Por Iván Carrino
- Como se sabe, Argentina es la tierra del cambio permanente. Lo que antes era
negro puede volverse blanco con absoluta facilidad, y viceversa. Esto se da
especialmente en el ámbito de la economía y, particularmente en el último
tiempo, en el de la política monetaria.
El 28 de septiembre
de 2018 el Banco Central anunció
su “nuevo marco de política monetaria”. En él se abandonaba el régimen previo
de “metas de inflación” y se pasaba a controlar la cantidad de dinero de manera
directa. De acuerdo con el comunicado oficial, el BCRA se comprometía
“a que el promedio mensual de la base monetaria registre
un crecimiento nulo a partir de octubre de 2018”.
Fue la inauguración
del período de “emisión 0” que se prolongó, con sus modificaciones, hasta el
último trimestre de 2019.
En el medio, se
sabe también, “pasaron cosas” y la emisión cero terminó en
algo muy diferente.
Entre octubre y
diciembre del año 2019 la base monetaria creció en nada menos que $585.000
millones. De ese total, $350.000 millones fueron a comprar “adelantos transitorios”,
algo que no ocurría desde junio de 2018.
Por otro lado, la
política cambiaria pasó de un sistema de bandas de flotación (también
con múltiples modificaciones) a un control cambiario férreo, donde no se
puede comprar de manera legal más de u$s200 por mes.
Los objetivos
propuestos, queda claro, no fueron cumplidos.
Ahora bien, la
nueva gestión del Banco Central acaba de publicar su propio documento de
“Objetivos y Planes” para el año 2020. En dicho documento, debemos notar,
aparecen al menos tres contradicciones.
Bajar la inflación monetizando el déficit
La primera es
que el objetivo de desinflación choca con el de atender las necesidades
del tesoro.
Analicemos paso a
paso. Como todo Banco Central que se precie de serlo, éste se propone “disminuir
las tasas de inflación”. Para ello, el documento dice que se va administrar la
oferta monetaria de manera “prudente”. Sin embargo, apenas después sostiene que
“se contempla atender las necesidades indispensables de financiamiento del
Tesoro”.
El problema con
esto es que, a largo plazo, la inflación es un fenómeno monetario y en
Argentina ha estado explicada históricamente por la monetización del déficit
fiscal. ¿Cómo es posible, entonces, que baje la inflación con un Banco Central
que lo que propone abiertamente es seguir monetizando dicho déficit?
Desde que Miguel
Pesce tomó las riendas del Banco Central se emitieron $160.000 millones para
financiar al tesoro. De repetirse este monto mensualmente llegaríamos a más que
duplicar la base monetaria en el año. Prudente no sería el adjetivo para
describir este escenario.
Moneda flotante con cepo
La segunda
contradicción tiene que ver con el régimen cambiario. El Banco Central
postula que buscará “mantener el régimen de flotación de la moneda local” y
que, también “se propenderá a la acumulación de reservas internacionales”.
Lo primero que debe
aclararse es que en Argentina no existe ninguna flotación de la moneda. En
esencia, los sistemas cambiarios pueden dividirse en dos: tipo de cambio
flotante y tipo de cambio fijo. En el primer caso, el Banco Central no
interviene en el precio del dólar y éste se determina libremente por la oferta
y la demanda del mercado. En el segundo tipo, el Banco Central sí interviene,
comprando y vendiendo la moneda local contra la extranjera a una paridad fija.
En Argentina
ninguno de estos esquemas rige realmente. Lo que sí hay es un control de
cambios (el cepo), en donde el Banco Central, sin reservas para sostener
una paridad fija, acude al racionamiento por cantidades. En este marco, la
moneda no es flotante, sino que tiene un precio regulado por la autoridad
monetaria.
Otro tema a
destacar es que la decisión de acumular reserva internacionales también es
contraria a la idea de flotación. En un esquema sin intervenciones, el precio del
dólar sube o cae de acuerdo a la oferta y la demanda. Ahora si el Banco
Central decide acumular reservas, le pondrá un piso a la caída de la divisa o
la impulsará directamente a la suba.
Estimular el ahorro bajando la tasa
La última
contradicción tiene que ver con la tasa de interés, el ahorro y el crédito. En
su planificación el Banco Central parecería dar a entender que habrá una baja
de tasas de interés para “la vivienda y la producción”. Al mismo tiempo,
critica los altos rendimientos que la anterior gestión llegó a pagar por las
tasas de Lebac, Leliq y otros instrumentos monetarios.
A renglón seguido,
sostiene que las tasas de interés de los plazos fijos “no permitieron a los
depositantes mantener los saldos reales de sus ahorros” y que “el Banco Central
tomará medidas que permitan a los depositantes preservar el valor de sus
ahorros”.
O sea que, por un
lado, quieren tasas “bajas” para la producción, pero por el otro, “altas” para
el ahorro. ¿Cómo se consigue esto si el Banco Central, en principio, solo puede
controlar una tasa de interés de referencia? ¿La bajará para estimular la
producción en detrimento del ahorro? ¿O la subirá para estimular el ahorro,
pero deprimiendo la producción?
A juzgar por lo
hecho hasta ahora, parece que el cuidado del valor del ahorro deberá esperar.
La tasa de interés de referencia bajó 800 puntos básicos desde que la nueva
gestión tomó el mando del Central. El plazo fijo rinde 37% anual, y se espera
que la inflación de 2020 sea de 42%.
Para concluir, la
inflación y el poder adquisitivo de la moneda dependen, en última instancia, de
la política monetaria de un país y su credibilidad. El problema es que si ésta
no hace un buen diagnóstico de la situación, tampoco podrá ofrecer buenas
soluciones.
(*) Director de
ICYA y Subdirector de la Maestría en Economía y Ciencias Políticas de ESEADE.
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