Por Guillermo Oliveto - En menos de 10 días
comienza otro tiempo político y económico en la Argentina. En simultáneo, se
iniciará un nuevo ciclo del consumo que se presume -y se promete- expansivo.
¿Cómo será? ¿Qué características salientes habrá que identificar a tiempo para
ajustar las estrategias de las empresas, la promesa de sus marcas y los
mensajes a comunicar? ¿Cómo aprovechar las oportunidades por venir?
Sería un error
pensar el futuro en abstracto y bajo la premisa de una falsa asepsia. Estará
hecho, como siempre, de retazos del pasado, jirones del presente y costuras
propias. Una prenda a estrenar que esconde reminiscencias de colecciones
anteriores soslayadas, pero no explícitas. Rasgos que pueden intuirse, aunque
no lleguen a develarse por completo.
En los últimos 30
años el consumo ha tenido dos grandes ciclos expansivos con
identidad propia: el menemismo y el kirchnerismo. Ideológicamente antitéticos,
ambos fueron efectivos para incrementar la capacidad de compra de buena parte
de la población por muchos años. En sendos casos, la política y la economía
crearon las condiciones, pero fueron los fenómenos sociales y culturales los
que configuraron cada una de esas épocas.
La historiadora
argentina Natalia Milanesio detalló la etapa final de la gestación del consumo
como fenómeno de masas en nuestro país en su libro Cuando los trabajadores salieron de compras. Allí
afirma que si bien el proceso se había iniciado con la formación de la clase
media a comienzos del siglo XX y su posterior consolidación en los años 20, el
cuadro se completó con la irrupción de las clases populares a partir del primer
peronismo. "El surgimiento del consumidor obrero como una fuerza social
única transformó la Argentina moderna", dado que "vastos sectores de
la población se convirtieron en consumidores y en participantes de espacios y
prácticas de consumo que muy raramente habían disfrutado antes".
Su enfoque le da al
consumo la verdadera entidad y estatura que tiene para los argentinos, dado que
lo ubica en el centro y no en la periferia del análisis. Afirma Milanesio que
"el consumo es definido no solo como un acto económico dirigido a
satisfacer necesidades y deseos a través de la adquisición de mercancías, sino
como una experiencia sociocultural subjetiva que individuos y grupos emplean
para validar o crear identidades, expresarse a sí mismos, diferenciarse de
otros y para establecer formas de pertenencia y estatus social. En otras
palabras, la cultura de consumo es un sistema de significación".
Para buscar la
respuesta al interrogante que hoy nos desvela bien vale la pena repasar cuáles
fueron esas significaciones en los dos ciclos expansivos que vivimos en las
últimas tres décadas.
"La fiesta
menemista"
El ciclo uno
comienza en el año 1991 con la convertibilidad y concluye en 1998 con la
recesión. Fue una era "dorada" para el consumo, en el verdadero
sentido del término. Primaba el brillo y la ostentación era un valor. Los
argentinos sentían que el mito fundante se había hecho realidad: finalmente
éramos ricos en Miami y en París. El Caribe se volvió un objeto de deseo al
alcance de la clase media y se descubrió masivamente el mar azul de agua
cálida. Los shoppings y los hipermercados se transformaron en íconos que
tangibilizaban el pacto que le dio sustento a la época: "Llegamos al
Primer Mundo".
Aterrizaron marcas
importadas hasta ese entonces desconocidas por la gran mayoría de los
consumidores, como los jugos Tropicana, los helados Haagen Dazs, el agua Perrier,
el café Illy, la cerveza Corona, los chocolates Lindt y los fideos Barilla. El
"1 a 1" se volvió "intocable".
Las cuotas
brindaron un acceso impensado, tanto a bienes durables de valor intermedio
-como autos y electrodomésticos- como al más preciado de todos: la casa propia.
Había crédito hipotecario a 10 años o más. Por primera vez llegaban una detrás
de la otra las grandes bandas de rock y pop atraídas hasta el fin del mundo por
un cachet que bien pagaba la distancia. Desde Michael Jackson y Madonna hasta
los Rolling Stones y Paul McCartey, entre tantos otros.
