Lunes 15 - Por Claudio
Jacquelin - La tregua que el Frente de Todos se dio ante el terror es el mejor
soporte que encuentra el nuevo titular del Palacio de Hacienda, Sergio Massa,
para aprender sobre la marcha la tarea de conducir la política económica y
tomar (o prometer) medidas que a sus antecesores no les permitían siquiera
esbozar.
Todo depende, cada día, de los resultados y de la cuota de dolor que
generen sus decisiones, adoptadas en modo secuencia.
No se trata solo de lo que le permitan al ministro de Economía los
socios de la alianza gobernante más reacios al ajuste. Un ajuste que en los
próximos días debería empezar a ejecutarse, según el cronograma de medidas que
prometió el ministro y que llegaría hasta las provincias peronistas que cuentan
con recursos y a las dependencias que controla La Cámpora.
La tolerancia y la desconfianza del cristicamporismo conviven a la
fuerza sostenidos por la expectativa de que Massa logre estabilizar la
economía. Lo mismo les ocurre a los tomadores de decisiones económicas, que siguen
mirando y esperando, sin ejercer, por ahora, mayores presiones, aunque el
tiempo pase sin ver un programa.
En ese club puede inscribirse la dirigencia sindical reunida en la CGT
que esta semana dejará los autos con chofer para salir a la calle con tan poco
entusiasmo como escasa claridad de propósitos. Ficciones que todos se ven
obligados a comprar.
Por eso, Massa puede permitirse dilatar la adopción de medidas que le
reclaman solo con la concreción de reuniones más o menos reservadas y con
llamados telefónicos o intercambios de mensajes con actores que hasta hace tres
semanas carecían hasta de ese vínculo elemental con el área económica, cuando
no con casi toda la primera línea del gobierno de Alberto Fernández. Un inusual
punto de coincidencia entre el ultrakirchnerismo (empezando por la jefa) y los
empresarios de la industria y del campo. Nunca, estando tan lejos, habían
estado tan cerca. Y no lo sabían.
El tan promocionado como hermético primer contacto de Massa con la Mesa
de Enlace rural es el mejor ejemplo de la forma en que el nuevo ministro lleva
adelante su gestión con quienes necesita sumar y no solo evitar su malestar.
Al fin llegan las nuevas tarifas
A pesar de cuánto urge contar con la liquidación de los granos que
tienen almacenados productores y exportadores, y obtener el consiguiente
ingreso de divisas, las propuestas concretas de Massa se harán esperar una
decena de días. La reunión inicial tuvo apenas la característica de un
encuentro exploratorio. Para todos. El crédito está abierto.
Lo mismo puede decirse de la definición del cuadro tarifario en materia
energética, que debió dilatarse otra semana, a pesar de que es ese el ducto por
el que se va la mayoría de los recursos que el Estado ya casi no tiene.
Pasado mañana debería dilucidarse el sistema de segmentación y aumentos
para poder aplicarlo en las próximas facturas.
La entrada y la salida de divisas siguen atrapadas en la puerta
giratoria que el Gobierno trabó hace ya mucho tiempo, para provocar los
múltiples desequilibrios económicos y financieros que padece el país entero.
Massa prometió destrabarla, pero aún se lo ve más obligado a hacer fuerza que
logrando resultados.
La tardía (y aún parcial) liberación del área de Energía por parte del
kirchnerismo no es la única causa del retraso en la toma de las decisiones que
esperan tantas audiencias, desde los simples consumidores, pasando por los
empresarios (sobre todo los amigos), hasta el Fondo Monetario.
También, deben computarse las demoras en algunos trámites burocráticos,
que no están exentas de la incidencia de la interna oficialista, aun cuando se
encuentre sedada o en coma inducido. Pero, sobre todo, pesa la necesidad de no
equivocar los cables que se tocan en el proceso de desarmado de la bomba. Un
espectáculo que se mira con diversidad de expectativas y con mucho temor. Un
error puede costar carísimo. Literalmente.
La tregua del Frente de Todos es solo eso. Un respiro para todos los
involucrados en esta disputa, latente desde los orígenes, que la derrota
electoral del año pasado precipitó y los fracasos económicos llevaron al
extremo. Todos saben que cualquier impacto político negativo, cualquier efecto
no previsto o no deseado sobre el capital simbólico y la base de sustentación
política del kirchnerismo pueden hacer reanudar las hostilidades o, en el caso
de Alberto Fernández, propiciar las trabas y la vampirización.
Como bien advirtió un agudo dirigente opositor, afecto a los eufemismos:
“Massa está preso de dos emotividades complejas. La de Cristina y la de
Alberto, y él lo sabe bien”. Por eso, tiene que moverse con una prudencia que
apenas se esboza en su ADN. En cualquier momento puede haber explosiones. Y no
hay manual a la vista. Solo una borroneada hoja de ruta y un objetivo deseado,
pero difuso.
Devaluación en Massa
En ese contexto se disputa una de las principales expectativas y dijunto
lemas que pesan sobre la gestión massista: si hará o no una fuerte devaluación
de lo que queda del peso. Massa se resiste a llevarla a cabo. Extraña
coincidencia con la denostada y fallida gestión macrista. Entre gradualismo y
shock, este ministro también elige gradualismo. Las consecuencias políticas
priman sobre el cálculo técnico, a pesar de que una pléyade de economistas
sostiene que será inevitable y hablan de porcentajes de depreciación necesarios
que van del 30% al 40%. Pero, más allá de sus convicciones, necesitaría
demasiado respaldo para eso y no lo tiene.
Por eso está obligado a extremar la pericia en busca de alternativas.
