Por Walter
Graziano - Cada día que pasa es una eternidad en los mercados financieros. Los
inversores no ganan para sustos. Un día parece que no hay acuerdo con los acreedores, al siguiente
se da por descontado que lo hay. Y dos días más tarde la contraoferta de
los mismos sigue sin materializarse. Pero no hay que equivocarse. Buena
parte de estos pequeños dramas cotidianos se deben a que el mercado está
sobreestimando, lo que puede o no ocurrir el próximo viernes cuando venzan los
30 días que Argentina tiene para pagar los u$s500 millones del bono que venció
el mes pasado sin caer en “default”. Incluso
se piensa que los acreedores pueden estar especulando con este tema a fin de
hacer “morder el polvo” a las autoridades argentinas a las que acusan de
haberles presentado una oferta más inaceptable que nunca.
Por eso mismo cabe preguntarse: ¿cuán grave puede resultar caer en “default”
dadas las actuales circunstancias? Muchas veces a esta pregunta se responde en
forma un tanto automatizada que el “default” es la penúltima estación de un
tren cuya terminal final es la debacle económica. Pero si se piensa así no se
distingue un factor fundamental. Ocurre que no todos los “defaults” son
iguales. Hay “defaults” y “defaults”. No son todos lo mismo. Una cosa es caer
en “default” por tiempo indefinido festejando esa actitud como se hizo a fin de
2001 con el efímero gobierno de Alberto Rodríguez Saá y otra cosa muy diferente
es caer en “default” por breve tiempo y en forma forzada por una actitud
negligente de los propios acreedores que no se ponen de acuerdo entre ellos
mismos acerca de qué se puede demandar y qué no a la Argentina. Las
consecuencias de ambos ejemplos no pueden ser más diferentes aunque la palabra
“default” se aplique en ambos casos.
En el primer caso significó un muy largo período sin crédito externo
para la Argentina, que fue considerada poco menos que un paria financiero
internacional. Eso resultó tanto más traumático cuanto que el país venía de muy
pocos meses de consolidar su deuda a través del recordado “megacanje” de Cavallo y
el FMI se había puesto decididamente en contra de la Argentina,
cortándole el crédito de los organismos internacionales, solo 60 días antes de
aquellos dramáticos episodios. Hoy la cosa sería en cambio bien diferente: el
país no recibe crédito en dólares de los mercados voluntarios de deuda desde
hace ya muchísimo tiempo. Era presidente Macri cuando en 2018 se
produjo la abrupta caída de toda posibilidad de endeudarse en los mercados.
Vale decir que la situación, si hubiera que caer en un “default” transitorio
no sería demasiado diferente de la que se vivió en los últimos meses.
En cuanto al FMI -al revés del 2001- esta vez hubo que decirle
que no se querían más fondos del crédito aprobado en 2018 porque se daba una
peligrosa situación de endeudamiento rayano en la dependencia total con ese
organismo, lo cual es especialmente espinoso porque el FMI por estatutos no
acepta quita alguna -ni sobre capital ni sobre intereses- sobre sus acreencias.
Pero la tercera y principal gran divergencia es que a diferencia de aquella vez
un “default” ahora se debería principalmente a la falta de acuerdo de los
acreedores y no a una actitud caprichosa de un gobierno que se rehúsa a pagar.
Por lo tanto, un “default” ahora, en medio del propio período en el que se está
renegociando la deuda, sería algo probablemente de corto plazo. Y como tal no
impactaría en la tasa de interés doméstica.
Sin embargo un capítulo aparte es el de la renegociación de la
deuda en relación con lo que pasa con las cotizaciones del dólar en nuestro
país. Al respecto, una buena parte del drama que se vive se debe al hecho de
que hay cierto empecinamiento en forzar a los mercados a operar solamente en pesos.
Hasta cierto punto eso está bien, porque luce descabellado dolarizar la
economía. Sin embargo hay un larguísimo trecho entre el gran y desatinado
intento de algunos economistas de promover una dolarización y prohibir
totalmente la compraventa de dólares por parte de la población. Menos lógico
luce aún este último vano intento a la luz de la existencia de un voluminoso
mercado de depósitos bancarios en dólares en Argentina. Porque hay que
preguntarse: ¿cómo es esto de que no se puede comprar ni vender dólares a
ningún precio y sin embargo sí se puede tener dólares depositados en los
bancos?
