Por Claudio
Jacquelin - El show debe continuar y la dirigencia política le hace honor,
aunque los espectadores le den la espalda. En el escenario principal se
suceden, con espectáculos dudosos, oficialistas y opositores varios. Ahí Juntos
por el Cambio sostiene aún, con dificultad, una buena porción de la audiencia y
alterna centralidad, torpezas y complicaciones con el ex Frente de Todos. En
desmedro de ambos.
Así, las dos
últimas semanas le indican al universo cambiemita que, al margen de lo que
quieran, el calendario electoral empieza a poner fechas límite y obliga a tomar
decisiones, expone limitaciones y genera reconfiguraciones.
En ese contexto,
aparece incómodo, por una dinámica que no controla, el tiempista cambiemita (o
el gran procrastinador de la oposición, según sus rivales). La realidad y el
cronograma político-electoral del país federal desafían a Horacio Rodríguez
Larreta, que, obstinado en sostener su ritmo, solo se permite unas breves
aceleraciones (o reacciones) de impacto fugaz para evitar que siga diluyéndose
la condición de favorito excluyente que hace más de un año ostentaba. No es el
único, pero sí el más expuesto.
Los ruidos públicos
que aumentan en la cima tienen eco en las bases provinciales y municipales,
donde crecen los conflictos y los riesgos de fractura. Consecuencia de que el
partido entre los presidenciables se vea cada vez más abierto, sin ningún
liderazgo ordenador y con focos cruciales de incertidumbre.
El panorama se ve
agravado por la reconfiguración general de la escena político-electoral. Las
antinomias kirchnerismo-antikirchnerismo, macrismo-antimacrismo van perdiendo
su potencia ordenadora. El tiempo y el ejercicio del gobierno no han pasado en
vano. “La pregunta dominante y organizadora de esta elección ya no será, como
en todas las anteriores, el kirchnerismo. Solo será una más”, suele decir el
analista Pablo Knopoff.
La sucesión de
fracasos de esos polos, la falta de respuesta a muchas de las principales
necesidades sociales, la irrupción de nuevas demandas, las secuelas de la
pandemia y la cristalización de la crisis más extensa de la que los argentinos
tengan memoria, sin esperanzas ciertas de superación ni expectativas ciertas de
explosión, son el sustrato nacional sobre el que los precandidatos cambiemitas
intentan hacer pie, sin lograrlo. No alcanza con estar en contra de Cristina
Kirchner. Tampoco de Mauricio Macri.
Sin embargo, la
permanencia obturadora de ambos, todavía dominantes en sus casilleros, pero sin
mayor proyección más allá de su núcleo duro, solo complica cualquier proceso de
renovación. Pueden dejar de iluminar, pero siguen proyectando sombras. Desde
acá abajo se siguen viendo estrellas ya extinguidas hace mucho.
La dilación que le
imprime Macri a la definición sobre su futuro y sus sinuosos movimientos ocupan
un lugar relevante para explicar las complicaciones cambiemitas. De todas
maneras, cada vez son menos los que apuestan su dinero a una nueva candidatura
a presidente.
Lo ven muy a gusto
en sus roles actuales, sosteniendo la centralidad en la interna partidaria y
como funcionario de la FIFA, que le da figuración, vínculos y oportunidad de
ampliar su cartera de negocios internacionales, especialmente en el mundo
árabe. Solo le preocupan, y bastante, dicen, las causas judiciales que lo tocan
a él y a sus herederos. Otro espejo con su némesis.
Lo cierto es que la
mayoría de JxC sufre ese estado de indefinición, mientras él disfruta el
ejercicio del poder que aún le queda y que cualquier resolución adelgazará.
Como dicen varios macristas, “qué lejos está aquel Mauricio (de 2015) de este
Macri”. Más Franco no se puede.
Las transiciones
son siempre el momento más difícil e incierto de todos los procesos. Más aún
cuando se suman nuevos actores disruptivos, como el antisistema Javier Milei,
ya el tercero en discordia, capaz de interpelar a los dos polos y ser el
significante vacío en el que muchos ciudadanos encuentran un recipiente donde
poner su frustración, enojo y deseos de castigo.
