
US$2352 millones en el primer trimestre, contra US$683 millones de déficit en
el primer trimestre de 2021. El pago de intereses y capital de la deuda externa
aumentó en US$1000 millones, y la compra neta de divisas por parte de los
argentinos se expandió en casi US$500 millones.
Lo que se ve también en el balance cambiario es que no entra
prácticamente un dólar, exceptuando los del FMI y otros organismos
multilaterales. Nada que no se pueda prever, excepto para los genios que diseñaron
y defienden esta política económica, dado que cada dólar que entra al país se
cambia a un precio mucho menor que el de mercado, y queda atrapado en la
Argentina.
El fenómeno subyacente al problema de las reservas es que hay un
tremendo atraso cambiario. En un esquema económico que combina cepo con atraso
cambiario, como el que hubo de 2011 a 2015 o el actual, la población compra
sustitutos de dólares como puede, en forma de bienes, viajes o cancelación de
deudas.
La única forma de arreglar este desequilibrio es con una devaluación del
peso que supere a la inflación, es decir, lo contrario a lo que viene pasando
hace 15 meses.
Una devaluación permite, en teoría, aumentar las exportaciones y reducir
las importaciones de bienes y servicios y, por lo tanto, equilibrar el sector
externo. Sin embargo, de la teoría a la realidad operan varias deficiencias
estructurales del país. La primera es que, al ser una economía muy cerrada a
las importaciones, también exportamos poco. Quien poco compra, poco vende. Somos
el sueño de Aldo Ferrer; vivimos casi con lo nuestro. Esto hace que un salto
devaluatorio traiga pocas exportaciones adicionales, y que estas traccionen
poco sobre la actividad económica. Y les lleva tiempo a las empresas rearmar
sus vínculos exportadores que fueron desarmando en los años de cepo cambiario.
Esto deja el grueso del ajuste externo a las importaciones. Devaluar en
la Argentina es hacer contraer las importaciones y, por lo tanto, el consumo de
bienes. Además, como el país protege más a los productores de bienes finales
que a los productores de bienes intermedios, la industria local usa muchos
componentes importados. La de electrónicos es el caso extremo, siendo casi una
ensambladora de partes importadas. Es decir, devaluar es hacer caer también el
consumo de bienes nacionales. Devaluar es contractivo y por eso los gobiernos
populistas tratan de evitarlo.
Es por ello que, en un ejercicio de procrastinación diseñado para
intentar dejarle una nueva bomba al próximo gobierno, el Central optó por acelerar
las mini-devaluaciones diarias, pero de una forma muy inconsistente. El peso se
depreció casi 4% contra el dólar en abril, comparado con un promedio de 1,1%
mensual en los siete meses previos a las elecciones de 2021. Sin embargo, la
depreciación del peso es menor que la inflación, y ambas son mayores que la
tasa de interés.
La combinación de tasas de interés menores que la depreciación y éstas
menores que la inflación es una receta para una lenta pero segura debacle. Los
agricultores, por ejemplo, preferirán en estos meses endeudarse en pesos y
sentarse sobre la cosecha, aprovechando que las tasas son menores que la
devaluación esperada. Menos dólares aún para el Banco Central. Este esquema se
viene dando desde inicios de 2022, cada vez a niveles crecientes de tasas,
inflación y devaluación. Como no soluciona el problema de fondo, lo que veremos
en los próximos meses será una aceleración de la inflación, alimentada por
nuevas subas de salarios, de las mini-devaluaciones y de las tasas de interés,
pero siempre corriendo la pelota desde atrás. Hasta que el FMI diga basta, o
hasta que el BCRA se quede sin reservas. Ahí la devaluación del peso será
inevitable, sumando más presiones a la inflación.
Este esquema se alimenta, además, con la reanudación de la emisión
monetaria para financiar al Gobierno. El déficit fiscal, madre de los problemas
inflacionarios y cambiarios argentinos, fue muy elevado en el primer trimestre.
Los subsidios energéticos más que se duplicaron y es probable que aumenten en
al menos 0,8% del PBI en 2022. A esto se sumó que el mercado, que comienza a
preocuparse por las implicancias prácticas de estos desequilibrios macro, no
renovó toda la deuda del Gobierno que vencía en abril. El fisco tuvo que
recurrir a la máquina de imprimir nuevamente: entre el 29 de abril y el 9 de
mayo el BCRA le prestó $166.000 millones de pesos al Gobierno. Leña al fuego
para la inflación y leña al fuego para la brecha cambiaria, que se despertó
después de una modorra que duró unas semanas. Esta dinámica cambiaria,
monetaria e indexatoria debería hacerle entrar alguna duda al Presidente sobre
la suerte de la inflación en los próximos meses.ß
“Algo que se ve en el balance cambiario es que a la Argentina no entra
un dólar, salvo los del FMI y otros organismos multilaterales”
“En un esquema económico que combina cepo con atraso cambiario, la
población compra sustitutos del dólar como puede” |