Las autoridades juegan con fuego cada vez que trasciende que piensan
medidas para prohibir el “dólar Bolsa”, trabar el Contado con Liquidación o
perseguir policíacamente al dólar blue. Corren el riesgo de que los ahorristas en
dólares comiencen a ponerse quisquillosos y quieran retirarlos de los bancos,
cosa que no conviene ni al Gobierno -que en parte los tiene como reservas- ni a
los bancos -que ganan dinero con estos depósitos- ni mucho menos al país. En
el último mes se perdieron u$s800 millones de depósitos en dólares. Aquí
hay que decidir entonces un tema sin más dilaciones. Y el mismo no depende en
absoluto de la renegociación de la deuda aunque indudablemente lo influye. Ese
tema es que o bien se permite tener dólares depositados en los bancos y a la
vez se permite comprar y vender dólares libremente a través de un dólar
financiero libre cotizando por encima del oficial. O bien se sigue prohibiendo
la compraventa de divisas por motivos ajenos al comercio internacional, para lo
cual tarde o temprano también habrá que deshacerse del sistema de depósitos en
dólares y tener un sistema financiero que solo funcione con pesos.
Prueba tangible de que esta locura de perseguir implacablemente a quien
compra dólares pero a la vez convidarle un café y saludar amablemente al
cliente de bancos que se acerca por ventanilla a abrir una caja de ahorro en
dólares es un dislate mayúsculo. No va. No va más eso. Uno tiende a pensar
que esta rudimentaria persecución a quien compra dólares se debe a la juventud
de muchos funcionarios, quienes temen por falta de experiencia y de recuerdos
propios, experimentar con sistemas de controles de cambio más avanzados que la
mera prohibición del dólar.
Ahora bien, no caben dudas de que si no existiera el “telenovelón del
día 22” no habría tanto nerviosismo en el mercado, ni suba tan acentuada de los
“dólares libres”, que en parte solo acompañan la devaluación acaecida en
nuestro mayor socio comercial: Brasil. Todavía cuesta que los mercados
entiendan que si bien la palabra “default” es la misma que se usa para quien
deja de pagar sus obligaciones, significa algo bien diferente en la Argentina
de 1982 o 2001 por un lado, y la Argentina mucho más avanzada y conciliadora
con los mercados internacionales de este 2020.
Finalmente, mientras se espera que los acreedores elaboren su tan
anunciada contrapropuesta convendría meditar en otros temas que
también influyen en lo que está pasando en el mercado de cambios y que tampoco
nada tiene que ver ni con el “default” ni con el “día 22”. El principal de esos
factores es la casi certeza de que el dólar de $69 tiene de vida futura tanto
como lo que quede de cuarentena a nivel mundial. Vale decir: hoy devaluar no
tiene mucho sentido. Poco o nada se ganaría de más exportaciones o menos
importaciones dado que el comercio mundial está paralizado al menos hasta que
desaparezcan las cuarentenas. Pero en cuanto se domine al coronavirus hay
que salir rápidamente de la trampa del dólar de $69.
En segundo lugar, si se pierden reservas todos los días, en vez de
echarle la culpa al día 22 habría que fijarse que por un lado es posible que
las reglamentaciones para la liquidación de divisas de la exportación no sean
todo lo severas que deberían. Y en segundo lugar, que la venta de a 200 dólares
mensuales por persona que se permite a “dólar turista” de $90 impacta con
ventas de dólares de u$s500 millones mensuales. Vale decir nada más y nada
menos que u$s6.000 millones anuales. Uno podría preguntarse entonces qué
sentido tiene discutir a brazo partido con los acreedores pagar o no pagar un
punto y medio de tasa a los nuevos bonos durante los tres primeros años -lo que
significa solo u$s1.000 millones anuales, fácilmente obtenibles a través de
superávit comercial- cuando solo por una ventanilla que se olvidaron de cerrar
se fugan u$s6.000 millones anuales. O incluso recordar que el 22 se puede caer
en “default” solo por no pagar un vencimiento de u$s500 millones, cuando esa
misma cifra se pierde por subsidiar la compra de dólares a dólar turista,
locura que nada tiene que ver con el “telenovelón del 22”.
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