El subibaja de
Pro
En medio de tantas
nebulosas, emergen algunas evidencias que abren nuevos alineamientos. En primer
lugar, aparecen las curvas que dibujan las trayectorias de las precandidaturas
de Larreta y Patricia Bullrich, con destino de cruzarse si la aceleración
siguiera constante e ininterrumpida. Es la película de los últimos meses y la
foto de hoy, con consecuencias en el presente. Cambiar o sostener ese recorrido
es el mayor desafío de ambos. Una aprovecha su momento para sumar volumen. El
otro busca un nuevo punto de apoyo para construir su liderazgo. No depende solo
de ellos.
La discusión
central de estos días no es cuán cerca o cuán lejos está uno del otro, quién
está más arriba y quién más abajo en las imperfectas encuestas de intención de
voto. Que sea mayoritaria la admisión de que ya no hay diferencias decisivas
entre ambos hace que cobren mayor relevancia el recorrido ascendente de
Bullrich y la dificultad de Larreta para encontrar un piso.
Las fotos en la
vendimia mendocina de la presidenta de Pro con dirigentes mayoritarios del
radicalismo de Mendoza, Córdoba, Corrientes y Santa Fe le sirvieron a esta para
reforzar la imagen de estar atravesando una tendencia alcista y de que estaría
mejorando su base de sustentación. También le permiten suavizar sus aristas más
extremas, sin bajar sus ruidosas y polarizantes consignas. Con la mirada puesta
en la interna cambiemita y, por el retrovisor, en el avance de los libertarios
anticasta.
“Mi presencia y mi
discurso es lo que impide que Milei crezca más”, les dice Bullrich a los
críticos de sus posturas radicalizadas. Una hipótesis por demostrar, que para
ella no necesita comprobación.
“Sus nuevas
compañías hablan parcialmente de su potencial presidencial. Es cierto que le
sirven para decir que ya no la ven como una extremista solo ideal para el
núcleo duro macrista e inviable para una elección general. Pero, también, hay
otro elemento que explica su
momentum: la
interna radical. Las fotos fueron más contra Gerardo Morales que contra
Horacio”, admiten, explican y se consuelan en la mesa larretista.
Sin embargo, hay
más. No necesariamente por mérito de la titular de Pro, sino por la falta de
resolución de algunos conflictos que se le han planteado al alcalde porteño y
que corren el riesgo de reforzar las críticas a su liderazgo (o a la falta de
esa cualidad). Allí aparecen los conflictos subnacionales.
El caso más
paradigmático y que marcó la masiva excursión política a Mendoza es el que
protagoniza quien en el comienzo de la campaña fue elegido para armar el
larretismo en el interior. El díscolo Omar De Marchi se transformó en una
cordillera en los zapatos de Larreta.
El infructuoso
viaje prevendimia del alcalde porteño y los infinitos intentos previos y
posteriores de ablandamiento ejercidos por varios de los más importantes
dirigentes larretistas no lograron aún desactivar el desafío de De Marchi. Su
amenaza de no ir unas PASO y competir por fuera contra el mandamás del
radicalismo mendocino y aspirante a volver a la gobernación Alfredo Cornejo
sigue todavía en pie.
El riesgo que eso
implica para la retención de la provincia en manos cambiemitas no es menor.
Mucho más si, como nadie descarta, termina haciendo una alianza con Milei, que
en la provincia gana adeptos a expensas de JxC, pero también del peronismo,
como viene constatándose en muchos otros distritos.
Bullrich solo
amenaza con la expulsión de De Marchi y la inminente intervención de Pro de
Mendoza, por no haber realizado aún la elección de autoridades, cuyo mandato
vence el 31 de este mes. Pero no se hace cargo del conflicto que deriva en su
rival. Lo que uno pierde el otro trata de sumarlo. Aun a riesgo de agitar más
la conflictividad interna.