Por ahora, los que ponen en juego su dinero, más que las palabras, dudan tanto
de la destreza como de la creatividad y retienen los productos que cotizan en
dólares. El mercado paralelo sigue en estado de alerta. El perro se muerde la
cola. El kirchnerismo y el sector agroindustrial vuelven a sus posiciones
originales, aunque expectantes y con menos ruido.
Massa cuenta tanto en el terreno económico como en el plano político con
una ventana temporal para encontrar resultados. Los 100 días que él reclama son
un exceso propio de su forma de negociar (y ser). Todos lo saben. Aunque muchos
parecen más modestos en los cálculos sobre la verdadera amplitud de los plazos
de que dispone el audaz ministro. El tránsito hasta la primavera puede ser
largo. El humor social es muy lábil.
El repliegue del cristicamporismo apunta a recuperar volumen para
intentar reconstruirse en su momento más complejo. La agudización de la crisis
económica llegó con el mayor avance de la Justicia que se haya registrado sobre
la vicepresidenta. La posibilidad de tener una condena antes de fin de año ya
tiene visos de probabilidad muy altos. Las estimaciones provienen de quienes
mejor conocen los secretos tribunalicios.
La andanada de recusaciones a los jueces y al fiscal de la causa
Vialidad por parte de la defensa de Cristina Kirchner apunta a lograr que ese
plazo se extienda, si no se logra el objetivo máximo de desplazar a quienes la
acusan y la juzgan, y evitar el fallo.
Al mismo tiempo, se procura fortalecer el relato de la persecución por
motivos políticos (y no jurídicos) para retener el capital político que permita
sostener su vigencia y centralidad, ordenadora del sistema político en las
últimas dos décadas. La pérdida de ese soporte sería tan peligrosa o más que la
de los fueros. La capacidad de movilizar a cientos de miles de militantes
fanáticos en la calle y en las urnas opera como su mayor (y último) reaseguro.
Pero un colapso económico, aun cuando se lo quisiera endosar a Fernández y a
Massa, profundizaría su vulnerabilidad. Es la contragarantía con la que cuentan
ambos.
Así, la auditoría de los planes sociales y el intento de cambiarlos por
la generación de empleo, con el proyecto que esta semana lanzará el ministro de
Economía, son más piezas del rompecabezas que comparten Massa y Cristina
Kirchner. Coinciden en la necesidad de controlar el manejo y el destino de los
recursos. Herramientas fiscales, económicas, políticas y sociales.
Deconstrucción kirchnerista
El avance del kirchnerismo sobre los movimientos sociales significaría
el fin del proceso de su deconstrucción para intentar la reconstrucción. El
círculo vital está a punto de cerrarse. Con la ilusión de volver a empezar.
Para comprenderlo mejor conviene remitirse a los orígenes y la evolución
del kirchnerismo, cuyas raíces se encuentran en la liga de gobernadores, que
desde el CFI presionaba al gobierno central, con Néstor Kirchner en un rol
protagónico.
Con su llegada al poder en 2003, el padre fundador de la dinastía fue
dinamitando ese polo de poder para crear en beneficio y defensa propia la liga
de intendentes. Una nueva base de sustentación y de generación de dependencia
política. El vínculo duró hasta que los intendentes lo desafiaron en 2013.
Entonces nació la alianza con los movimientos sociales, que se quedaron con una
buena parte de la torta de los fondos y, sobre todo, con el vínculo con el
núcleo más duro de sus votantes en el principal bastión K. Una tercerización
que el tiempo, el aburguesamiento de los alcaldes y el elitismo camporista
volvieron demasiado costosa.
Ahora, fracasado o demorado el trasvasamiento generacional que La
Cámpora pretendía encarnar, aparece la necesidad de recuperar poder y
territorio, si no es para 2023, será para 2027. Eso explica la nueva alianza de
la organización maximista con los intendentes a quienes les prolongaron la vida
política con una nueva posibilidad de re-re-reelección, pero con la pretensión
de rodearlos de dirigentes camporistas en las próximas listas de concejales.
Otro tanto intentarán hacer con las listas provinciales y nacionales.
Para cerrar el círculo, toda gestión de Juan Manzur con los gobernadores
peronistas es supervisada de cerca por el camporista Wado de Pedro. Volver a
empezar. De eso se trata. Aunque sin plata y sin poder político es una misión
imposible.
El triunfal 22% de Néstor Kirchner, en 2003, fue un punto de partida. Lo
mismo que la recuperación económica que conducía y apuntalaba por entonces
Roberto Lavagna. La extrapolación temporal es un ejercicio peligroso cuando no
es completa. Antes de esos hitos gloriosos, la calle obligó a Eduardo Duhalde a
resignar sus aspiraciones electorales y Jorge Remes Lenicov se inmoló con la
devaluación que abrió paso al despegue.
Fernández, Massa, Cristina y Máximo Kirchner se ilusionan con evitar
esos purgatorios. La tregua del Frente de Todos está atada por esos sueños.
Massa cuenta con ese crédito, no más. Ahora es momento de recomponer el capital
en el más amplio de los sentidos. Por eso, el cristicamporismo tolera o apoya.
El verbo que define sus silencios y los magros gestos de respaldo depende de a
quién se consulte.
Sobran, para el trayecto, las dudas y las acechanzas. Aunque la
oposición cambiemita, con el estallido de su disputa interna, amplió los
márgenes de acción.
El éxito, tanto como el fracaso, augura tiempos de diferenciación en el
seno del frentetodismo con vistas a las elecciones presidenciales. Al respecto,
no hay disidencias. Saben que en el futuro no hay lugar para todos en el mismo
espacio. La duda es cuánto falta para ese futuro, que parece inevitable.ß |