Por Guido Lorenzo - Ya
casi se cumple un mes de ejercicio de mandato del nuevo Presidente y lejos de
haber obtenido un plan integral macroeconómico como el que prometió el ministro
de Economía, Martín Guzmán, hemos recibido información de medidas que parecen
aisladas.
La primera y más controvertida
fue la aprobación de la ley ómnibus en la que se suspendió la movilidad
jubilatoria y se elevó en casi 2 puntos la presión tributaria pidiéndole,
nuevamente, un esfuerzo al sector privado. Con el sesgo contractivo que tiene
la ley y las declaraciones del ministro de Economía, el Gobierno se mostró en
la dirección de un ajuste. La suba de retenciones era lo que incluso el FMI
hubiera recomendado para equilibrar las cuentas públicas.
Como le hizo notar el líder de
CTEP, Juan Grabois, el Gobierno parece que anda “medio lenteja” en algunos
temas. Uno de ellos es en recuperar el poder de compra que se perdió durante la
aceleración inflacionaria del 2019. Así, el Gobierno dispuso de un aumento
compulsivo de salarios para el sector privado y público. Aunque al mismo tiempo
marcó la cancha pidiendo que no haya reclamos desmedidos por parte de sindicatos.
No queda claro si la recomposición obligatoria de haberes dictada por el
Gobierno es un piso o si funcionará como un techo para las negociaciones
salariales, que son cada vez más cortas.
Al mismo tiempo se tomaron
otras medidas que aparecen como una “novedad”: el congelamiento de naftas y
transporte y el regreso de Precios Cuidados. El Gobierno no parece tener un
rumbo definido. La estrategia por el momento es clara: que la economía se tranquilice.
Y eso apenas es que no se empiece a especular con una aceleración de la
inflación en el corto plazo ni cruzarse con un default a la vuelta de la
esquina. El plan para que la economía no se desmadre funcionará, pero el
problema es que no se ven aún soluciones de fondo. Los ciento ochenta días de
tarifas congeladas terminarán y luego no está claro cómo se van a recomponer.
Una vez que los precios sigan su inercia, los salarios pedirán una nueva
recomposición y la lista puede seguir.
Las fichas parecen estar
puestas en una rápida y conveniente reestructuración de la deuda. Esto es
condición necesaria –pero para nada suficiente– para que la economía despegue.
Al programa le está faltando un norte.
De hecho, la política
monetaria y cambiaria aún son un misterio. El BCRA bajó fuertemente las tasas
de interés pero a un nivel en el que aún son levemente positivas. No traccionan
al ahorro, tampoco estimulan el consumo. La política cambiaria hasta el momento
es la de recomposición de reservas con pequeñas compras para mantener el tipo
de cambio nominal mayorista estable. Por ahora, la inflación no empezó a
comerse la competitividad cambiaria, el único fundamental firme que tiene hoy
el país. A medida que la inflación empiece a acelerarse no sabemos como actuará
el BCRA.
El temor que quizás tenemos
los economistas es que se recurra a retrasar el tipo de cambio. Esa estrategia
siempre parece redituable desde el punto de vista político. Se abaratan las
importaciones, aumenta el salario en dólares y se desacelera la inflación. Sin
embargo, nuevamente nos podría llevar a la trampa de creer que somos ricos
cuando nuestro PIB per cápita nos indica que hace más de diez años que somos
cada vez más pobres.
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