Más provincias en
riesgo
La provincia
cordillerana no es una excepción. Apenas es uno de los casos en los que los problemas
en la cima se potencian en las bases y ponen en riesgo el propósito de pintar
más provincias de amarillo. Además, de amenazar con debilitar la construcción
nacional y alejar aún a más votantes.
La agria disputa
abierta en Tucumán entre el larreto-peronista Germán Alfaro y el radical
Roberto Sánchez es igualmente crítica. El riesgo de fractura crece y aumenta
las probabilidades de triunfo de la fórmula peronista invertida, lidera por el
actual vicegobernador Osvaldo Jaldo, acompañado por el gobernador Juan Manzur.
También crece la probabilidad de que los cambiemitas pierdan la capital que hoy
administra Alfaro. Tropicalidades. Tampoco acá los oficios del alcalde porteño,
pero no solo de él, han logrado encuadrar a los actores.
El fenómeno se
repite en Neuquén, aunque allí todos coinciden en señalar como responsable de
los problemas a Macri, quien bendijo a Rolando “Rolo” Figueroa, exdiputado del
oficialista Movimiento Popular Neuquino, lo que fracturó la alianza con los
radicales y la Coalición Cívica. El MPN lo festeja. Y se relame el peronismo,
que en 2021 había quedado tercero.
Los vientos
patagónicos sacuden también el armado de JxC en Chubut. La elección interna en
Trelew solo profundizó heridas. En el subsuelo ya hay réplicas del triunfo de
Gerardo Merino, un originario radical adoptado por Pro, que se impuso a
Federico Massoni, candidato oficial de la UCR. También acá podrían ponerse en
riesgo la performance provincial de JxC, así como en varios municipios. Las
responsabilidades de lo que ocurre en esta provincia son compartidas. Escenas
de la crisis de liderazgo en la cima de Pro.
El único alivio
provincial lo ofrece, por ahora, Córdoba. El acuerdo para dirimir por
encuestas, ante la ausencia de primarias obligatorias en esa provincia, la
candidatura a gobernador entre Luis Juez y Rodrigo de Loredo encarriló una
situación complicada. La foto de hoy hace prever que Juez terminará yendo por
el cargo mayor, mientras que el joven radical iría por la intendencia de la
capital, aunque él dice no descartar ser parte de la fórmula a la gobernación.
Para el final, el
intríngulis mayor del universo cambiemita: la ciudad de Buenos Aires, cuna
macrista. El juego de Larreta consistente en saturar la cancha de precandidatos
amarillos para no definir su apoyo y no complicar su alianza con el
radicalismo, que lleva como postulante a Martín Lousteau, empieza a encontrar
sus límites.
Jorge Macri, que
esponsoreado por su primo expresidente y por Bullrich quiere elecciones
unificadas con las nacionales. Los radicales piden fair play y solo aceptarían
que si no se desdoblan los comicios sean concurrentes. Es decir, en la misma
fecha, pero con boletas separadas y, además, por voto electrónico o boleta
única. Nada que miren con simpatía los primos macristas.
Por eso, no extraña
que agudos conocedores del fundador de Pro digan: “Mauricio está esperando que
Horacio defina a quién apoyará en CABA y cómo y cuándo serán las elecciones
ahí. Solo después anunciará qué hará él. No está dispuesto a poner en riesgo su
único y verdadero territorio. Mucho menos si, al final, no va a presentarse”.
El maratonista, obligado a enfrentar al jugador de bridge.
Ese será el
principio del final de las definiciones. Mientras tanto, las elecciones
provinciales adelantadas irán creando nuevas condiciones y climas de opinión.
En muchos casos para la oposición cambiemita serán un largo desierto por
atravesar.
El desafío
inmediato para sus dirigentes es lograr que los ruidos de la cima y las fisuras
de las bases no se transformen en fracturas que les compliquen aún más la
elección nacional. Nada está resuelto. O, mejor dicho, cada día está más
complicado.ß |