Por Luciana Vázquez
- Todo lo sólido del kirchnerismo se desvanece en el aire. La coalición
gobernante enfrenta por estas horas y hacia los meses que faltan para la
elección presidencial sus momentos de mayor zozobra. No parece haber vuelta
atrás. Esa debilidad política creciente encuentra su medida en varios sistemas
métricos. Por un lado, sus efectos en la esfera cotidiana, cada vez más graves:
suba de precios, cortes de luz, narcotráfico, inseguridad en alza, rabia
social, también por las nubes, y un reclamo que ronronea cada vez más fuerte y
más públicamente desde la propia militancia, lo impensado. Por otro lado, un
termómetro más sutil registra los temblores en la esfera política y en el
capital social y conceptual con el que el kirchnerismo buscó, y logró, seducir,
convencido, durante casi dos décadas.
El tipo de enemigos
que decide enfrentar, menores; los países con los que se compara y elige como
ejemplos, antes impensados; las utopías que propone, tardías; los
precandidateables a presidente, devaluados, y los malabarismos que hace en la
gestión, estériles: todos los indicadores muestran que el kirchnerismo se aleja
sin remedio de su etapa de perro grande capaz de marcar el ritmo de la vida
argentina y arrinconar a sus enemigos reales y retóricos para ingresar directo
a su etapa de perro chico, que apenas ladra y menos muerde. Como en el meme que
circula en las redes sociales, un perro grande versus un perro chico, un antes
y después de un proceso que lleva de la fortaleza a la minusvalía ridiculizada.
Todo se transforma.
Para referirse a
sus años de perro grande, Cristina Kirchner apela a otro fraseo: “Hegemonía
democrática”, dijo en su discurso en la Universidad de Río Negro, para
caracterizar al gobierno kirchnerista de 2003 a 2015. Es decir, capacidad de
una fuerza política de imponer su visión del mundo a través de la autoridad
presidencial, la institucionalidad republicana, por ejemplo, con parte de la
oposición votando la estatización de YPF, y el apoyo popular: kirchnerismo en
formato de perro grande.
El tema de la clase
magistral en Río Negro fue “¿Hegemonía o consenso”. El problema del
kirchnerismo es que se rompió la verticalidad, es decir, no hay conducción, por
ende, no hay hegemonía. No hay que esperar a Navidad para el calor de la
crisis: los idus de diciembre amenazan con convertirse en los idus de marzo, de
abril, mayo, etc. La crisis ya llegó y el kirchnerismo perdió capacidad para
alcanzar la hegemonía. La capacidad para consensos nunca la tuvo: no es parte
de su ADN.
En este contexto,
las guerras que se libran en el Frente de Todos son de perros chicos: de
puertas para adentro y contra un antagonista que no está a la altura, el
presidente Alberto Fernández. La guerra que La Cámpora sí lleva adelante es
contra el presidente Fernández: una demostración de pura debilidad. Tanta
artillería gastada contra una figura de poder deshilachado también es una
medida del poder perdido del atacante. Se pelean por un hueso.
Si el candidateable
Fernández es débil, los otros nombres que podrían intervenir en unas PASO para
presidente tampoco alcanzan para convertirse ni en conductores de la hegemonía
perdida ni en el norte de un consenso improbable. Massa se ve asediado por la
inflación y Kicillof, por la inseguridad. Que desde la Casa Rosada y de forma
inconsulta hayan decidido invadirle su provincia con la Gendarmería precisamente
por el crecimiento del narco, del delito y el recalentamiento del caldo social
es otra medida de las debilidades mutuas.
Que, finalmente,
una figura como la de De Pedro, con alta tasa de desconocimiento entre los
votantes, sea lo más parecido a una tabla de salvación en medio de la tormenta,
un barrenador de telgopor, más bien apunta en el mismo sentido: un kirchnerismo
que se quedó sin recursos para pelear siquiera por su proyecto de poder.
En el caso de los
carriles por donde circula la gestión, las dos estrategias centrales que ensaya
el Poder Ejecutivo para enfrentar los problemas son indicadores de que cada vez
quedan menos municiones políticas y económicas. Una es patear para adelante, es
decir, fabricar lo único que está en sus manos: algo de tiempo, al menos para
sobrevivir hasta el final del gobierno. Lo hizo Martín Guzmán con los bonistas
y el FMI. Ahora lo hace Massa, pateando vencimientos de la deuda en pesos para
2024 y más allá.
