Por Carlos Burgueño
- El Gobierno reperfiló el pago del AF20 hasta septiembre, tomando un criterio
muy poco financiero. El propio Alberto Fernández fue
quien definió el guion final de la saga del bono más polémico desde que Martín
Guzmán llegó al Palacio de Hacienda, con un razonamiento 100% político,
pensando más en un mensaje hacia el resto de la economía y la sociedad que a
los mercados. “No puede ser que toda la economía argentina esté ajustándose a
no indexar por arriba de la inflación, que les pidamos a sindicatos y jubilados
que sólo aspiren a empatar este año; y que los acreedores nos exijan siempre ganar
y nos amenacen con ponernos al límite”, fue la frase que el lunes por la tarde,
al cierre del mercado, se escuchó en la Casa de Gobierno y
que derivó en la decisión del Presidente.
En su escritorio tenía los datos que temprano le había enviado Martín
Guzmán, y donde se explicaba cuál era el resultado final de la operación de
lanzamiento de los tres títulos públicos que se presentaban ese día en
sociedad, y por los que Economía pensaba obtener la cifra más cercana posible a
los $95.000 millones necesarios para poder enfrentar el pago del AF20.
Fue el corolario de una jornada en la que la conducción de las finanzas
se mudó del Palacio de Hacienda hacia la Casa Rosada, donde primero departió el
gabinete económico a pleno; y luego, una vez cerrados los mercados y cuando la
definición sobre el AF20 se acercaba, se redujo a un cónclave entre Guzmán y el
jefe de Gabinete, Santiago Cafiero; con visitas constantes al despacho
presidencial. Finalmente, fue en el despacho máximo del país donde desde
las 16 comenzaron a tomarse las decisiones definitivas. Guzmán abandonó la Casa
Rosada cerca de las 20:30, cuando el destino del AF20 ya estaba jugado.
Los números que analizaba el jefe de Estado antes de la apertura del
mercado no eran, en realidad, tan malos. Se confirmaba una aceptación algo más
alta de un 50%, concentrada fundamentalmente en los operadores locales y los
tenedores más pequeños. En un primer impulso, se consideró en el Palacio de
Hacienda que podría aceptarse la concreción de la colocación, y pensar en la
manera de liquidar los aproximadamente 45.000 millones requeridos para cancelar
mañana el AF20 y las posibles consecuencias sobre la base monetaria y la
presión sobre el dólar vía un incremento del CCL. El problema político surgió
cuando se comenzó a analizar la voluntad de dos de los principales acreedores
externos (Templeton y BlackRock) de ingresar en el llamado. Se confirmaba que
el primero había aumentado durante la semana pasada su participación en el
papel, superando el 20% de tenencias totales, incremento con el que se
convirtió en el virtual árbitro de la operación y en el interlocutor necesario
para el éxito de la colocación. Estas compras a los ojos del Ejecutivo lo
relacionan más con los movimientos del Fidelity, que complicó la voluntad del bonaerense Axel Kicillof de reperfilar el PB21, y que, para la
interpretación de los operadores del mercado, significó una derrota de la
política contra los acreedores.
La información que
manejaba el oficialismo hasta ayer al mediodía era que junco con BlackRock se
incorporaban al canje, pero con la exigencia que la colocación se transformaría
en una opción en dólares de pago a corto plazo. Y, si fuera en pesos, con una
tasa de interés implícita que implicara no perder dinero en moneda local,
ajustándose por arriba de la inflación. Como se trataba de una decisión
compleja, y riesgosa, la resolución final pasó a ser exclusividad de Alberto
Fernández. El jefe de
Estado resolvió, con los papeles sobre la mesa, que políticamente el Gobierno
no podía aceptar que el canje de la semana pasada sólo hubiera tenido una
aceptación del 10%, y que los que ingresaran a la colocación programada para el
lunes tuvieran una rentabilidad positiva y aún mayor a los que hubieran
ingresado al canje.
Mucho menos que el resultado de la operación termine como el fallido
reperfilamiento de Kicillof, con los mercados mostrándose victoriosos e
imponiéndole las condiciones al Gobierno. Mucho menos el mismo día en que
Martín Guzmán concurriría al Congreso y el FMI iniciara su misión revisora de las
cuentas públicas. Según la visión de Cafiero, compartida lugo con el jefe de
Estado, se debía dar “una lección” a los acreedores. Hacia delante, y con
vencimientos en pesos hasta el final del proceso renegociador de la deuda por más de $300.000 (ver nota pagina
3), los acreedores deberán entender que las ofertas de canje son las más
beneficiosas, y que las posteriores presiones sobre el Ministerio de Economía
implicarán innegociables pérdidas medidas en reperfilamientos como el anunciado
ayer. Y que la opción del default está tan descartada como la del pago al
contado en pesos. “Tienen que acostumbrarse a que deben perder, como el resto
de la economía, hasta que el país salga de la crisis”, reflexionó el jefe de
Gabinete.
Podría decirse que, por primera vez desde que llegó al poder, el
Presidente estalló contra los acreedores externos. En tándem con Cafiero, los
acusó de no colaborar, de intentar presionar a Economía para sostener su
rentabilidad ante la inflación, y de imponer plazos e intereses en el momento
financiero más complejo desde que llegó a la Casa de Gobierno. Se los señaló
verbalmente de haber sido responsables de colaborar con la política de
endeudamiento del exministro de Finanzas Luis Caputo, de haber asumido tasas de
interés en pesos y dólares irreales en el mundo financiero mundial y, en
definitiva, de “no querer perder nunca”. Por primera vez desde que Alberto
Fernández llegó al poder, la posición del Gobierno hacia los acreedores se
endureció. Alberto Fernández dejó una decisión final: que los particulares
quedaran fuera de los reperfilamientos.
Internamente, una de las conclusiones que quedaron del affaire del AF20
es que se comienza a mostrar dentro del Gobierno la verdadera posición
económica y política de Martín Guzmán. En la Casa Rosada se habla ya de “un
duro”, muy lejano a la imagen primaria de un negociador blando o proclive a
representar los intereses de los acreedores. Se lo ve como un ministro sin
temor a la presión de los privados y con mucha aceptación de las decisiones
políticas del Presidente, salvo en dos temas que para él, hoy por hoy hombre
fuerte de la economía, serían irreductibles. Guzmán no acepta disgresiones
monetarias. Lo dejó claro en las maratónicas reuniones del lunes en la Casa
Rosada, donde la única alternativa en la que no estaba dispuesto a transigir
era la posibilidad de liquidar el AF20 emitiendo moneda. Se mantiene como un
ortodoxo de la disciplina de restricción en la expansión de pesos, convencido
de que se trata de la herramienta fundamental para que no se descontrole el
combate a la inflación y la presión sobre el dólar. El segundo tema donde el
ministro de Economía se sostiene como un cruzado convencido es en el
sostenimiento de la meta de superávit fiscal creciente, comenzando por este
mismo 2020 y terminando con un nivel sólido y por encima del 3% para 2023.
Fuera de esto, Guzmán le demostró ayer al “ala política” del
Gobierno que puede batallar codo a codo en el momento en intentar castigar a
los acreedores, prometiendo además una posición durísima cuando comience “la
verdadera Superliga de las negociaciones por la deuda y se terminen los torneos
de verano”, según la futbolera opinión de un alto integrante del Gobierno.
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