Por Francisco
Jueguen - Fue la voz para dar aviso.
Desde la pintoresca Davos -epicentro del mundo financiero-, el premio Nobel de
Economía y mentor de Martín Guzmán, Joseph Stiglitz, anticipó el
rumbo que tomaría la Argentina. "La realidad es que va a haber quitas
significativas", dijo sobre los acreedores privados. Esa mañana de enero,
Guzmán presentó su proyecto para la restitución de la restauración de la
sustentabilidad de la deuda en
el Palacio de Hacienda.
Días después, en el aula principal de la Pontificia Academia
de las Ciencias Sociales en el Vaticano, Guzmán, Stiglitz y Kristalina
Georgieva, directora gerente del Fondo
Monetario Internacional ( FMI),
escucharon al papa Francisco advertir: "No se puede pretender que las
deudas contraídas sean pagadas con sacrificios insoportables".
Ese relato
sirvió para inocular sus necesidades en la posición final del FMI. El
comunicado fue tejido con los conceptos de Guzmán, Stiglitz y el papa
Francisco. Más aséptico, el Fondo afirmó que la deuda es
"insostenible", que los acreedores deberán hacer una
"contribución apreciable" y que un ajuste no es "económicamente
ni políticamente factible". La necesidad es una obviedad: casi el 50% de
la deuda mundial con el organismo pertenece a la Argentina.
El FMI ya había mostrado indicios de su regresión dogmática y del
realineamiento que lo orillaba al "albertismo" solo en su primera
etapa: la de la estabilización económica. En el Financial Times, Georgieva había
escrito que el Fondo reevaluaría sus recomendaciones a los países emergentes en
temas como controles de capitales, intervención en el mercado cambiario o
emisión monetaria. No mencionó a la Argentina. No fue necesario.
La oficina
encargada de la revisión de políticas y estrategias del Fondo trabaja contra
reloj. Se pone en duda ahora si la inflación era combatible con una receta
monetaria o si un cepo no era una solución factible para mantener la
estabilidad financiera. Sobre las políticas recomendadas por el organismo hoy
se dice que no hay dogmas, sino solo lecciones aprendidas. Pero ese no es el
caso para su monolítica identidad: el FMI es una rule-based institution. Y esas
regulaciones no aceptan quitas. ¿Reperfilamientos? Solo en un nuevo programa.
Se trata de una condición que Alberto Fernández tendrá que resignificar.
Los cambios de
nombres ayudan. Georgieva reemplazó a Christine Lagarde; Roberto Cardarelli,
exlíder de la misión argentina, transmutó en el venezolano Luis Cubeddu, y a
fin de mes David Lipton (hombre de Barack Obama) le dejaría su puesto a
Geoffrey Okamoto, mano derecha de Steven Mnuchin, secretario del Tesoro de
Donald Trump. Mnuchin se reunirá con Guzmán en Riad en el G-20. Será un
encuentro clave.
El alineamiento del Gobierno y el Fondo frente a los bonistas en la etapa
primigenia está lleno de señales. La misión destacó haber visto un plan
económico, se despojó de sus dogmas públicamente y pidió una quita a los
acreedores privados en conjunto con Guzmán. Lo más importante: descartó un
ajuste.
Los indicios
también llegan desde el Gobierno. Se trabaja en flexibilizar el cepo; en un
acuerdo de precios y salarios que prevé eliminar la cláusula gatillo, y se
descongelarán las tarifas. Además, la mejora del haber mínimo para los
jubilados no se logrará con mayor emisión, sino licuando el ingreso de otros
jubilados. El dólar mayorista avanza lentamente.
Pasar de la luna
de miel al primer aniversario podría depender de un acuerdo que sirva de carta
de negociación frente a los acreedores. Deberá incorporar el mediano plazo, algo
que el Gobierno rehúye. No faltarán otra vez el relato y la necesidad.
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