Por Román Lejtman - La Casa
Blanca apoya un acuerdo entre Alberto Fernández y los bonistas que invirtieron
66.000 millones de dólares en títulos soberanos de la Argentina. Cristina
Fernández de Kirchner y Sergio Massa respaldan la estrategia presidencial para
evitar que fracase la negociación con los acreedores privados del país. Y los
fondos que representan sus intereses ante Martín Guzmán, acotaron su voracidad
inicial para intentar un deal que evite el juicio por default y consagre un
final antes que termine junio.
Donald Trump confía
en Steven Mnuchin, su secretario del Departamento del Tesoro, que a su vez es
amigo personal Larry Fink, CEO de BlackRock. Este fondo de inversión tiene
la posición más dura en la negociación con Argentina, y llegó hasta Mnuchin
para abrir una diagonal a la quinta de Olivos. Gerardo Rodríguez es mexicano,
fue subsecretario de Finanzas de Felipe Calderón y maneja para BlackRock las
relaciones con los Mercados Emergentes.
Rodríguez no
soporta el tono académico de Guzmán y tuvo dos lances furibundos con el
ministro de Economía. Sucedió en la primera fase de las negociaciones y
desembocó en la llamada de BlackRock a Mnuchin para llegar sin escalas a
Alberto Fernández. El secretario del Tesoro aplacó la arremetida del fondo de
New York y pidió tiempo antes de llamar a Guzmán, que conoce y trata con
diplomacia profesional.
Trump considera que
Argentina es una pieza de equilibrio en el tablero de América Latina y que
Alberto Fernández es el único líder regional que puede contener a Nicolás
Maduro e influir en una hoja de ruta para lograr una transición ordenada en
Venezuela. Mnuchin conoce la estrategia geopolítica de Trump y sólo jugará a
fondo cuando llegue la instrucción del Salón Oval.
BlackRock, Fink y
Rodríguez tienen otras urgencias y pretenden hacerle un bypass a
Guzmán. Consideran que tienen la fórmula financiera para cerrar el deal con
Argentina, pero desean evitar una negociación a fondo con el ministro de
Economía. Están en eso, y en las últimas horas multiplicaron los contactos en
Buenos Aires, para llegar sin escalas al despacho presidencial de la quinta de
Olivos.
“A veces nos da la
sensación de que trabaja para su tesis de doctorado en Columbia”, explicó a
Infobae un vocero de BlackRock que sólo habla inglés.
Washington es un
escenario global de negociaciones que tiene capacidad para influir en el
sistema internacional. Mientras los lobbistas de BlackRock golpean las puertas
de la Secretaría del Tesoro, la diplomacia argentina en DC hace su propio
juego para evitar sorpresas de último momento.
Jorge Argüello
-embajador en DC- y Sergio Chodos -representante en el FMI- recorren los
despachos de los organismos multilaterales, el Capitolio y la Casa Blanca para
articular un sistema de relaciones diplomáticas que permita -entre otras
funciones- contrarrestar el lobby de los bonistas en
Washington. Kristalina Georgieva apoya la estrategia de Alberto Fernández,
pero está limitada por el poder efectivo de Mnuchin y los reportes que hizo su
staff al momento de evaluar la sostenibilidad de la deuda externa argentina.
El Presidente y su
ministro de Economía no descartan acercar posiciones con los acreedores
privados y por eso abrieron una segunda fase de negociaciones que inició con la
presentación de las tres contraofertas en el Palacio de Hacienda. Sin
embargo, Alberto Fernández y Guzmán están limitados por las previsiones
que hizo el FMI al momento de fijar los márgenes de sostenibilidad de la deuda
externa.
Argentina no puede
pagar más del 5 por ciento del Producto Bruto Interno (PBI) y hasta el 3 por
ciento si se trata de acreedores privados en dólares. Ese es un límite
formal que sólo puede ampliar Kristalina Georgieva como directora ejecutiva del
FMI. Y Georgieva depende de Mnuchin -Estados Unidos es el principal socio
del Fondo- que conoce los planes geopolíticos de Trump en América Latina.
“Hay que cerrar la
negociación y después ver cómo quedamos con los límites de la sostenibilidad de
la deuda. Si hubo un deslizamiento, se arreglará. Nadie en Washington
quiere que Argentina enfrente un juicio por default en New York”, aseguró
un funcionario argentino que reporta al Ministerio de Economía.
Alberto Fernández
tiene diálogo fluido con Georgieva y hablará con Mnuchin si es necesario para
cerrar con los bonistas. Mientras tanto mantiene reuniones infinitas con
Guzmán, o chatea a través de WhatsApp. El presidente ajustó los detalles
de la negociación -cuando asumió que la adhesión de los bonistas había sido muy
baja- y espera su tiempo para ocupar el centro de la pulseada con los
acreedores privados.
Los fondos de
inversión, y en DC, aseguran que ya es hora que Alberto Fernández ponga a su
lado a Guzmán y protagonice el último tramo de la negociación. En
Washington y Wall Street temen que el ministro de Economía fuerce su rol
académico y que no entienda los resultados catastróficos que podrían
aparecer si Argentina es enjuiciada por default en los tribunales de Manhattan.
El presidente ya
escuchó estos argumentos, y replica con una frase lacónica: “No se confundan,
yo estoy a cargo”.
Al otro lado de la
mesa de negociación, los bonistas toman el significado político de la
afirmación presidencial y plantean un contrapunto: “Guzmán juntó poco, y aún no
cerramos. Sería mejorar un encuentro a solas con Alberto Fernández.
Ganaríamos tiempo y podríamos saber qué está pensando de
verdad”, argumentó un bonista que invierte en Argentina desde el siglo XX.
En el mundo de la
diplomacia global, la directora gerente Georgieva y el secretario del
Tesoro Mnuchin esperan para actuar, si es necesario un cierre técnico-político
a las negociaciones. En la Argentina, Alberto Fernández cuenta con el
apoyo de Cristina Fernández de Kirchner, Sergio Massa, la oposición, los
sindicatos, la UIA y la opinión pública, que no desea un default en medio de la
crisis económica que aceleró la pandemia del COVID19.
Faltan 90 horas
para que caiga la segunda extensión de la oferta oficial. Y a su vez, Argentina
entre en default por una deuda de 503 millones de dólares vinculada a los
intereses del bono Global. Estos dos acontecimientos técnicos no preocupan
en Washington ni en Wall Street. El FMI, el Departamento del Tesoro y los
acreedores privados apuestan a la negociación y no harán nada que complique las
conversaciones que -por ahora- lidera Guzmán en público.
No hay temor a un
síndrome Adolfo Rodríguez Saá y la información que fluye desde Olivos a Estados
Unidos asegura que la negociación está en marcha. Sin resultados hasta el
momento, pero fluyendo con los sobresaltos lógicos de una pulseada financiera
por 66.000 millones de dólares.
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