La otra estrategia
es patear afuera: cada vez que hay un problema, Fernández o Massa o Cristina
Kirchner o el kirchnerismo en general sacan la pelota de la cancha de sus
responsabilidades y llevan el tema ante los tribunales. Los cortes de luz,
juicio a quien supuestamente prendió el pasto. Sospechas con la recompra de
bonos y la supuesta circulación de inside information, denuncia ante la
Comisión de Valores. Cortes nuevos de luz, denuncia e intervención de Edesur.
Problemas económicos y advertencias del FMI, denuncia de la sequía antes que
asunción de su propia responsabilidad, por ejemplo, al aumentar el déficit con
la nueva moratoria jubilatoria.
Cristina Kirchner
también muestra los embates de una hegemonía que se le escurrió entre los
dedos. Con la fórmula presidencial mágica de 2019, estuvo segura de su astucia
política. Todo lo que pasó después muestra que no la vio venir. Todavía no
encuentra la salida. Hay, además, una cierta rigidez en su visión macroecómica
que, después de tantos años de malos resultados, empieza a funcionar como
empecinamiento.
En el discurso de
Río Negro, Chile, siempre denostado por el kirchnerismo, se volvió para
Cristina Kirchner un punto de comparación por su balance fiscal. Y no solo eso:
la promesa futura del litio también llevó a Chile y a Perú al discurso
vicepresidencial. Para Cristina Kirchner, las exportaciones mineras de esos dos
países son un ejemplo para la Argentina. Chile, “ese país angosto, con respeto”,
dijo la expresidenta, para pasar a elogiar su performance minera, después de
haber elogiado también su balance fiscal. Y destacó a Perú por lo mismo, luego
de haberlo elogiado por la fortaleza de su Banco Central. El gran problema es
que CFK no ve la conexión entre esa potencia exportadora de esos dos países
vecinos y las políticas de orden macroeconómico que llevaron adelante.
Chile se cuela en
el destino de la vicepresidenta en la figura del futuro reemplazante de Ilan
Goldfajn en el FMI, Rodrigo Valdés, exministro de Economía de Michelle
Bachelet. El tema del déficit es clave en ese contexto. No está claro si Valdés
resultará una complicación para el gobierno o aportará una mayor comprensión
sobre el proceso argentino. Lo que está claro es que se trata de un progresista
defensor de la estabilidad macro y el balance fiscal. “Chile transita un
sendero angosto entre un neoliberalismo antiguo y una izquierdización que no ha
funcionado en Latinoamérica”, dijo Valdés, en 2021, entrevistado por La repregunta.
Fue crítico de la descapitalización de las AFP chilenas durante la pandemia,
aunque plantea la necesidad de ajustes en el sistema de pensiones chileno. Es
autor de un paper clave sobre la evolución del salario en Chile que dejó claro
que lo que desde la Argentina se consideró una economía “neoliberal” en
realidad produjo una mejora social demostrable no a partir de la
redistribución, sino a partir del crecimiento. En Shifting Winds in Latin
American, 2018, Valdés mostró que las políticas macroeconómicas de Chile entre
1990 y 2015, el ingreso per cápita del 10% más rico de los chilenos creció un
208%. La mejora del ingreso per cápita del 10% más pobre fue del 439%, nada
menos: el 41% fue por redistribución y el 280%, por crecimiento.
Chile, además,
relativiza la pertinencia de un manotazo de ahogado que ensayó hace poco otro
kirchnerista, Gabriel Katopodis, que imagina para el futuro de una Argentina en
modo litio la creación de un “fondo soberano” anticíclico para estabilizar la
macro y responder a períodos de crisis. Lo que hizo Chile en 2006 con la
creación de dos fondos soberanos la Argentina kirchnerista se lo propone recién
ahora, 17 años después de estar en el poder y luego de haber atravesado año
gloriosos en el precio de las commodities. Justo cuando está a punto de ser
pasado, el kirchnerismo juega a construir futuro. Ya es tarde.
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