Por Carlos Burgueño - El Gobierno continúa actuando correctamente
ante una crisis que, tal como adelantó Angela Merkel, será la más severa desde
la Segunda Guerra Mundial. El presidente Alberto Fernández dio ya varios gestos que lo acercan a
un hombre de Estado. No tiene problemas en mostrarse rodeado de toda la clase
política, oficialistas y opositores, al frente de la situación. Tanto el
domingo como ayer, habló además con solidez y sin llevar nerviosismo a la población.
Sanitariamente, las medidas aplicadas parecen las adecuadas, y se evaluarán con
los resultados. Las primeras decisiones económicas para enfrentar la
situación son las correctas. Antes que nada, se atendió a los sectores de
riesgo, como los jubilados y los beneficiarios de las AHU. También se apunta a
sostener la obra pública elemental.
Ayer se conoció un paquete preparado por el Banco Central que
flexibiliza el acceso al crédito y reduce la tasa de interés. Además, acepta que
los bancos tengan más dinero líquido para avanzar en el giro de más fondos al
mercado. Se trata de un paquete que, en general, es el adecuado para un primer
momento y que sólo tiene un costado criticable: insistir en una Ley de
Abastecimiento anacrónica que sólo puede generar faltantes de productos. Más
allá de este punto, que suena más a generar temor que a algo que pueda ser
practicable, todos los movimientos de Alberto Fernández en esta crisis son
ponderables. Sin embargo, el Gobierno deberá enfrentar en poco tiempo un
dilema épico. Ya no serán pymes, monotributistas, cuentapropistas, pequeños
comerciantes a los que deberá ayudar.
Primero lenta, y luego más rápidamente, medianas y grandes empresas mostrarán
problemas de continuidad, comenzando con el aletargamiento del pago de las
obligaciones tributarias (las que hasta aquí están inalterables con su
ferocidad y presión porcentual histórica), siguiendo con el retraso con el
cumplimiento a proveedores y, finalmente, problemas para el pago de salarios.
Petroleras, petroquímicas, textiles, centros comerciales, automotrices y sus
autopartistas, aerolíneas (especialmente las low cost), transporte, la
construcción, las grandes cadenas turísticas y hasta bancos tendrán serios
problemas de continuidad. Y, sin trabas ideológicas inútiles y arcaicas, el
sector público tendrá que reaccionar.
Será el momento en que Alberto Fernández deberá igualarse a Merkel,
Emmanuel Macron, Donald Trump, Pedro Sánchez Giuseppe Conte y, con reparon,
Jair Bolsonaro; quienes ya comenzaron a aplicar megapaquetes de salvataje al
sector privado; en cada caso con características propias. Hay quienes recompran
bonos públicos para que los bancos tengan liquidez prestable a los privados. Hay
quienes inyectan dinero en las compañías para garantizar el pago de salarios.
Se aplican también planes de salvataje directos, asumiendo deudas de privados
con el sistema financiero a cambio de un futuro préstamo puente para cuando la
crisis termine. Y también hay casos de estudios de nacionalizaciones
temporarias o con continuidad. Incluso se piensa en programas transnacionales,
con apoyos de bancos de un país a otro.
Todo está en conversación. Sin trabas ideológicas de ningún tipo. Se ve
a jefes de Estado y de Gobierno socialistas aplicando normas de mercado y a
otros de centroderecha avanzando en keynesianismos modernos. Si una política
sirve y ayuda, se aplica. Incluso en la Argentina se percibe que comienza una
nueva etapa de interpretación de los problemas económicos generados por esta
megacrisis y su potencial salida adelante. Un ejemplo de esto son las
declaraciones de ayer de Carlos Melconian, de indiscutible currículum ortodoxo,
quién advirtió directamente que “no hay lugar a la discusión pelotuda de shock
o gradualismo: es shock y no hay duda que vamos a al gasto fiscal expansivo”.
Habló de la necesidad que el trabajador mantenga su empleo y su salario y que
el empresario sus costos. Esto en medio de una economía local e
internacional que estará parada y que sufrirá a nivel mundial una recesión con
características monumentales. Y ya no alcanzará con atender a los sectores
menos beneficiados a las pymes y los pequeños contribuyentes.
Será el momento en que las decisiones apunten también a las grandes
compañías del país (incluyo algunas de capital extranjero), pero de las que
dependen miles y miles de puestos de trabajo que, en semanas, estarán en serio
peligro. Las primeras decisiones en este sentido deben ser urgentes y apuntando
a la suspensión de los vencimientos tributarios inminentes, y ampliación de los
créditos habilitados para pymes a empresas de mayor tamaño con problemas de
continuidad vinculadas con la crisis. Pero luego, habrá que pensar con épica. Y
sin corsets ideológicos. Será el tiempo de pensar con grandeza la economía
argentina de la pandemia y, quizá, del futuro.
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