Los consumidores
argentinos vivieron por primera vez de manera masiva la globalización y eso
quedaría grabado en su memoria para siempre.
La era "nac
& pop"
Viniendo de 5 años
de "no consumo" (entre 1998 y 2002 el PBI había caído 18% y el
consumo masivo, 22%), el ciclo 2 del consumo protagonizado por el kirchnerismo
se focalizó en utilizar la capacidad instalada que se encontraba ociosa para
reimpulsar el mercado interno a "tasas chinas", inicialmente con muy
baja inflación.
El desempleo, que
había superado el 20%, se redujo más de 12 puntos, llegando al 7,5% en 2007, y
el consumo masivo creció a una tasa promedio anual del 6% entre 2003 y 2007 y
un 62% en el punta a punta 2002-2015.
En el mismo período
las primeras marcas pasaron del 45% al 70% de participación en el mercado. El
golpe de la gran crisis había sido una cachetada al ego que no solo dejó en la
sociedad una cicatriz queloide, sino que además redujo las expectativas.
Se redescubrió el
valor de lo local frente a un baño de globalización que había terminado muy
mal. Una tapa de la revista Noticias de
2003 tituló con agudeza el cambio de época: "De la pizza con champagne al
cordero con malbec".
La ostentación de
los 90 dejó de ser un valor y primaba un tono más llano, menos pretencioso y
más acorde con la nueva realidad de poder adquisitivo: lo "nacional y
popular".
Imposibilitado el
acceso al crédito hipotecario como consecuencia del default, el consumo se
concentró en el resto de los bienes y servicios. Autos, motos,
electrodomésticos y tecnología. El diseño local tuvo una época de auge tanto en
indumentaria como en decoración. La construcción "desde el pozo" fue
la respuesta que se encontró para acceder a la vivienda y para ahorrar en ladrillos.
El ciclo concluiría
en 2015 con un período final de estanflación y fuertes dificultades para
sostener el modelo económico vigente, especialmente por el alto costo de los
subsidios a los servicios públicos. Buena parte de la sociedad lo guardaría en
su memoria como una era de bienestar en la economía cotidiana que reparó la
herida narcisista de la traumática crisis de 2001/2002.
Lo que viene
Siendo que
gobernará un frente que contiene al kirchnerismo y al peronismo, todo haría
suponer que el nuevo ciclo expansivo del consumo (el tercero), en caso de poder
concretarse, tendría más parecidos con el que ya se dio en el anterior gobierno
que con el de los 90.
Sin embargo,
ninguna época es exactamente igual a otra. No venimos ahora de una crisis como
la de 2001/2002 -el PBI caería 5,5% en el acumulado de los últimos dos años,
pero no 18% como entonces-, la globalización no solo es mucho más poderosa que
en aquel momento, sino que la clase alta y la clase media ya tienen al mundo
como "metro patrón" de sus valoraciones porque se viajó mucho durante
el largo período de "dólar barato" que se extendió hasta abril de
2018. Además, las clases más bajas también tienen un mayor registro de lo que
existe afuera a partir de internet y las redes sociales.
Todo eso condiciona
los deseos y las expectativas. Hoy son mucho más altas que las de 2003. Antes
que "vivir con lo nuestro", la gente lo que está esperando es
"vivir mejor", que no es lo mismo.
Adicionalmente, en
la era Macri valores como la sensatez, el orden y el control se incorporaron a
los patrones de consumo. Inicialmente, a disgusto y a la fuerza por tener que
pasar a pagar las tarifas -que habrá que seguir pagando-, y luego, como un
aprendizaje positivo, hijo de la reflexión y la autocrítica, utilizado para
estirar el golpeado poder adquisitivo.
La lógica low cost,
al igual que en el mundo desarrollado, parecería haber llegado para quedarse en
la Argentina. Especialmente porque las proyecciones de crecimiento de la
economía para los próximos años son, por ahora, muy acotadas.
El tercer ciclo
expansivo emergería entonces moderado y progresivo. Ni la fiesta de los 90 ni
el crecimiento vertiginoso de los 2000. El nuevo consumidor tendrá en sus genes
registros de los múltiples pasados, pero será hijo de su propia época.
|